XANDRA ROMERO
SALUD

La responsabilidad en la obesidad infantil (II)

Hablábamos en el artículo anterior de la responsabilidad que tenemos sobre los hábitos alimenticios de nuestros pequeños. Y concluíamos que ninguno de los factores que influyen y mantienen la obesidad infantil están en la mano del niño. Entonces, ¿qué podemos hacer y qué debemos tener en cuenta?

Lo primero, las preferencias alimentarias de los niños, ya que estas se relacionan con la elección de alimentos saludables y no saludables. Existe la evidencia de que los bebés recién nacidos prefieren de forma innata el sabor dulce y salado, y rechazan el amargo por un sentido puramente evolutivo. Así, la aceptación de los alimentos de sabor amargo, como algunas frutas y verduras que ayudan a disminuir la densidad calórica de la dieta, tiene que ser aprendida en edad temprana a través de la oferta constante de estos alimentos por los padres.

Sin embargo, independientemente de las preferencias innatas o aprendidas, el aprendizaje de sabores empieza antes del nacimiento. Ciertos sabores consumidos por la madre están presentes en el líquido amniótico y son preferidos poco después del nacimiento. La lactancia materna ofrece otro modo de aprendizaje más precoz. Se ha demostrado que los recién nacidos detectan los sabores en la leche materna, por tanto, esta exposición temprana a ciertos sabores ofrece una ventana crítica para la aceptación potencial de sabores asociados con alimentos “saludables”.

En definitiva, los padres son parte integral del proceso que ayuda a los niños a aceptar sabores y alimentos. Este proceso influencia de forma importante qué, cuánto y cómo los niños aprenden a comer. Por lo tanto, las prácticas de alimentación de los padres hacia sus hijos durante la primera infancia son cruciales para facilitar o dificultar el desarrollo de patrones apropiados de autorregulación de ingesta energética, de preferencias alimentarias, así como la influencia en la elección independiente de los alimentos y la dieta del niño hasta la madurez.

Además de lo anterior, los lactantes y niños de edad temprana tienen una capacidad innata para regular el consumo de energía (comer más o menos según señales internas y no horarios, etc). Sin embargo, a veces ciertas prácticas de los padres, como, por ejemplo, insistir en que se acaben el biberón, pueden llevar al desaprendizaje de la regulación de la ingesta. Entonces el bebé pierde el control de su ciclo de hambre y saciedad, con efectos potenciales a más largo plazo.

En cambio, cuando no insistimos con la comida en el momento que muestran señales tempranas de saciedad, ellos aprenden que sus señales de comunicación de saciedad están siendo “escuchadas” y que los padres responden a estas muestras de regulación de ingesta.

Como vemos, nuestro papel es más que crítico en el desarrollo de un patrón alimentario saludable en nuestros hijos y empieza incluso antes del nacimiento. Del mismo modo que si nos hemos equivocado y ya se ha desarrollado una obesidad, nosotros tenemos un papel vital en su tratamiento nutricional. Pensémoslo así: un niño no decide cómo, cuándo y dónde escolarizarse igual que no decide si comerá sano o no.

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