IRITZIA

Catorce años de terror

Las imágenes de la ola de refugiados que inunda Europa se siguen con atención en EEUU. En las cenas se escuchan conversaciones muy informadas sobre los últimos detalles de los dramas que se están viviendo, se intercambian tuits entre personas muy conscientes, para que todos, al instante, estén bien enterados y, finalmente, el Gobierno de Barack Obama anuncia su enorme gesto humanitario y generoso consistente en que aceptará a 10.000 sirios el próximo año.

Mientras tanto, se han cumplido catorce años de la fecha que ha dejado tan profunda huella en EEUU: el 11 de setiembre. Coincidiendo con la fecha, desde donde estaban las Torres Gemelas brotaban, alcanzando el cielo, dos columnas de luz, mientras miles de turistas se congregaban alrededor del enclave para observar el monumento/fuente/hoyo y la peregrinación de los familiares de los fallecidos. Además, se inauguró un monumento más para recordar la fecha en el lugar donde cayó el avión en Pensilvania ese día, y también se marcó la fecha en el Pentágono.

Han pasado catorce años del acto que desató una guerra infinita y que ha cambiado para siempre este país y, a la vez, ha destruido a otros con invasiones, intervenciones, bombardeos, el armamento y financiación de milicias, misiones de asesinato a control remoto por drones, el estrangulamiento económico y secuestros y desapariciones en nombre de la guerra contra el terror, justificada por algo que ahora se llama 11-S.

Pero el discurso oficial parece como si hablase de alguna catástrofe natural, como si los gobiernos no tuvieran nada que ver, como si las guerras fueran espectáculos y los ciudadanos estadounidenses y europeos fueran invitados solo como observadores.

Aún resulta difícil entender –aunque sí se puede medio explicar– por qué estos observadores permitieron que durante catorce años sus gobiernos devastaran países enteros y aterrorizaran a millones de madres, padres, hijos, artistas, músicos, obreros, estudiantes, niños... gente con sueños, amores y preocupaciones igualitos a los suyos. No es que todos lo permitieran, muchos expresaron su oposición, pero fueron insuficientes y así, y por ello, otros siguen sufriendo múltiples 11-S y sus nombres no son recordados en las ceremonias del aniversario.

De hecho, durante todo este tiempo se ha buscado que la memoria social sea suprimida por la oficial, la cual omite asumir responsabilidad alguna por la devastación de los países de donde ahora huyen millones; los refugiados de las bombas y balas de Washington y Londres, entre otros.

Esta supresión de la memoria ha llegado a tal nivel que los políticos parecen no tener urgencia patriótica alguna para rescatar a los voluntarios de ese día. Más de 70.000 residentes de todo EEUU (incluidos inmigrantes) respondieron a esa tragedia. Hoy en día, unos 33.000 de esos voluntarios, junto con cientos de bomberos y gente de primeros auxilios, padecen enfermedades vinculadas con su trabajo en las tres zonas impactadas el 11-S. Sin embargo, por ahora, el Congreso no ha procedido a renovar los programas federales de asistencia a estos héroes. Pero eso sí, parece haber un presupuesto ilimitado para operaciones militares por todo el mundo.

Noam Chomsky, en una entrevista con “La Jornada” tres días después de los atentados del 11 de setiembre, comentaba que los hechos suponían un gran triunfo para la derecha en todo el mundo –desde Bush y su gente en Estados Unidos, pasando por sus socios en Europa e Israel, hasta los fundamentalistas de derecha en el mundo árabe– y que los costes serían pagados por los palestinos, los pueblos pobres y oprimidos, y la izquierda progresista en todo el mundo. Algo que ha quedado más que comprobado. Y parece que catorce años y las olas de refugiados, los ríos de sangre y de lágrimas, el eco ensordecedor de gritos y la imagen de un niño muerto en una playa aún no son suficientes. Casi todos los precandidatos presidenciales –con la notable excepción de Bernie Sanders– no dejan de repetir cómo y cuándo emplearán la fuerza militar contra diversos enemigos. O sea, proponen más de lo mismo de estos últimos catorce años.

Aquí no hay falta de información sobre las consecuencias de las políticas de guerras, de las violaciones de derechos humanos y libertades civiles. Michael Moore, al presentar su nuevo documental, “Where to invade next”, comentó que no necesitamos ver otro filme más que hable de lo mal que está esto o de lo mal que está lo otro. Necesitamos inspirarnos sobre lo que sí podemos hacer.

Pero para eso, tal vez ya no se requiere de mayor información, sino solo que ya no se pueda aguantar tanto. A veces es inaguantable ser observador en y de EEUU.