Vestido para matar
[Crítica: ‘In Fabric’]
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Una de las leyendas urbanas más populares en el mundo anglosajón es la del vestido de la mujer muerta. Es una de esas historias más o menos deformadas (cosas de la transmisión oral), en la que un amigo de un amigo jura haber tenido contacto directo con un suceso escalofriantemente paranormal. En este caso concreto, el asunto trata sobre una chica que entra en una tienda de ropa para prepararse para una cita. Ahí, el vendedor le recomienda la compra de un misterioso artículo. Se trata de un vestido (cómo no) con el que se le garantiza el éxito absoluto en todas sus conquistas amorosas. Una promesa sin lugar a dudas suculenta; un premio muy valioso que, obviamente, va a requerir el pago de un precio altísimo. Las razones y los motivos (seudo-)científicos dependen de la versión, pero la historia acaba saldándose siempre con la muerte de la protagonista. La cita en cuestión se desarrolla maravillosamente, pero al rato, ella se encuentra mal y, horas después, fallece.
Como cuento de buenas noches, no está nada mal, pero para que trascienda y se quede grabado (para siempre) en nuestra memoria, pueden añadírsele más elementos. Sigamos tirando de imaginario colectivo, pues: pongamos ahora que cuando empieza a sentirse enferma, la mujer se mete en un taxi y pide al conductor que la lleva a un hospital. Imaginemos ahora que en pleno trayecto, el coche toma un giro y que ahí mismo, aparece amenazante una figura femenina. Éramos cien y apareció la chica de la curva. A lo mejor el relato se está saturando de detalles, referencias y giros, pero ahí está, precisamente, parte de su encanto: en los incontables estímulos que ofrece. En cómo, por consiguiente, nos estimula.
En el momento más oscuro, Zinemaldia reaccionó. Y nosotros, resucitamos. El calendario, un año más, juega en contra. Los niveles de energía con los que algunos llegamos a Donostia (después de Venecia, después de Locarno...) hacen que dependamos, más de lo que nos gustaría, de las películas proyectadas. Llegados al conocido ‘punto de no retorno’ (normalmente localizado en el quinto día de certamen), la resistencia que oponemos se reduce a los mínimos exigibles de profesionalidad en el noble oficio de la crítica cinematográfica. Es poco, sí, pero es algo.
Lo que pasa es que estas reservas de maná, paupérrimas cuando entramos en la sala, crecen y se elevan hasta alcanzar topes más típicos de la proyección inaugural. Salimos tan frescos como en el primer día, vaya. Milagro. ¿Quién lo ha obrado? Peter Strickland, por supuesto. Una de las grandes apuestas de esta 66ª edición respondió a las –altísimas– expectativas con ‘In Fabric’, dos horas de cine casi perfecto, al borde de la obra maestra; nueva candidata de lujo para una Concha de Oro que ha vuelto a ponerse cara. Genial.
Para su cuarto largometraje en solitario, el director británico nos lleva a uno de los sitios (y en uno de los períodos) más inquietantes del mundo. Esto es, un centro comercial en época de rebajas. Con filia vintage marca de la casa y tratamiento obsesivo de los rasgos más identificativos del cine de género, este –perverso– maestro del artificio fílmico nos envuelve en un cuento oscuro con sabor a conglomerado de leyendas urbanas macabras.
En unos grande almacenes, los compradores se convierten en zombies, los vendedores en vampiros, el género humano en horda decrépita de maniquís y las piezas de ropa expuestas en los principales sospechosos de un crimen que va mucho más allá de lo que la cámara puede captar. Volvemos a la historia del vestido de la muerta. La tela como tentador, sensual y aterrador hilo conductor. Entre conceptos, entre estados emocionales y entre unas personas reducidas a números. Suenan ecos del Alex van Warmerdam de ‘El vestido’, del John Carpenter de ‘Están vivos’, del Stephen King de ‘La tienda’ y, ya puestos, de toda la obra de Aldous Huxley y George Orwell.
El cuadro, como era de esperar, se satura de detalles; el guion, por su parte, nos ataca con un lenguaje en el que las palabras se disparan y se juntan de maneras muy extrañas. Los ojos y las orejas (y por supuesto, el cerebro) se ven igualmente desbordados. No saben si quedarse hipnotizados o si implosionar. Strickland, amo y señor de la tempestad referencial y sensorial. Su ‘In Fabric’ hereda de ‘Berberian Sound Studio’ y ‘The Duke of Burgundy’ (sus dos anteriores trabajos, igualmente muy recomendables) un mimo por el sonido y la imagen que abraza, muy gustosamente, lo enfermizo... pero en esta ocasión, va más allá del –precioso– homenaje genérico.
En muchas momentos, parece que la película nos quiera atacar, pero en realidad lo que pretende es que despertemos. Que abramos los ojos como los abríamos en el primer día de festival. Que nos demos cuenta del manicomio en el que vivimos. El absurdo de la ficción para ilustrar el absurdo de la apestosa realidad. Con furia y mala leche, Strickland ataca y se ríe de los mecanismos esclavistas promovidos por el consumismo y el entorno laboral, en lo que ya se puede considerar como la mejor comedia y cinta de terror de la temporada.