Carolina Gamazo Aramendía
AUTOGESTIÓN MAYA

Totonicapán, el poder político de un bosque

Los 48 cantones de Totonicapán son el ejemplo más consolidado en Guatemala de un modelo de autogestión maya paralelo al oficial, basado en autoridades indígenas y que se replica en toda el área indígena del occidente del país. Los 48 cantones, mayas quichés, son además dueños de 22.000 hectáreas de bosque comprado a la Corona española en tiempos de la colonia y actual precursor de una fuerte influencia política a través de la autogestión de su propia agua.

Demetrio Tiu y Santiago Aguilar caminan por el bosque de la aldea Barreneché, la última de Totonicapán, en el altiplano de Guatemala. Estamos a 2.300 metros de altura, entre pinos, cipreses, encinas y alisos. Es un día de cielo despejado de febrero y aunque el viento es frío, el sol pega con fuerza en los claros de la montaña. Demetrio, de 63 años, piel curtida, grandes dientes y un anorak de talla de niño, lleva la voz cantante explicando la importancia del trabajo de los guardabosques.

«La montaña es parte de nosotros, de Barreneché. Si no hubiera vigilancia, ¿sabe que pasaría? Llegan a talar, a quemar, llega la caza. Se quedaría como un desierto y ¿qué ocurre? Se termina el nacimiento y ya no hay agua. Desde el inicio, nuestros ancianos, nuestros abuelos mayas, cuidaron de este bosque. Y nosotros lo tenemos que cuidar para las futuras generaciones», explica este hombre con la dificultad de quien no habla en su lengua materna.

Demetrio y Santiago son dos de los encargados por la aldea Barreneché de proteger el bosque de los 48 cantones de Totonicapán, una organización maya quiché de raíces precolombinas que actualmente abarca a 47 comunidades y el municipio de Totonicapán, la cabecera de provincia de este departamento con mayor porcentaje de población indígena del país, un 98 por ciento del total. Los 48 cantones abarcan un total de 140.000 mayas quichés y es una entidad que tiene como principio la colectividad, como centro la naturaleza y como símbolo su bosque: 21.000 hectáreas compradas a la Corona española en tiempos de la colonia a nombre del pueblo indígena de Totonicapán.

Ambos guardabosques deciden que el recorrido irá dirigido a un lugar ceremonial maya conocido como María Tecún, un saliente en la montaña desde donde se puede ver un valle rodeado de multitud de cerros cubiertos de pinos. Un lugar presidido por un gran peñón al que grupos de indígenas llegan para oficiar ceremonias mayas.

Demetrio sigue explicando su cometido dentro de la organización comunitaria. Se trata de un trabajo a tiempo completo que realiza de forma voluntaria, como servicio a la comunidad, durante todo un año. Un cometido que todos los hombres deben ejercer al menos una vez en su vida ocupando diferentes puestos: guardabosques, alguaciles, secretarios, alcaldes, vicealcaldes, escolares, guardianes del cementerio o de baños termales. Estos cargos se replican en los otros 47 cantones, con variaciones dependiendo de las necesidades particulares y costumbres de cada aldea. Se trata de la base de la estructura de la organización de los 48 cantones de Totonicapán.

Un bastión de resistencia. «Los 48 cantones es una organización ancestral que nace con el modelo de organización propia de los pueblos originarios. Es el ejercicio de poder que originalmente se recrea en la figura del anciano, como un símbolo de autoridad y sabiduría. Con el paso del tiempo, se conforman los concejos, una práctica en el pueblo indígena al que se acude para resolver diferentes asuntos de la vida. Eso se instala en las familias, se lleva al cantón, a la comunidad y se traslada al municipio. Ese es el nivel de autoridad, en crecimiento entre las poblaciones indígenas, especialmente la maya quiché, a la llegada de los españoles», explica Pedro Ixchiú, abogado y notario, asesor en temas indígenas en el Organismo Judicial de Guatemala. Ixchiú fue presidente de 48 cantones en el año 2000 y uno de los referentes de esta organización.

«La naturaleza es la base de la cosmovisión, porque creemos que, a fin de cuentas, todos estamos ligados a todo. El mal que le hagas a algo afecta a todos. Esa es la visión fundamental de vivir en comunidad. Ese principio te ayuda a entender que tú sirves para que después tengas derecho a exigir. Es básico. Tienes que apoyar individualmente para beneficiarte colectivamente», agrega este abogado experto en derecho indígena y justicia consuetudinaria.

