IñIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

Dar forma al drama

Los espacios, como las personas, tienen pasado, memoria y recuerdos que quedan grabados en la tierra, de forma que ese espacio, por mucho que se quiera, nunca volverá a ser el mismo. Al mismo tiempo, los proyectos también atesoran esas vivencias, máxime si se han necesitado diez años para poder llevarse a cabo, como en el caso del museo memorial del campo de concentración de Rivesaltes en el Estado francés, recientemente inaugurado. Se trata de un monumento a la memoria de todas aquellas personas que pasaron por este campo de concentración militar situado a los pies de los Pirineos. A mediados de la Segunda Guerra Mundial, Rivesaltes fue el mayor campo de concentración del sur del Estado francés y posterior campo de internamiento para prisioneros de guerra. Anteriormente, el mismo solar había sido empleado como campo provisional para los refugiados de la Guerra del 36.

En este contexto, lleno de cicatrices y recuerdos, el nuevo edificio se perfila como un monumento cuyo objetivo es mantener viva la memoria del lugar y homenajear a las personas que fueron internadas allí. De esta manera, también se pretende mostrar gratitud con aquellos que hicieron gala de una gran solidaridad y recibieron en tiempos de guerra a cientos de refugiados. Una historia que se repite en la actualidad con otros protagonistas, pero que parece hacer oídos sordos a lo acontecido en un pasado no tan lejano.

La propuesta realizada por Rudy Ricciotti fue designada como el proyecto ganador del concurso convocado en 2005, en colaboración con el estudio Passelac & Roques Architectes. El edificio se concibe como una pieza dura, opaca, hermética que se encuentra semienterrada en la tierra del campo, tan solo ofreciendo vistas hacia el cielo desde un patio interior. Este gran sólido monolítico, que se apoya en el solar como un lingote mudo a modo de gran lápida monumental, acogerá en su interior exposiciones temporales y permanentes y servirá como espacio de investigación y aprendizaje.

Este lugar fue testigo de algunos de los momentos más oscuros del siglo XX, como la Guerra del 36, la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Independencia de Argelia. Conflictos en los que el campo de Rivesaltes pasó de campo de entrenamiento militar a campamento para refugiados de la Guerra del 36, para convertirse después en el mayor campo de concentración del sur del Estado francés en 1942 y campo de internamiento de prisioneros de guerra alemanes, así como centro de reubicación para los harkis y sus familias, aquellos argelinos partidarios de la presencia francesa en Argelia durante el conflicto armado de 1957.

Esta historia única inscrita en el solar es tal vez el material más tangible con el que el arquitecto Ricciotti y sus colaboradores han tenido que trabajar para desarrollar el proyecto, que abrió sus puertas el 16 de octubre de 2015. El nuevo edificio, construido sobre el antiguo bloque F del campo, en medio de los edificios existentes, tiene una dimensión de 4.000 metros cuadrados para mostrar esa historia, la del desplazamiento forzado y el sometimiento de la población. Pero también es un lugar donde los visitantes pueden cultivar la memoria de todos aquellos que alguna vez pasaron a través de sus puertas.

El proyecto del memorial del campo de Rivesaltes tiene una larga historia, marcada más bien, como era de esperar, por los caprichos de la política, dado que la historia, la política y la memoria se solapan de forma constante y todos quieren escribir el relato a su gusto.

La arquitectura también es un instrumento para contar la historia y como Rudy Ricciotti ha admitido, no puede quedarse separada de la historia del campo a través de un discurso disciplinar que sea indiferente al drama humano que se desarrolló en ese contexto, sino que tiene que asumirlo y darle respuesta.

El monumento está en silencio y es opresivo. Se encuentra posado en la tierra, sobre el bloque F, con una determinación tranquila y silenciosa, como un monolito de hormigón de color ocre, intocable, en una relación directa con el cielo. La pieza está al mismo tiempo enterrada y emergiendo de la tierra. El monumento surge de la superficie del paisaje natural según el visitante accede al campo y se extiende hasta el extremo oriental del antiguo solar. Allí, la altura del edificio coincide con la de las cubiertas de los restos aún presentes de los antiguos pabellones. Esta decisión no obstaculiza la lectura de las características del conjunto. Los efectos de la erosión por el paso del tiempo son notables en algunos de los edificios, marcando así el paso del tiempo y la ausencia de atención, haciendo que el visitante tenga que reflexionar sobre la memoria, la historia e incluso sobre el olvido de ese lugar, que es también el olvido de lo allí acontecido. El terreno ha sido reclamado por una vegetación tenaz y espontánea que el proyecto, en la medida de lo posible, no ha alterado. En todo caso, ha sido tomada como ejemplo para formalizar un telón natural hacia una vía exterior donde los visitantes pueden pasear libremente.

Al oeste del monumento, algunos de los antiguos inmuebles han sido reconstruidos, recreando la espacialidad seriada y alienante del campo. Aquí hay una ausencia de vegetación, lo que redunda en un paisaje llano y árido, marcado por la ausencia de sombras, y la total exposición a las sacudidas del viento. Se trata de este modo de reconstruir las condiciones de vida de aquellos que se vieron forzados a ocupar este campo de refugiados. Por el contrario, el interior del museo construye un entorno propicio para la meditación y la serenidad, en definitiva para recuperar el pasado y ser conscientes de cómo se debe actuar en el futuro. Futuro que es hoy.