Texto y fotografías: Xabier BAÑUELOS

Les enclos paroissial: ruta sacra bretona

Entre Morlaix y Landerneau, en el olvidado interior de Bretaña, se reparte una magnífica colección de iglesias, osarios, calvarios, arcos y cementerios que, agrupados en recintos cerrados, denominados enclos en francés, son la expresión de una religiosidad rural más allá de la fe.

Calvario de Guilimiau.
Calvario de Guilimiau. (Xabier BAÑUELOS)

Caminando por las calles de Sizun, se cuelan en el aire desde una ventana abierta las notas de “Bro gozh ma zadoù” (Vieja tierra de nuestros padres). Rápidamente se reconoce la voz de Alan Stivell recreando este canto convertido en himno oficioso de la Bretaña continental. Y junto a él, una pléyade de cantautores y cantautoras, Gilles Servat, Louis Capart, Gwennyn, Renaud Detressan, Rozenn Talec, Cécile Corbel, Clarisse Lavanant y los grupos Soldat Louis y Tri Yann. Bretones de corazón, “breizhiz a galon”, que, juntos, cantan a su tierra.

Aquí, en Sizun, comienza el confín de Bretaña, el solar de la antigua Bro-Leon. Es la barbacana de las nueve antiguas provincias celtas de la Armórica occidental, el “país frente al mar” rematado por el desafiante Finisterre del norte. Se dice en los alrededores, nos sin cierta socarronería, que es “la región de los curas” debido a su fervor cristiano y a sus numerosos enclos paroissial.

Pero no sería justo atribuirle solo a ella esta etiqueta ya que comparte la explosión de templos con las también antiguas provincias de Bro-Dreger (Trégor) y Bro-Gernev (Cornouaille). Inevitablemente, no deja de arrancarnos una sonrisa el susurro de la canción cuando llegamos a la Place de l’Abbé Broch… Douar ar Sent kozh - tierra de viejos santos-, nos dice cuando aparece ante nosotros, como un milagro, el que es una de las más bellas edificaciones dedicadas en Bretaña al dios de los cristianos.

Los recintos

He de confesar que los descubrí por casualidad. Había llegado a la patria de Astérix y Julio Verne sin saber de su existencia. Fue paseando por Saint-Thégonnec cuando al toparme con su iglesia solo pude exclamar: “¿y esto?”, una vez que la sorpresa me dejó articular un pensamiento. Me encontraba ante una lección de arquitectura de tal singularidad que mi mente no lograba ubicarla, encajarla, de manera adecuada en una población rural de apenas 2.600 habitantes. Inmediatamente me puse a indagar descubriendo que no sólo no era una excepción, es que había al menos una treintena de conjuntos similares en el entorno que rodea el Parque Natural Regional de Armórica entre Brest, Quimper y Morlaix.

Me encontraba frente a un enclos paroissial, uno de los “recintos parroquiales” o ”recintos bretones” que salpican esta geografía. Constituyen la manifestación religiosa y arquitectónica más exclusiva de Bretaña y una de las más singulares del Estado Francés. Grosso modo se trata de agregados compuestos por diversos elementos presididos por una iglesia y rodeados por un muro. Dicho así, la propuesta no parece especialmente tentadora. Sin embargo, tiene una serie de características que pronto nos despierta el interés.

En primer lugar está lo referente a su concepción. Son, como indica su nombre, conjuntos parroquiales, no monásticos, es decir, pertenecen a la rama secular. Son diocesanos, no sujetos a una orden, sino de uso común y, más determinante si cabe, construidos por iniciativa comunal. Esto los convierte en templos de y para el vulgo que surgen directamente del mundo rural, sin vínculos con grandes núcleos urbanos y ligados íntimamente a las gentes de poblaciones pequeñas.

Nacen por lo tanto arraigadas a la tierra y a la cosmogonía vernácula de la Bretaña popular de siglos pasados. Esto les dota de un muy interesante -y a veces poco sutil-, punto de sincretismo ligado al culto a los muertos y a rasgos de la mitología celta, casados con una espiritualidad de carácter naif pero profunda, que se manifiesta, por ejemplo, en muchas de las representaciones de su imaginería.