Los primeros documentos que abordan la estructura organizativa del pueblo quiché de Totonicapán datan del siglo XVI. Uno de ellos es el manuscrito “Los Señores de Totonicapán”, traducido en 1973 al castellano por Robert M. Carnac y es un documento mitológico que describe los problemas de terrenos y propiedades. Con la invasión de los españoles en 1523, los quichés de Totonicapán, cuyo territorio se había reconfigurado en diferentes guerras con los cachiqueles y los mam durante los años anteriores, se vieron sometidos a un modelo administrativo impuesto por la Corona española. Un modelo racista que excluía a los indígenas de los ayuntamientos, dejándoles así la puerta abierta para su autogobierno. Este modelo maya quiché de organización comunitaria a través de concejos de sabios o ancianos siguió funcionando y en los siglos XVII y XVIII, relata Ixchiú, se desplazaron en dos ocasiones a Europa en barco, cargados de oro, y compraron los títulos de propiedad de su bosque. Unos títulos que se preservan hasta el día de hoy y donde el bosque de este municipio está inscrito a nombre comunal del pueblo indígena de Totonicapán.

Una de las veces más significativas en que esta organización entró en contacto con la Corona española fue entre 1811 y 1812. Atanasio Tzul, un líder comunitario al que habían llegado noticias de una nueva constitución en la que los indígenas ya no debían pagar tributos a la Corona, se desplazó nuevamente a Europa, a las Cortes de Cádiz, a denunciar que los intermediarios seguían requiriendo el pago de tributos.

«El rey les dice a los indígenas, encabezados por Atanasio Tzul, que se habían abolido los tributos. Pero cuando regresan al país, los funcionarios de la Corona dicen que se tiene que seguir pagando. Por eso, en el monumento de Totonicapán, lo que tiene en la mano izquierda Atanasio Tzul es un papel, y es la Constitución de Cádiz». En 1820, un año antes de la independencia de Centroamérica del dominio español, Tzul encabezó un levantamiento indígena que logró apartar al alcalde mayor y establecerle durante 29 días como rey quiché. Un mes de gobierno independiente que terminó con Tzul capturado, azotado y encarcelado. Así, a pesar de la existencia previa de un modelo administrativo, Atanasio Tzul es considerado el primer presidente de los 48 cantones de Totonicapán.

«Totonicapán era un bastión de resistencia a la colonización y entonces se le va aislando. Se le aísla, no se le da educación y tampoco acceso a las armas y de esa manera se le reduce a su mínima expresión», explica Pedro Ixchiú.

Justicia maya. «Yo soy el presidente 196», cuenta Geremías Álvarez Xalic, alcalde comunitario de la aldea Barreneché y presidente durante 2016 de los 48 cantones de Totonicapán, quien nos atiende en la alcaldía indígena al regreso del bosque. Geremías, de profesión médico, fue elegido alcalde de esta comunidad en agosto de 2015 y en noviembre fue uno de los postulantes a ocupar el puesto de presidente de la Junta Directiva de 48 cantones.

Aquella asamblea, celebrada en la casa comunal, fue, como todos los años, en presencia de los 48 alcaldes salientes y los 48 entrantes. Geremías tuvo tres minutos, bajo la luz de una bombilla verde, para convencer a los demás de que él era la mejor opción para presidir la Junta. A día de hoy, aunque ha tenido que dejar su trabajo en el centro médico de Santa Cruz del Quiché para poder desempeñar el cargo, con el gran esfuerzo económico que implica, afirma que asumir el cargo implica un honor, «porque es historia. Es el abuelo Atanasio Tzul, que usaba la sabiduría maya para resolver los problemas».

Una de las principales atribuciones de los alcaldes comunitarios es actuar como una suerte de juez de paz. Se tratan, en general, de labores conciliatorias ejercidas por todas las autoridades comunitarias del altiplano del país. Debido a la falta de presencia del Estado, el mal funcionamiento de la justicia oficial y el fuerte sentimiento comunitario, los alcaldes indígenas muchas veces son llamados para resolver todo tipo de conflictos a través de justicia maya, incluyendo casos penales. Dentro de esta justicia ancestral se aplican tres castigos en función del tipo de delito: el consejo, que implica la exposición pública, el látigo y, por último, el destierro. En el caso de Totonicapán, debido a la influencia de los 48 cantones, se ha logrado que el sistema oficial de justicia haya convalidado en varias ocasiones los asuntos resueltos por alcaldes comunitarios.

