Un jinete que se marcha con el viento
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La última vez que hablé con Borja Semper fue en la tertulia "Ganbara" de Radio Euskadi. Le hice una pregunta que no fue capaz de responder: «¿Por qué su proyecto político es legítimo y el mío, pese a ser defendido por vías democráticas y pacíficas, está vetado constitucionalmente?». Sería en el curso 2017-18. A la cuestión de los presos, en cambio, respondió con una mentira evidente. Dio por sentado que el alejamiento era una medida excepcional y que acabaría el mismo día que ETA desapareciese, que ese era el compromiso del PP y que Mariano Rajoy cumpliría su palabra. Creo que Semper es una persona inteligente, por lo que prefiero pensar que mintió a que creía que pasaría lo que él decía.
En mis breves encontronazos con él, Semper siempre ha demostrado que es una persona educada, simpática y con sentido del humor. No es poco, porque ambos podíamos haber adoptado una postura rencorosa. Hay otros que se han empeñado en ello. En este punto, mi duda siempre es la misma: yo soy consciente del rencor de quienes han padecido la violencia de ETA, pero no sé cuántos de ellos y ellas entienden por qué medio país no puede con ellos. Y con razón, quiero decir. Su discurso sobre una única violencia les obliga a ser negacionistas de la violencia injusta que se ha ejercido en su nombre. Esto dificulta que puedan ponerse en el lugar del otro, que no sería más que un farsante que fantasea con una violencia que, o no es real, o está más que justificada. Y llegados a este punto, no sé si Semper sería capaz de negar, por ejemplo, el estudio sobre torturas dirigido por Paco Etxeberria. Espero que no.
Por mi parte, tengo que confesar que gracias a Semper, también gracias a otros cargos del PSE que he ido conociendo siendo director de GARA, he hecho el ejercicio de pensar cómo ha sido su vida en los años más duros del conflicto vasco, el coraje que han tenido, el miedo que han tenido que pasar y la manera en que todo ello ha determinado su opinión sobre, por ejemplo, el periódico y, por qué no, su director. Sin hacer apenas nada, ha servido para hacernos mejores personas. La empatía se educa, como cualquier otra virtud, más cuando se practica que cuando se predica. Tengo que admitir, no obstante, que cada dos o tres meses, cuando tengo que ir con mi familia hasta Monterroso, en Lugo, para visitar a mis amigos presos, mi empatía flaquea y me suelo acordar de las palabras de Semper en la radio. Sin rencor, eso sí.
Hacer de la salida de Semper de la política un acto casi épico resulta ridículo. No es «un jinete que se marcha con el viento mientras grita que no va a volver», que diría su amigo Mikel Erentxun. En realidad abandona el puesto de concejal para el que fue elegido hace menos de un año y se va a una multinacional en la que otros cargos del PP ya han traspasado las puertas giratorias. El propio Semper se encargó de desmentir las razones de discrepancia con el PP o con Pablo Casado como causa de su marcha. Una cosa es admitir que Semper es una persona inteligente, y otra que para eso el resto tengamos que hacernos los tontos.