IÑIGO GARCIA ODIAGA
ARQUITECTURA

Pensar con las manos

En el año 2012, el crítico de arquitectura finlandés Juhani Pallasmaa escribió el libro “La mano que piensa”, un texto que analiza la relación entre la destreza manual, la inteligencia y la propia evolución del ser humano.

La mano no es solo una herramienta ejecutora, sino que tiene intencionalidad y habilidades propias. Lo demostró Eduardo Chillida cuando comenzó a dibujar con su mano izquierda, ya que la mano derecha le iba demasiado rápido. Dejaba atrás la cabeza y la sensibilidad, en definitiva la razón, de modo que el dibujo, más que en un acto de reflexión sobre lo que se quería contar, se transformaba en un ejercicio gimnástico. Lo único que había era una mano hábil.

Consciente de esta realidad, Pallasmaa intenta demostrar cómo la evolución humana se ha debido a esa presencia constante del sentido del tacto. En el pasado, los modos de vida permitían, o mejor dicho obligaban, el contacto íntimo con el trabajo, con la producción, con los materiales y el clima o los fenómenos siempre cambiantes de la naturaleza, lo que proporcionaba una abundante interacción sensorial con el medio y con el mundo.

De este modo, ese trabajo manual, presente en las diversas situaciones de la vida cotidiana y en los procesos de producción artesanal, proporcionaba una educación y un conocimiento fundamentado en la experiencia que se antoja primordial para el crecimiento y el aprendizaje humanos.

Esta circunstancia pone de manifiesto que el conocimiento teórico, abstracto o conceptual de los libros –es decir, la educación intelectual y verbal–, a pesar de su papel hegemónico en la formación de las personas, no lo es todo y que un acercamiento más sensorial, por ejemplo a la arquitectura, puede dar también buenos resultados. En cierto modo, la enseñanza y la percepción de la arquitectura están centradas en la imagen y, por tanto, en una percepción visual.

En el año 2008, el arquitecto de San Francisco Chris Downey perdió la vista tras una operación para extirparle un tumor cerebral. Un hándicap a la altura del de Beethoven, que desarrolló una sordera profunda.

Sin embargo, Chris sigue hoy ejerciendo como arquitecto tras haberse convertido en un pionero en el campo del diseño de arquitectura para las personas con algún tipo de discapacidad visual. Como él mismo reconoce y como producto de su formación académica, antes de que perdiera la vista enfocaba su diseño hacia cómo se veía un espacio y ahora, por el contrario, está más preocupado por cómo se sienten las texturas de los materiales, la temperatura, la acústica o incluso el olor de un determinado lugar. Así construye un discurso arquitectónico que cede protagonismo a todos los sentidos en detrimento de los aspectos más visuales y, por tanto, genera una experiencia del espacio más global e intensa.

Debido a la pérdida de visión, Chris Downey tuvo que repensar la forma de enfrentarse al trabajo de la arquitectura y encontró el camino ayudándose de las nuevas tecnologías. Gracias a un nuevo sistema de impresión, los planos de los diferentes proyectos son grabados con relieve en un papel especial, de forma que puede interpretarlos siguiendo su trazado con las yemas de sus dedos. Y tal y como ha reconocido él mismo, «cuando estoy leyendo una planta de un edificio, mi mente está pensando activamente en todos los materiales, la composición, todas esas cosas que siempre han estado a mi disposición, pero que, a la hora de leer dibujos con mis ojos, dejaba en un segundo plano».

Downey abrió su propio estudio, Architecture for the Blind (Arquitectura para ciegos), en el estado de California. En él asesora a equipos de diseño, firmas de arquitectura y organizaciones que buscan disponer de una experiencia tan directa como la suya en este campo.

Más allá de su reto personal, la propuesta de Chris Downey construye un nuevo camino para la arquitectura, planteando proyectos que buscan algo más que ser bonitos, proponiendo edificios en los que lo táctil, la textura, sea más importante que la espacialidad o la imagen.

En cierto modo, la preponderancia de lo visual sobre el resto de los sentidos ha construido un discurso y unos modelos de arquitectura que han desatendido y también atrofiado otras lecturas del entorno. Tal y como comenta Downey, la ceguera le obligó a «re-entrenar» el resto de los sentidos y comenzó a escuchar sonidos y a sentir texturas que antes ignoraba. Le forzó a leer el espacio, en lugar de, con las proporciones visuales, con las manos, interpretando cuál es el lado por el que te calienta el sol o sintiendo la intensidad con la que golpea el viento, para determinar su posición en el contexto espacial de la arquitectura.

Por lo tanto, para entender un espacio, es necesario ver más allá de lo que ven tus ojos, es tal vez necesario pensar con las manos, tal y como argumenta Pallasmaa. Pero la duda es saber cómo cambiaría nuestra percepción de la arquitectura, si todos nos volcásemos en esa exploración multi-sensorial del espacio y no únicamente los que, como Chris Downey, se ven forzados a ello.