Le pedimos al alcalde de esta aldea, este año presidente de los 48 cantones, fotografiar el título de propiedad, adquirido a un particular en 1882 y también inscrito a nombre de la comunidad. El alcalde explica que no es posible. Para tener acceso a las escrituras, son necesarias cinco llaves, en posesión de él mismo, otros tres cargos electos y el hombre más anciano de la comunidad. Además, para sacar las escrituras del cofre donde se encuentran resguardadas, deben estar presentes quince ancianos. En el caso de las escrituras del bosque de Totonicapán, guardadas en la casa comunal del municipio, es todavía más complicado. Estas se encuentran en una bóveda protegida día y noche, y para abrir el cofre es necesaria la presencia de los 48 alcaldes comunitarios.

Al salir del despacho, cientos de habitantes de la aldea están llegando a una asamblea convocada por el alcalde comunitario. Aunque se trata de un asunto administrativo, de pago de cuotas, el gran salón comunal está abarrotado.

Violencia machista, conflictos de género. Camino a la ciudad de Totonicapán, en el kilómetro 185 de esta carretera de montaña coloreada cada tantos metros con indígenas cargando leña en sus hombros, está Irma Lucía Gutiérrez, la alcaldesa de la aldea Chuisuc y vicepresidenta de la Junta Directiva de los 48 cantones. Se trata de la primera mujer en desempeñar el cargo de alcaldesa de su comunidad. Tiene 33 años, es comerciante desde hace 18, está separada hace 14 años y no tiene hijos, algo poco común en este departamento, con un promedio de 4,4 hijos por mujer, según datos ofrecidos por la Secretaría de Planificación General. Totonicapán tiene, además, un 52 por ciento de pobreza y un 20 por ciento de pobreza extrema, según cifras oficiales. Unos números que, en todo caso, no desentonan con las cifras de pobreza de todo el altiplano indígena de Guatemala, un país donde el 50 por ciento de los niños menores de cinco años sufren desnutrición crónica.

Gutiérrez se encuentra en un salón comunal, donde acaba de terminar una actividad de capacitación para mujeres. Lleva una blusa con ardillas azules y flores de colores bordadas. En la mano carga su vara de mando, de madera de cedro rematada en plata; un símbolo de autoridad. Cuenta que su «arte» es la costura, que está terminando la licenciatura en Derecho y que, en esa línea difusa entre lo individual y lo comunitario, ha abierto una escuela de alfabetización para mujeres en su casa. Al respecto, añade que uno de sus objetivos durante este año de mandato será la sensibilización en temas de género. «La mayor parte de aquí tiene una religión. Y de la religión parte que la mujer tiene que ser sumisa, obediente», explica.

Mientras ella habla, una mujer y su hijo entran al salón esperando ser atendidos por la alcaldesa. Gutiérrez explica que una buena parte de los conflictos en los que debe lidiar tienen como motivo la violencia machista, desencadenada habitualmente por el alcoholismo. «Eso se ha visto bastante. Lo llevan a los 48 cantones y nos damos cuenta de que hay mucho problema de violencia intrafamiliar», expone. 

El poder real. Desde la base comunitaria, los cargos de elección popular de los 48 cantones de Totonicapán, se articula además un notable poder político, a través de la influencia de cinco juntas, presididas por la Junta Directiva de alcaldes comunitarios, y una asamblea de unas mil personas en la que están todas las designadas para trabajos comunitarios. Un gran poder de convocatoria e identificación que se ha traducido en que la Junta Directiva de los 48 cantones de Totonicapán haya contado con un gran poder de presión al Estado.

La base de esta agenda de los 48 cantones es, habitualmente, la autogestión de su territorio. Así, han mantenido una confrontación con el Estado y las empresas transnacionales de gestión de recursos naturales. Mientras defienden una rotunda negativa ante la minería, y de hecho no permiten la entrada a su bosque de personas ajenas, en estos últimos años han mantenido posiciones encontradas con la empresa italiana de energía eléctrica Enel o la empresa de energía colombiana TRECSA, encargadas de suministrar electricidad. Asimismo, los 48 cantones están en contra de la aprobación de una Ley del Agua que regule su uso en el país, partiendo de que ellos han sido ancestralmente los cuidadores del bosque y dueños soberanos de su agua, y no quieren una legislación ajena a la ancestral.

