Federico Aldrovandi, una muerte atroz que sin embargo abrió una brecha
Este joven de Ferrara murió a manos de una patrulla de la Policía hace 20 años, en un control. Su madre no se conformó con la versión oficial de los hechos y, mostrando las fotos del cadáver masacrado de su hijo en un blog, logró reabrir las investigaciones y ganar el juicio.

Federico Aldrovandi murió en la mañana de un domingo, el 25 de setiembre de 2005, hace ahora dos décadas. Tenía 18 años... y la mala suerte de toparse con una patrulla de la Policía cuando retornaba a casa, en Ferrara, después de una noche de fiesta con sus amigos en la cercana Bolonia.
Esa fue durante meses la única certeza de un amanecer maldito, el único hecho confirmado de un cuadro que desde el principio presentaba muchas contradicciones. Testigos que lo habían visto u oído todo, pero de manera radicalmente opuesta, opiniones de médicos que no podían ser compatibles, despistes en las investigaciones... y el cuerpo de un chaval fallecido en el asfalto sin nada que lo pudiese proteger.
Y también una madre valiente, cuya decisión de romper aquel cuadro de indefinición a través de procedimientos ‘modernos’ fue el giro que transformó un ‘accidente’ en un episodio vergonzoso. El recuerdo de Federico Aldrovandi se mantiene vivo hoy, marcando un antes y un después en las denuncias de los excesos policiales.
Cuatro contra uno
‘Aldro vive’. Este es un eslogan, una pancarta también, que desde aquel 2005 se puede encontrar en la grada del estadio Paolo Mazza de Ferrara, donde juega el equipo de fútbol local, aquella Spal de la que Federico era un hincha.
Aldro sigue vivo en la memoria porque su historia no ha afectado solamente su ciudad de nacimiento, sino también a toda Italia. Su cara, su rostro que ha quedado joven para siempre, el pelo ligeramente rizado, la mirada firme y seria de un chaval que tenía que descubrir todavía el mundo y que acabó sin aire en una acera.
Y pensar que los hechos al principio parecían acabar en nada... O mejor dicho, en el enésimo caso ‘raro’ de un joven que después de un encuentro no muy amistoso con la Policía termina muerto casi ‘por su culpa’, porque los agentes tenían razón, pero quizás se excedieron en la fuerza. Fue un cuatro contra uno aquello de Federico Aldrovandi, cuatro poliziotti (tres hombres y una mujer) contra Aldro, dos porras rotas en un enfrentamiento extremadamente violento. Y un cadáver en el suelo, él de Federico.
Una llamada de una vecina en la Via Ippodromo había sido la razón de la llegada repentina de las dos patrullas: «Venid, que hay un tío gritando y dando golpes en la calle, se está dando con la cabeza en las paredes». Veni, vidi... paliza. «El joven intentaba dar golpes de karate a los policías, que tuvieron que reaccionar, desafortunadamente acabando con su vida».
Una verdadera lástima, una casualidad. Según los primeros análisis de sangre, parecía que Federico había consumido una cantidad enorme de droga, convirtiéndose así en un monstruo desatado cuyo destino no hubiera podido ser otro que la muerte, el corazón parado por el shock o el estrés. Esto constataron los servicios de emergencia cuando fueron llamados por los policías, a las 6.10 de la mañana.
Fin de la historia. O quizás no, este era solamente el inicio.
«Hay un chaval muerto»
Vayamos ahora a enero de 2006. Sobre el caso de Federico Aldrovandi había caído un manto de silencio. Una cortina que ocultaba la verdad de los hechos. Pero había alguien que no podía creer la versión oficial: la madre de Aldro, Patrizia.
Esta mujer encontró a su hijo en la morgue después de haberlo saludado la noche anterior cuando, medio dormida en el sofá, había recibido un besito en la frente por parte de Fede. «Voy a Bolonia con mis amigos, tranquila». Ya, tranquila. A la mañana siguiente Federico no había regresado y la preocupación se empezaba a disparar. Una llamada al móvil tras otra, ninguna respuesta. Y a las 11:00, la noticia más trágica: su hijo había fallecido «por un malestar».
Patrizia y su marido Lino no podían creer lo que había ante sus ojos: un cadáver martirizado, como si alguien le hubiera lanzado un tren en carrera
Sin embargo, en la visita al tanatorio, viendo el cuerpo sin vida de Fede, Patrizia y su marido Lino (curiosamente, otro policía) no podían creer lo que había ante sus ojos. Aquello no era el resultado de un malestar, sino un cadáver martirizado, como si alguien le hubiese lanzado un tren en carrera. Las cejas rotas, los signos morados de la sangre, los dientes rotos, la cara hinchada, el sufrimiento inmortalizado para siempre.
Y a los padres se les hablaba oficialmente de un infarto, sobrevenido durante los hechos. «Se había vuelto loco, incontrolable», la explicación.

