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Mas de 200 años desde la primera vacuna: Edward Jenner, observación, intuición y valor

Sabino Padilla, médico y doctor en biología humana, y miembro del Instituto BTI ImasD y del Instituto de Medicina regenerativa e implantología oral UIRMI, y Alberto Olaizola, profesor asociado de la UPV y jefe de sección del Servicio de Urgencias Generales del Hospital Universitario de Cruces.

Padilla y Olaizola abordan cómo fueron los albores de las vacunas. (AFP)

Sabino Padilla y Alberto Olaizola abordan en una serie de artículos que comienzan hoy, cómo fueron los albores de las vacunas. Un avance que 200 años después, representa la principal esperanza de poner fin a la pesadilla pandémica que nos atenaza.

Han pasado 300 años desde que Mary Wortley Montagu (1721) aplicó la primera inoculación de costra de piel humana con fines de protección inmunológica, y fue frente a la viruela, enfermedad contagiosa que mataba al 10% de los afectados.

Es verdad que para entonces (año 1700) en China ya se realizaban inoculaciones por escarificación o inhalaciones nasales de polvos obtenidos de costras humanas de viruela mediante un procedimiento llamado variolización. Sin embargo, fue Edward Jenner (1796) el médico que elaboró la primera vacuna contra la viruela humana, planteando un experimento y realizando lo que pasó a ser un ensayo clínico para los estándares del siglo XVIII, finalmente publicando al mundo los resultados. Así se inició uno de los capítulos mas brillantes de la ciencia que ha contribuido a la longevidad y salud humana como colectivo: saltando de la intuición a la evidencia.

Jenner era un médico rural, área donde la viruela golpeaba muy fuerte y los mitos y leyendas en torno a esta enfermedad eran un reto para un observador como él. Una de ellas era que los ordeñadores de vacas estaban a salvo de sufrir la viruela humana debido a que ya se habían contagiado con la viruela de las vacas (viruela bovina) al realizar su trabajo. Era una evidencia que las ubres de las vacas infectadas con la viruela de las reses, al igual que la piel y otros tejidos de los caballos, transmitían una enfermedad infecciosa a los granjeros y cuidadores que les protegía de sufrir la viruela humana. Hubo incluso un granjero de la zona, Benjamin Jesty, que frente a un brote de viruela en su pueblo inoculó a su mujer y dos hijos con material proveniente de pústulas de la viruela bovina, utilizando para ello una aguja de hacer calcetines, y su familia se libro del brote de viruela humana de la zona.

Confirmando estas evidencias, otro médico rural, el Dr. Fewster, que realizaba ya inoculaciones de viruela humana como tratamiento preventivo de la infección, público en 1796 que había granjeros que a pesar de una total exposición a la inoculación de la viruela humana repetidamente no presentaban ningún tipo de reacción ni infección, y corroboró que todos ellos habían previamente sufrido la viruela bovina.

Con este bagaje de mitos, leyendas y evidencias, el Dr. Jenner, que había estudiado con el Dr. John Hunter, el fundador de la cirugía científica y experimental (y amigo y colaborador, a su vez, del Dr. Fewster), siguió a su mentor con la celebre frase «¿Pensar? Mejor hacer el experimento». Y así fue que el Dr. Jenner, el 14 de Mayo de 1796 y aprovechando un brote de viruela bovina, tomo material biológico (exudado y costras) de las pústulas localizadas en las manos de una ordeñadora del pueblo, Sarah Nelmes, que había contraído la viruela de las vacas, e inoculó dicho material en el hombro de James Phipps, un niño sano de 8 años, mediante la realización de dos incisiones superficiales en la piel.

El 1 de julio de ese mismo año, así como varios meses después, el niño fue inoculado con viruela humana, no mostrando ninguna reacción adversa. El Dr. Jenner publicó, a modo de un ensayo clínico de la época, los resultados de este experimento, sumados a otros 23 casos en los cuales parece ser que pudo usar material de inoculación proveniente de viruela de caballos y no de vacas.

Pero el éxito del Dr. Jenner se basó fundamentalmente en que previamente al experimento, había estudiado muy detalladamente durante años las lesiones causadas por la viruela bovina en sus ubres, diferenciando aquellas pústulas causadas por el virus de la viruela bovina (origen del nombre vacuna) de aquellas otras patologías bovinas que generaban también llagas y ulceraciones de las ubres (mastitis bovinas) pero que no conferían ninguna inmunidad.

Únicamente seleccionando la costra de las ubres procedente de las pústulas causadas por la viruela bovina confería inmunidad contra la viruela humana (eureka Dr. Jenner).

Es importante mencionar que en la época del Dr. Jenner no se conocía la existencia de bacterias ni de virus, y menos los anticuerpos. Fue Pasteur quien en 1880 enunció la teoría de las enfermedades infecciosas por microorganismos, y Emil von Behring and Paul Ehrlich en 1890 la descripción de los anticuerpos.

Ni qué decir tiene que el Dr. Jenner tuvo muchos detractores en la capital, Londres, que infravaloraron su trabajo e investigación. Pero tuvo también proposiciones para abandonar su trabajo como médico rural y trasladarse a Londres con propuestas (económicas) muy sustanciosas. Una frase suya resume su pensamiento: «Mi fortuna es suficiente para satisfacer mis deseos. En cuanto a la fama ¿Qué es la fama?. Un peto dorado, siempre atravesado por las flechas de la malignidad».