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Portazo oscurantista en una Donostia irreconocible

Goia, presentado el proyecto de regeneración e inmobiliario de El Infierno. (Gorka Rubio | Foku)

Quizás recuerden el caso del director de bomberos de Donostia, que dimitió hace tres meses acusado de colar a su hijo con uniforme de apagar fuegos en un macroconcierto en Anoeta. Pues bien, el diario que Eneko Goia ha usado estos años como boletín oficial (para exaltar lo bueno y edulcorar lo malo) informaba este miércoles, entre líneas, de que no recibirá sanción alguna. Simplemente ha adelantado su jubilación y, en consecuencia, decae el expediente abierto por el Ayuntamiento. A partir de ahí, no pregunten si es verdad o no el episodio: lo sabrá Goia, pero no la ciudadanía. Ha pasado ya antes con casos bastante más graves, como la caída mortal de un coche de la Ertzaintza al Urumea.

¿Qué tienen que ver el bombero y Goia? Nada y todo. Retrata una forma de actuar, en la que la rendición de cuentas no tiene lugar. Ni aunque sea para pasar el relevo en mejores condiciones. Y es que el hasta ahora alcalde le habría hecho un favor a su sucesor con una autocrítica y balance de errores.

Malas formas para esconder peores fondos. Estos diez últimos años han sido como medio siglo para Donostia, que hoy luce, sí, o eso dicen, pero irreconocible y ajena para muchos de sus habitantes, con la Parte Vieja enajenada para el turismo, los barrios sometidos a la especulación inmobiliaria, despersonalización evidente, desigualdad social al alza, caos de tráfico... Hay un clasismo omnipresente: mientras se desaloja a quienes malviven en un monte o se ponen trabas a cenas solidarias, la reforma de Illunbe se encarece hasta los 65 millones para mantener tres corridas de toros al año. Y el clientelismo de rigor: obras por doquier que se eternizan al tiempo que el cuestionado BCC de Gros se ha levantado en un año.

Nada de esto ha dicho Goia en su adiós, aunque su sucesor tendrá que capear con todo ello. Tampoco que perdió 10.000 votos en las últimas elecciones municipales o que era el alcalde capitalino peor valorado en todas las encuestas. Es de agradecer, eso sí, que no tire del socorrido comodín de las cuestiones personales. Pero también eso le deja en mal lugar: no era el partido quien debía saber «hace tiempo» que iba a dejar el cargo a mitad de legislatura, sino la ciudadanía que le votó, y la que no le votó.