En segundo lugar, están sus elementos constructivos ya que, más allá de su sobresaliente calidad arquitectónica, los elementos que lo componen son muy peculiares. Lo que primero encontramos es el muro, que delimita el enclos, el recinto, en cuyo interior se distribuyen el resto de componentes. La tradición de estos cercados viene del s. XII y su función es perimetrar y proteger el espacio sagrado.

Abriendo el muro nos recibe la puerta triunfal, una puerta con arcadas inspirada en el arco romano, normalmente muy ornamentadas y con un toque de grandiosidad. Se las conoce como Porz ar maro o Puerta de la muerte, nombre debido a dos de los elementos a los que da acceso, el cementerio y el osario.

El campo santo se sitúa en el espacio que rodea a la iglesia desde que en 1719 se prohibiera el enterramiento en su interior. Pero anteriormente se hacían dentro, por lo que fue necesario construir osarios donde guardar los huesos exhumados ante la falta de espacio. Son estos edificios de porte solemne y muy elaborados, normalmente exentos de la iglesia y con una capilla-relicario en la que se depositaban los cráneos.

La iglesia, por su parte, es un templo de considerable envergadura, con altas torres, y de una factura elegante que la dota de gran belleza con sabor rural. Finalmente está el calvario, un crucero complejo de composición coral sobre un podio que representa la pasión de Cristo en la cruz. Muy elaborados, constan de esculturas exentas y bajorelieves, llegando a ser muy profusos, como el caso de Guimiliau y sus más de 200 personajes.

Imagen ecléctica

Los enclos paroissial surgen de una época de bonanza en la que las diferentes poblaciones bretonas pugnan por tener el mejor lugar donde demostrar al mismo tiempo su fe y su pujanza. Entre los ss. XVI y XVII se lanzan a una vorágine constructiva de conjuntos píos cada cual más fastuoso y ceremonioso. Son una suerte de juego entre la ostentación y la piedad, la grandiosidad y la devoción, la belleza y el fervor, encontrando en el tránsito entre el gótico y el barroco la desenvoltura ornamental idónea para conjugar todas estas parejas, y la suficiente permisividad a la hora de agregar influencias externas con la propia idiosincrasia creativa y temperamental.

La herencia gótica de las filigranas de sus agujas y pináculos, así como en la profusión de gabletes y frondas, se combina con la sencillez de las bóvedas que ponen cielo a sus naves. Sus arquivoltas ojivales enmarcando puertas de arcos deprimidos, nos sumergen en paraísos tan inocentes como dramáticos de policromías planas sobre tallas de madera, ora grotescas ora cercanas al antinaturalismo románico. Igual ocurre con sus bajorrelieves en piedra e incluso con sus piezas de bulto redondo.

En todo ello se adivina una intencionalidad claramente didáctica, aleccionadora, doctrinaria, pero aunque acaben siendo perfectamente identificables en su definición, esta es fruto más de un hacer rústico, cercano y eficaz que del compromiso estético con una corriente determinada. De hecho, los rasgos se entremezclan en un mestizaje ecléctico de base gótica en sus últimos y exuberantes coletazos, donde se intercalan salpicaduras renacentistas y, sobre todo, genes de un barroco incipiente que va ganando su espacio.

Así, aunque los recintos siguen un patrón similar, no caigamos en el error de creer que son iguales. Todos nos van a sorprender a pesar de su unidad estilística y la repetición de los fundamentos e ingredientes que los integran, porque todos admiten variaciones y todos son diferentes. Pueden ser diversos en el número de componentes o en su desarrollo. En uno habrá fuente y en otro no, mientras en aquel el calvario será una prolija virguería y en ese otro lo que destaca es el osario, o la iglesia.

No menos interesantes son los ambientes en los que se levantan, que van desde los cascos históricos de pueblos con carácter hasta pequeñas aldeas donde el paisaje natural cobra protagonismo. Y reunidos, forman una ruta monumental inopinada y sugerente que nos conduce por un camino afortunado.