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La anunciada operación terrestre israelí de Gaza y su vertiente geopolítica

Incursiones de «reconocimiento» y una campaña de bombardeos masivos anticipan el «allanamiento» del terreno para una operación terrestre que pagarán los civiles, podrá debilitar a Hamas, pero en la que el perdedor geopolítico será Occidente, atrapado entre Ucrania y Gaza y aislado del Sur Global.

Votación en el Consejo de Seguridad de la ONU. (Bryan R. SMITH | AFP)

No hay palabras ante tamaño ensañamiento contra la población de Gaza. Una atrocidad diaria tras otra que es posible tenga que ver con un plan israelí para «ablandar» –insoportable palabra en el ámbito de una guerra– lo suficientemente a la Franja para una operación terrestre, más allá de incursiones puntuales como la de ayer para probar la resistencia palestina y localizar posibles rehenes.

Mucho se ha escrito sobre las dificultades y riesgos de una invasión de Gaza a gran escala, más si es o se convierte en ilimitada en el tiempo.

Se habla estos días de que habría desavenencias entre el Gobierno y el Ejército israelí (Tsahal), que estaría impaciente por entrar.

Tengo para mí que el denostado primer ministro, Benjamin Netanyahu, no tiene ya mucho margen de maniobra, aunque nunca es descartable que un cadáver político busque aquello de que «de muertos al río». Quizás así se explique su airada reacción ante las medidas y contextualizadoras palabras del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, quien recordó que la brutal incursión de Hamas «no vino de la nada».

Como otra explicación complementaria para entender el tiempo que Israel se estaría tomando para cumplir su amenaza de que «Gaza ya no será la misma» –a no ser que decida arrasar totalmente con ella desde el aire (en camino va)–, hay que mirar a la renuencia de EEUU y, siempre a coro y por detrás, de sus aliados europeos.

Está, de un lado, el miedo a que Irán se implique aún más incrementando los ataques de Hizbulah (ya van 30 muertos en enfrentamientos) y de las milicias chiíes proiraníes en Siria e Irak, donde las tropas estadounidenses han sido objetivo de trece ataques en la última semana, sin olvidar a los huthíes yemeníes.

“The Wall Street Journal” citaba estos días a fuentes estadounidenses e israelíes no identificadas que aseguran que Biden habría pedido a Netanyahu esperar hasta que el Pentágono despliegue una docena de sistemas de defensa antiaéreos para sus tropas en países aliados como Kuwait, Jordania, Arabia Saudí y Emiratos Arabes Unidos, y no tanto o rivales como Irak y Siria. Todo ello en previsión de que Teherán y sus aliados abrieran nuevos frentes en caso de invasión de Gaza.

Hay analistas que lo dan por hecho y otros que dudan de que a Teherán le interese confrontar, siquiera por delegación, con EEUU en pleno deshielo (desbloqueo de fondos iraníes, canje de prisioneros...) e implicar de lleno a su «joya de la corona», léase Hizbulah.

También se habla de que Washington presiona a Qatar para que logre la liberación de sus rehenes (algunos hablan de once vivos y una treintena de muertos), siguiendo la estela de las dos primeras estadounidenses que soltó Hamas.


Gaza y Ucrania como llamaradas de una nueva Guerra Fría. Con una ONU inmovilizada por las potencias y despreciada por un Israel cuya independencia impulsó en 1947

 

Pero hay otra derivada: el temor de EEUU y de Occidente a enajenarse ya definitivamente al Sur Global por su doble rasero respecto a las guerras en Ucrania y en Gaza.

La incursión de Hamas, que en clave geopolítica ha buscado torpedear la normalización de las relaciones entre Israel y algunos regímenes árabes, llega en el peor momento para Occidente, enfrascado en el apoyo a Kiev tras una ofensiva desatada por Rusia para abortar a su vez el giro hacia el oeste de Ucrania.

Con matices, EEUU y sus aliados europeos mantienen su apoyo a Israel. Cuentan con el apoyo de las democracias liberales del Pacífico (Australia, Japón y Corea del sur).

Pero, como ocurre con la guerra de Ucrania, y más allá de países satélites latinoamericanos y africanos, ahí acaba el alineamiento con Israel.

El llamado Sur Global, reacio a condenar la invasión rusa de Ucrania –que ve como un conflicto entre potencias, cuando no promovido por Occidente– ve confirmado en Gaza el doble rasero de este. Con una excepción, la de la India del panhindú primer ministro Narendra Modi, quien basa su credo político en el desprecio a las minorías, sobre todo la musulmana, y se hace asimismo perdonar ante Washington su equidistancia en Ucrania mientras hace negocios con el petróleo ruso.

Con la Turquía del islamista Erdogan, ya por libre en Ucrania y forzada, a pesar de la reciente normalización de relaciones con Israel, a sacar la cara por los palestinos, más si son los Hermanos Musulmanes de Hamas. Qué decir de la calle árabe, indignada con unos bombardeos israelíes y una limpieza étnica que raya, si no llega ya, al genocidio.

El Kremlin se ha mostrado muy crítico con Israel. Posición sin duda loable pero inusual, ya que históricamente –desde tiempos de la URSS–, Rusia ha tenido buenas relaciones con el Estado sionista, sin olvidar, eso sí, sus lazos con los palestinos.

En igual clave anticolonialista, la China de Mao siempre fue propalestina. No obstante,  y a medida de que se convertía en una potencia económica y en un actor geopolítico ineludible, China ha alimentado sus relaciones con Israel.

El parón en la transferencia de tecnología de Tel Aviv a Pekín presionado por la Administración Biden y, sobre todo, la emergencia del bloque sino-ruso como alternativa a Occidente ha llevado a que China eleve la voz contra los desmanes israelíes en Gaza.

Y Xi y Putin tienen, como en Ucrania, la comprensión, cuando no el aval, del Sur Global. Occidente, con su apoyo a Israel, puede quedarse solo, como en Ucrania, que a río revuelto intenta ahora ganarse el de Netanyahu, renuente a hasta ahora a implicarse en una guerra por el peso electoral que tienen los israelíes de origen ruso (un 30% de la población).

Gaza y Ucrania como llamaradas de una nueva Guerra Fría. Con una ONU inmovilizada por las grandes potencias y despreciada por un Israel cuya independencia impulsó hace 75 años. Paradojas.