ÍÑIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

Construir una montaña

Si algo caracteriza la construcción actual es su enorme capacidad de transformación del territorio. La maquinaria y la tecnología al servicio de la arquitectura lo pueden todo, desde mover montañas a desplazar mares. Esta fuerza tan desmesurada es capaz de solucionar problemas hasta ahora irresolubles para el hábitat humano, pero también provoca en más de una ocasión destrozos irreparables en el medio natural. Es precisamente esta capacidad tecnológica la que poco a poco está transformando la ciudad y el paisaje en un espacio artificial, ya que, incluso en lo rural, la transformación de la naturaleza es tal, que el entorno únicamente puede ser considerado como artificial.

Holanda, un país que ha construido su suelo desplazando las aguas del mar, es probablemente el paradigma de esta idea de paisaje artificial. Su grado de transformación del territorio es tal que la pelea con el mar es constante para mantener el hábitat de sus habitantes.

Como parte de un programa nacional de seguridad debido a la elevación de los niveles del mar cerca de la ciudad holandesa de Dordrecht, se retiraron toneladas de tierra alrededor del edificio del museo de la región, convirtiendo el lugar en una isla artificial para hacer del área una zona de retención de agua en caso de fallo de alguno de los diques que controlan el nivel del mar.

Junto a esa operación, se propuso la renovación y ampliación del museo Biesbosch como una manera de compensar a los vecinos de la región. El proyecto ha sido desarrollado por el estudio de Marco Vermeulen, que, en una nueva ala, ha añadido un restaurante y sala de exposiciones temporales de arte contemporáneo.

La estructura hexagonal de los pabellones originales del museo se ha mantenido como sistema de organización del nuevo volumen de 1.000 metros cuadrados añadido al lado sur-oeste del edificio. Las fachadas tienen grandes ventanales, que permiten que tanto el restaurante orgánico como la galería de exposiciones temporales gocen de buenas vistas sobre el paisaje adyacente. Además, los antiguos espacios del edificio existente se han restaurado para albergar la exposición permanente, una biblioteca, una sala de usos múltiples, la zona de entrada y la tienda del museo.

Tanto las viejas como las nuevas edificaciones del museo están rodeadas de un paisaje construido gracias al movimiento de tierras, lo que dio pie a plantear una cubierta de tierra con un techo de hierba y plantas. Esta cubrición, que es el rasgo más característico del museo, aglutina un interesante debate arquitectónico. Por un lado, presenta el museo como una institución “verde”, si se quiere ecológica, y por otro, la constituye en un objeto escultórico que puede ser leído como una obra de Land Art. Pero, al mismo tiempo, manifiesta su similitud con el paisaje de la región, un escenario artificial, al igual que las montañas de tierra que construyen la volumetría del museo. En cierto modo, la instalación parece reírse de su propia apariencia, que, desde algunas visiones, puede confundirse con los montones de tierra resultantes de transformar el entorno en una isla, plasmando su existencia como un residuo de la gran operación logística de construcción del polder.

Los pliegues verdes de la cubierta dan paso a un sendero de montaña que culmina en un puesto de observación que permite visualizar el paisaje de la región.

La naturaleza artificial del diseño minimiza el consumo de energía, cuyo único punto débil son los paños acristalados, que se han equipado con vidrio resistente al calor que elimina la necesidad de persianas. En los días fríos, una estufa de biomasa mantiene la temperatura del edificio, mientras que en los meses de verano, el agua del río que convierte en isla el solar del museo fluye a través de tuberías enterradas bajo el inmueble para enfriar sus espacios.

El proyecto de la isla de los museos, como es conocida esta intervención, está a medio camino entre la arquitectura y las grandes infraestructuras transformadoras del entorno. En el futuro, el complejo incluirá un parque de marea de agua dulce que recibe agua del río a través de un arroyo artificial. Las mareas y las variaciones estacionales en los niveles del agua serán experimentados, pero siempre bajo control, en una especie de natura in vitro. En un modelo cerrado que imita a la naturaleza, pero la somete al control humano, presentando, para bien y para mal, una naturaleza domesticada. Esta es la contradicción que defiende el museo al presentarse irónicamente como una montaña construida por el hombre, ya que sabe desde el principio que una montaña artificial nunca será como una de verdad.