IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Ojo crítico

Estamos preparados para desmenuzar un discurso y entresacar sus incoherencias o los mensajes contradictorios o con intenciones poco claras, pero ¿cómo buscamos la coherencia o la confianza en una imagen? ¿Cómo podemos ser críticos con lo que vemos? Para quien no se haya enterado todavía, bienvenidos a la era de la imagen. Las pantallas están por todas partes y desde el móvil en nuestro bolsillo hasta las antípodas, hay solo un par de satélites por medio. Vemos, vemos y vemos imágenes que lo inundan todo. Casi igual que lo hacemos con la contaminación lumínica, podríamos hablar de contaminación figurativa, ya que llega un momento en que nuestra percepción se ve superada por la omnipresencia de representaciones de la realidad a nuestro alrededor, e incluso se hace difícil discriminar. La imagen es comunicación, del mismo modo que lo es la palabra, o la música, y como tal, todas las imágenes que se nos muestran tienen un objetivo que nunca es aséptico, entre otras razones porque en la producción de la imagen, sea estática o en movimiento, hay una selección de la porción del mundo que el autor quiere capturar. Jerome Bruner, psicólogo cognitivista, en uno de sus ensayos sobre las capacidades de la mente imaginativa, recogía la conclusión, entre otras, de que un texto literario no puede leerse solo desde un nivel de significado, sino que cualquier cosa que leemos tiene en sí varios mensajes que nos implican de forma diferente. Por ejemplo, llevándolo al mundo de las imágenes, cuando observamos un retrato, podemos ver en él la belleza de la imagen, su simetría, su color, su textura, pero podemos ir más allá y ver a la persona retratada, quién es, su historia, el momento en el que se capturó la imagen, e incluso dando un paso más, ver lo que esa persona estaba sintiendo en el momento de la instantánea o lo que el autor, que ni siquiera sale, pretendía transmitir sacando esa y no otra fotografía. Y extraemos información de esos y otros niveles de significado, sin poder separar unos niveles de análisis de otros. En resumen, imbuidos en las imágenes comerciales, informativas, de ocio, de las que vivimos rodeados, hay mensajes variados que están dirigidos al observador o la observadora, a nosotros, y de los que no siempre somos conscientes.

El punto de partida fundamental para ser críticos con estas imágenes es, como no podía ser de otra manera, pensar, ya que así empezaremos a ser conscientes de algo que antes se nos pasaba por alto. Por esta razón, la imagen se ha utilizado muy pronto en todas las culturas para contar, para enseñar y capturar la esencia de aquello a lo que hacía referencia, pero también para manipular y evocar en los observadores ciertas sensaciones y emociones. Así que, en concreto, pensar en lo que tratan de decirnos hace esta reacción algo menos automática. Después, debemos recordar que todas las imágenes tienen autoría, es decir, hay una (o muchas) persona construyendo esa representación, aunque se trate de algo informativo, algo así como si otra persona nos señalara con el dedo y nos dijera «Mira eso». Y a continuación, las imágenes llevan consigo un discurso, un pie de foto no escrito que reza «El mundo es…». Después, el siguiente paso sería escuchar lo que pasa en mí al ver esa imagen: ¿me agrada, me atrae, me causa rechazo, me da miedo…? Y pensar en las razones por las que eso es así, a menudo muy básicas pero no por ello mis reacciones han de ser inamovibles. Estos son algunos de los filtros que podemos poner antes de responder automáticamente a una imagen que nos lanzan, acercándonos a lo que «vende» o alejándonos de lo que nos impacta. Y recordar que a veces, igual que hay que apagar las luces de la calle para ver las estrellas, podemos simplemente dejar de mirar.