IñIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

Retorno a la cueva

El ser humano, probablemente debido a la parte de genética animal que aún no ha domesticado, con el buen tiempo tiende a reconquistar la naturaleza. Playas, valles y montañas, marcos naturales contrapuestos a nuestra vida urbanita de asfalto y hormigón, se ven estos meses colonizados por ciudadanos en busca de un contacto directo con la naturaleza.

Este cambio de necesidades tiene, por supuesto, su eco en la arquitectura. La idea de un volumen puro, una caja blanca, es la que da sentido a la arquitectura moderna del siglo XX, de la que somos herederos. Una caja geométrica, rectilínea, precisa y contenida. Una caja artificial que pugna con el caos de la naturaleza. Un volumen puro, pulido, frío y brillante. Una caja producida en serie, con acero y vidrio, que invade con su silueta abstracta nuestras ciudades. Por el contrario, la arquitectura que persigue enamorar a la naturaleza debe tener otro referente.

La idea de cueva puede ser ese concepto alternativo que dé cobertura a una arquitectura más relacionada con lo natural. En la idea de cueva, el perímetro no importa, es agresivo, rugoso y de formas imprecisas. Lo importante es su centro, el espacio donde, gracias a sus discontinuidades, salientes y orificios, el ser humano puede obtener acomodo. La cueva fue el refugio del hombre prehistórico, el lugar en el que protegerse de la naturaleza hostil, su madriguera. En su origen fue una porción de la naturaleza ocupada, pero al domesticarla se convirtió en arquitectura.

El arquitecto japonés Sou Fujimoto se preguntó cómo hacer una arquitectura que permitiese a sus usuarios una vida en contacto directo con la naturaleza y su respuesta fue una cueva de madera. El edificio es un pequeño habitáculo inmerso en el entorno natural en Kumamoto, Japón.

Con un aspecto exterior que recuerda al juego del yenga, ese en el que se retiran piezas de madera de una torre poniendo a prueba la estabilidad de la misma, Fujimoto adoptó la especialidad de una cueva, pero construida con sólidas piezas de madera. La pequeña construcción puede ser considerada como una arquitectura primitiva y al mismo tiempo nueva. Piezas de cedro de 35 cm de sección cuadrada se amontonan sin cesar. Al final del proceso aparece un lugar lleno de protuberancias, un hueco que, gracias a su funcionalidad, se convierte en arquitectura.

La madera es tal vez el material más versátil de todos aquellos que componen la materia de la arquitectura. Debido a su gran versatilidad, que depende del tipo de corte que se haga a la pieza original, la madera se utiliza en la arquitectura convencional en múltiples lugares de la obra. No solo en las estructuras, tales como columnas y vigas, sino también en el resto de partes que componen un edificio, como paredes exteriores, interiores, techos, suelos, aislamientos, muebles, escaleras o ventanas. Por el contrario, en esta obra de Sou Fujimoto, una única pieza cumple todas esas funciones en un solo proceso y con una única forma de usar la madera. Se trata de una defensa de la versatilidad, pero también de la abstracción y del minimalismo, concentrado en este caso en la utilización de un único elemento, las piezas de cedro de 35 cm.

El bloque compacto y sólido, esculpido interiormente por múltiples oquedades, tiene un impacto increíble. Trasciende lo que solemos llamar “madera” y se convierte en una unidad material totalmente diferente. Si bien el conjunto del edificio es una acumulación de piezas similares apiladas, también puede entenderse como un sólido de madera excavado interiormente del que se ha sustraído material formando un espacio interior continuo. Algo así como un gran tronco caído en el que el paso del tiempo ha construido un hueco interior utilizable como refugio.

La medida utilizada para las piezas de madera construye una especie de módulo de 35 cm que corresponde directamente con el cuerpo humano. Por lo tanto, se crea un espacio tridimensional con un orden adecuado para el usuario tanto en la horizontal, como en la vertical. No hay diferencia entre el suelo, las paredes o el techo, de hecho no hay diferencia entre esos elementos y el mobiliario, la mesa o un banco. Cada usuario reinterpreta la espacialidad del interior de acuerdo a donde está y las necesidades de cada instante.

La casa es en cierto modo la manifestación de un sueño, es la creación de un espacio de la naturaleza como el de las cuevas primitivas, en el que las leyes naturales definen la geometría del espacio interior, de modo que las personas tienen que modificar su conducta, adaptar su vida a esas reglas que la naturaleza impone.

Así, ese cubículo primitivo, más que ordenar unos espacios de funcionalidad estrictamente planificada y de uso concretos, mediante el apilamiento de vigas de madera propone opciones. Ofrece maneras de usar el espacio. Tumbarse allí o usar esa zona como mesa, sentarse ahí o ponerse de pie sobre ese saliente, o apoyar en él un portátil algo más allá. Es un interior que más que tener unas reglas de funcionamiento predefinidas, abre el espacio a los usos que el usuario le quiera dar.

Permitiendo esta libertad, la arquitectura busca una nueva concepción, un retorno a la cueva, al contacto directo con la naturaleza, aunque solo sea unos pocos días durante el verano.