IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

La madera como cambio cultural

La madera es el único material vivo que se usa en la arquitectura. Cualquier persona que viva en el centro histórico de una ciudad podrá comprobar esa afirmación; con los cambios de estación, la estructura crece o disminuye, y ciertas puertas, misteriosamente, comienzan a no poderse cerrar, acompañadas de sonidos chasqueantes de la tarima expandiéndose o retrayéndose.

El parque inmobiliario en Euskal Herria cuenta con un porcentaje elevado de edificios de más de 75 años, con estructura de madera en la inmensa mayoría de los casos. Tal vez sea ese el motivo de una cierta mala prensa de la madera en el caso de los edificios residenciales. En cualquier caso, está claro que la preferencia por materiales pesados –hormigón, piedra– es, hoy por hoy, una decisión cultural proveniente de una tradición no renovada.

Aunque volveremos al tema cultural un poco más adelante, está claro que en los países escandinavos, y en general en el norte de Europa, se valora de otra manera el uso de la madera. Prueba de ello son los numerosos proyectos que utilizan la madera como elemento estructural principal, incluso con cambios normativos que permitan este supuesto.

El edificio Puukuokka es un ejemplo de este cambio de mentalidad. Construido en mitad de Finlandia, en la población de Jyväskylä, su estructura y cerramiento están enteramente producidos en madera. Bueno, tal vez deberíamos aclarar que no es exactamente madera tal y como la conocemos, sino paneles de contrachapado industrial o CLT (Cross Laminated Timber, en inglés).

Mediante este sistema, la madera no está tan “viva” como en el primer ejemplo y podemos crear piezas de muro que, encajadas como si fueran partes de un juego infantil, pueden hacer que reduzcamos el tiempo de obra de modo dramático, sobre todo si lo comparamos con la construcción tradicional de hormigón.

En Finlandia fue solo a partir de una reforma legislativa en 2010 que este sistema se permitió en edificaciones en altura. Según el estudio OOPEAA, responsables del diseño del edificio Puukuokka, a esa ventaja debida a la reducción del tiempo en obra se debe sumar la huella de carbono del material, muy baja, y unas prestaciones tanto estructurales como térmicas. A todo eso, debemos sumar el hecho de que la prefabricación puede convertir una industria como la de la construcción, que en el Estado español necesita de media dos toneladas de materia prima por cada metro cuadrado construido, en algo necesariamente más sostenible.

El resultado sigue siendo un edificio que podría haber sido construido en cualquier otro material. OOPEAA juega con una colocación en el solar serpenteando la planta, ya que este es el primer edificio de un complejo de tres. De ese modo, la parte cóncava del edificio se reviste y pinta de negro, y en la parte convexa se mantiene el espíritu y la apariencia de la madera, haciendo que la fachada sea jalonada con salientes y balcones.

En el interior, la distribución es clara y de nuevo un poco alejada de nuestra cultura arquitectónica: un espacio-pasillo central, abierto por patios y dobles-triples alturas, permite la entrada a las casas, a un lado y otro de este pasillo. La anchura de ese distribuidor hace sin duda que no se trate del típico “rellano”, sino que está pensado para posibilitar un auténtico encuentro entre vecinos.

Podemos encontrar ejemplos de viviendas de hasta diez pisos de altura en Gran Bretaña (pioneros europeos de este sistema CLT), Suecia, Noruega, Alemania, Bélgica... En el caso de Euskal Herria, en estas mismas páginas analizamos la Escuela Infantil de Zaldibar, en este caso de una única altura, pero construida con muros portantes de CLT en tiempo récord.

En nuestro inconsciente colectivo, la madera (utilizada como estructura principal) es sinónimo de eventualidad, mientras que la piedra (y su alter ego moderno, el hormigón) simboliza lo duradero. A este paradigma de durabilidad hay que sumarle un cierto temor colectivo a la vuelta a la pobreza; al fin y al cabo, las casas de “pueblo” y los caseríos que no tenían recursos crean sus muros con entramados de madera con un entrepaño de albañilería, siendo este un método barato de levantar muros. Cuando el caserío tenía dinero, sustituiría estos entrepaños por mampostes de piedra, dejando atrás un pasado de pobreza.

Ese poso, sin duda, ha calado y difícilmente se revocará hasta que no entre una generación que tenga otros valores por bandera. El mero hecho de conseguir una huella de carbono lo más baja posible ya debería de ser un elemento obligatorio en licitaciones públicas de vivienda (algo que en la Comunidad Autónoma Vasca ya se viene haciendo).