La presión de los 48 cantones logró, por ejemplo, en setiembre de 2014, con sus manifestaciones frente al Congreso de la República y apoyados por otras organizaciones del país, que los diputados derogaran la Ley para la Protección de Obtenciones Vegetales, la llamada Ley Monsanto, impidiendo así la libre venta de semillas transgénicas de maíz en Guatemala.

También fueron los protagonistas de la trágica masacre perpetrada en 2012, la primera cometida por el Ejército de Guatemala en tiempos de paz. Fue en octubre del primer año de gestión del presidente Otto Pérez Molina, un general retirado y actualmente en prisión por corrupción. Los 48 cantones habían convocado una manifestación y el bloqueo de carreteras para protestar por el alza de la energía eléctrica. El Gobierno, aduciendo falta de efectivos policiales, envió al Ejército, que comenzó a disparar con armas de fuego a la población matando a ocho campesinos.

El bosque. Al llegar al municipio de Totonicapán, el centro urbano de esta organización, en la plaza central se encuentra la imponente estatua de Atanasio Tzul tallada en piedra. Son las últimas horas de la tarde y decenas de adolescentes con rasgos indígenas y uniformados salen de los turnos vespertinos de escuelas e institutos. Se les pregunta a un par de jóvenes risueñas y maquilladas, y que tratan de hacerse un selfie con un smartphone, quién es el personaje de la estatua. «Es Atanasio Tzul, un hombre luchador», responde Sandra Tzoc, de 21 años, con un gorro de lana y un sobre en la mano con corazones de San Valentín. «Un héroe», responde Tomasina Tiu. Ninguna puede ofrecer ningún dato sobre los 48 cantones de Totonicapán. Sin embargo, todas las demás personas preguntadas –el gerente de un hotel, el dueño de una tienda...– han desempeñado su año de servicio.

Estamos nuevamente en el bosque, pero ahora en el núcleo, en los viveros de pino blanco, abeto, ciprés y aliso, donde se mantiene la producción de 16.560 pinos que los habitantes de las diferentes comunidades utilizan para la reforestación anual de un promedio de 90 hectáreas. «De las 21.000 hectáreas, tenemos entre 5.000 y 6.000 en deterioro. Al final, no podemos escapar de la tala ilegal, del acopio de pequeños consumidores», explica Fernando Recancoj, ingeniero agrónomo contratado por 48 cantones a través de fondos de esta organización para gestionar los viveros. Este explica que las comunidades tampoco permiten la entrada de la Dirección de Protección de la Naturaleza de la Policía Nacional Civil, encargada de velar de las áreas naturales en el resto del país, por considerarlo, una vez más, injerencia en su autogestión. «Lo interesante de esta dinámica es que la madera no se vende, sino que la gente de las comunidades viene a sembrar los árboles y a recoger la leña. No se pueden talar árboles verdes, solo árboles viejos, torcidos o con plagas», agrega este. Recancoj explica que si ven a alguien talando, le requisan el hacha y recuerda el gran aprovisionamiento de hachas con el que terminaron el año anterior.

En el bosque, quien dirige el recorrido es Agustín Par Velásquez, un hombre de 69 años de la aldea Chupachec que lleva trabajando en los viveros desde el año 2000. En el paseo, que esta vez tiene como destino un nacimiento de agua, va comentando el bosque con el ojo minucioso de un experto. Señala, por ejemplo, pequeños arbolitos, de pocos centímetros de altura, un ciprés, un abeto, anomalías curiosas de algunos pinos o los colores pintados en algunos de los árboles que señalan el paso de tuberías que, a través de los distintos nacimientos, dirigen el agua hacia las comunidades.

Al llegar al nacimiento, Agustín levanta la tapa del depósito y señala el agua, «la sangre del bosque», dice. Para regresar, agrega que es necesario tomar otro camino. Cuando uno camina, va trazando vida, así se lo enseñaron «los abuelos», y si regresas por el mismo camino, es como si retrocedieras.