Desafortunadamente, ir contra aquel muro, la versión oficial, y sin testigo alguno que pudiese decir algo distinto, parecía abocar a un único epílogo. Durante meses, Patrizia sobre todo intentaba buscar soluciones, una especie de vía de fuga alternativa a un laberinto que parecía tener una sola salida. La solución, junto con su abogado, fue apoyarse en las modernas tecnologías, que en aquella época empezaban a tomar fuerza.
Dicho y hecho, la madre de Aldro abrió un blog en Internet, algo que no se podía censurar, donde puso en duda toda la construcción de los hechos confeccionada por las autoridades. Sobre todo quiso enseñar al mundo entero cómo había quedado su hijo, publicando las fotos del cuerpo de Federico martirizado. Muchos sabían y no podían hablar o tenían miedo de declarar algo que fuese contrario a la versión oficial del «drogadicto que se había vuelto loco durante un control policial».
Empezaron las investigaciones paralelas, que contaban cosas totalmente distintas: fueron contactados programas de televisión, se recaudó dinero para un documental, ‘Ha sido muerto un chaval’ (‘È stato morto un ragazzo’), se encontró una mujer que desde su ventana en Via Ippodromo había visto y oído los porrazos, los gritos de dolor de Aldro, y también a un policía que se había puesto de rodillas encima de la espalda hasta provocarle, finalmente sí, el malestar fatal.
Una mujer africana que no había podido declarar ante las autoridades, por cierto, fue la clave. Y los análisis de sangre de Federico, demostrando finalmente que había tomado una cantidad mínima de alcohol y drogas.
Toda una cuestión de coraje. Mamma Patrizia, obstinada, en el nombre de su hijo, consiguió que se reabriesen las investigaciones oficiales. El resultado, después de una larguísima odisea, fue a su favor. Los cuatro policías serían condenados, aunque a penas mínimas.
Un juicio definitivo que no le podía devolver su hijo, pero que abrió una puerta: los abusos policiales podían llegar a sentencia, al igual que en el caso de Stefano Cucchi, en que su hermana Ilaria hizo lo mismo que Patrizia Aldrovandi.
Una ciudad que no olvida
Via Ippodromo, Ferrara. Una calle silenciosa en una ciudad que es la quinta esencia de la tranquilidad, donde el medio de transporte más utilizado por la ciudadanía, está remarcado también en los carteles, es la bicicleta.
El único ruido que se puede oír en Via Ippodromo, acompañado del olor a estiércol, es de vez en cuando el trote de los caballos, que duermen o se entrenan allí. Estamos en una calle amplia que desde la semiperiferia de Ferrara llega casi a la muralla que rodea el centro, pasando por un parque.
La calle termina por la derecha en el propio hipódromo, que enfrente tiene altos palacios, desde donde los testigos vieron la violencia perpetrada hacia Federico. Al lado de la entrada hay una especie de altar laico, con unas fotos de Aldro y unas poesías: los ramos de flores no faltan nunca. Es lo que ha podido hacer Ferrara para mantener el recuerdo de uno de sus hijos. La propia Alcaldía tuvo un papel importante en las investigaciones, porque apoyó a la madre de Federico.
Esta mancha, esta herida que supura todavía, había marcado profundamente a una de las más espectaculares e infravaloradas cunas del Renacimiento, patrimonio de la Unesco por esta razón: la familia Este con sus herederos, un ducado que protegía a sus artistas ya hace cinco siglos (Matteo Maria Boiardo, Ludovico Ariosto, Torquato Tasso) y que fue vanguardia en varios sectores, se había convertido en noticia de portada por culpa de un episodio trágico.
Ya no se hablaba más de sus museos, del festival Buskers que acoge a finales de agosto a los mejores artistas de calle, ya no se hablaba de su discreta comunidad judía con historias de película literalmente (‘El jardín de los Finzi-Contini’, novela y filme premiado con el Oscar en 1974), ni de su sabrosa cocina con la calabaza como plato fuerte. No, Ferrara desde 2005 ha sido sobre todo la ciudad de Federico Aldrovandi, un chaval que buscaba la felicidad volviendo a casa un domingo por la mañana y que encontró una muerte atroz.

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