Amaia Ereñaga
el año (una vez más) del genio del pelo rojo

Van Gogh nunca pasa de moda

Pocos artistas provocan tanta fascinación como Vincent Van Gogh (1853-1890). Tanto su obra, que alcanza precios estratosféricos –casi 70 millones de euros se pagaron en noviembre en la casa de subastas Christie’s por uno de sus últimos lienzos– como su persona. A los datos nos remitimos: su vida ha sido llevada al cine en una treintena de filmes. Los últimos en encarnarlo son el polaco Robert Gulaczyk –en la fotografía, convertido en figura al óleo– y el estadounidense Willem Dafoe. Y ahí no acaba todo.

Después de ver cómo había gente a la que no le importaba pasar tres horas haciendo cola con tal de entrar en una exposición, no de los cuadros sino de la correspondencia de Vincent Van Gogh con su hermano Theo, el británico Hugh Welchman se convenció de que la idea que le rondaba en los últimos siete años a su mujer, la animadora polaca Dorota Kobiela, podría funcionar. Estaba decidido: rodarían el primer largometraje pintado enteramente al óleo de la historia del cine, aunque fuera costoso... y, sobre todo, muy laborioso, no en vano han necesitado un equipo de 125 artistas para confeccionar cada uno de los 65.000 planos de los que consta la historia. Unos fotogramas que, en realidad, son cada uno un óleo pintado a mano. El resultado, plasmado en el largometraje de animación “Loving Vincent”, ha llegado este fin de semana a nuestras pantallas avalado por las excelentes críticas recibidas en su estreno en Gran Bretaña y los premios en festivales de animación como el de Annecy. La idea es que, sentados en la oscuridad de una sala de cine, nos metamos en el mundo tal y como lo veía este pintor excesivo, expresivo, atormentado, inquieto y genial... y también literalmente en sus cuadros, que cobran vida para narrar los años previos a su muerte.

Para contar la génesis de lo que algunos medios especializados han calificado como “un trabajo de titanes” habría que empezar por hablar de sus “padres”. Dorota Kobiela es una animadora de la escuela de Varsovia, continuadora de la larga tradición del cine de animación polaco, que quería unir en un proyecto sus dos pasiones: la pintura y el cine. «Tenía 30 años cuando pensé en ‘Loving Vincent’ por primera vez, la misma edad que tenía Van Gogh cuando empezó a pintar –cuenta–. Más que sus cuadros, que me encantan, fue el tipo de vida que tuvo lo que verdaderamente me inspiró. He luchado contra la depresión toda mi vida, así que me inspiraba la fortaleza de Van Gogh para recuperase de situaciones similares en su vida con tan solo veinte años y encontrando, a través de su pintura, una forma de traer belleza a su mundo».

Dorota Kobiela pidió una ayuda económica al Polish Film Institute polaco para lo que iba a ser inicialmente un cortometraje y, mientras esperaba el dinero, en su camino se cruzó un contrato como animadora y artista conceptual en el estudio londinense BreakThru Films de Hugh Welchman. Profesor de historia, vendedor de alfombras y pescatero antes que cineasta, la primera experiencia de Welchmann con el séptimo arte fue produciendo cortos para Monty Pyton. Así se metió en la producción, ganó el Oscar en 2008 por el corto de animación de Suzie Templeton “Peter and Wolf” y produjo luego filmes como “Magic Piano & the Chopin Shorts”, estrenado en la Ciudad Prohibida de Pekín, junto a la pianista Lang Lang.

«Empezamos a trabajar juntos y luego nos hicimos pareja en la vida privada –continúa la animadora polaca–. Cada cierto tiempo, Hugh echaba un vistazo por encima de mi hombro y veía que se interesaba mucho por ‘Vincent’, que era como se iba a llamar el corto. Antes de cursar sus estudios de cine, se había graduado en Historia y Ciencias Políticas en Oxford; por ello, enfoca los proyectos como si fuera un investigador». El productor fue entonces a ver la exposición sobre el mayor representante del postimpresionismo, hizo cola... y se convenció. «Era increíble, como si Van Gogh fuera un deportista o una estrella del rock –explica la directora–. Pensamos que si todavía genera tanta atención, tal vez hubiera un público para un largometraje de animación sobre su vida y tal vez merecía la pena implicarse en un proyecto de alto riesgo como este, aunque nuestra valentía no es nada en comparación con la que tuvo Vincent».

Diez días para pintar un segundo. Siete años a tiempo completo es lo que le ha llevado a Dorota Kobiela escribir el guión y dar forma a “Loving Vincent”. «No era solo yo quien tenía que amar a Vincent Van Gogh. Nuestro equipo de artistas, llegados de Polonia y Grecia, tenía que pintar los más de 65.000 fotogramas y tardaban hasta diez días en pintar un segundo de la película. Esto requiere mucho compromiso y mucho respeto por su trabajo. El título también es una referencia a la forma de firmar las cartas que escribía a su hermano (siempre se despedía como ‘Your Loving Vincent’) y, lo más importante quizás, a la cantidad de gente que hay en todo el mundo que verdaderamente ama a Vincent Van Gogh».

Ningún artista ha atraído más leyendas que el holandés. Acompañado de etiquetas como mártir, loco o genio, el Van Gogh auténtico se descubre precisamente en sus cartas, mientras se esconde tras el mito que se ha creado en torno a su figura. En su última misiva escribió: «No podemos expresarnos mejor que a través de nuestros cuadros». Poco después murió, a los 37 años, sin que fuera reconocido su talento. A través de esta carta, inicia sus pesquisas, a modo casi de detective, Armand Roulin (Douglas Both, actor conocido por interpretar a Boy George en una serie para la BBC y como el hijo de Noe en “Noah”, la película de Darren Aronofsky). Roulin es el hijo del jefe de correos de Auvers-sur-Oise, una localidad situada a 27 km de París, donde Van Gogh (Robert Gulaczyk, reconocido actor de teatro polaco) acudió para tratarse sus angustias con el doctor Gachet, un homeópata y psiquiatra de personalidad original, y uno de los primeros coleccionistas de su obra. Van Gogh pasó allí sus últimos días, setenta días que le dieron para crear 72 telas, 33 dibujos y un grabado. Con el pretexto de entregar su última carta a su hermano Theo, Armand decide descubrir cómo murió y habla con los que le conocieron... y que él, que pintó tanto y de forma tan incansable, retrató en sus cuadros. La historia se centra en la fase final de su vida y lo que se plantea es la teoría que difundió una biografía en 2011, para disgusto del Museo Van Gogh de Ámsterdam. Si la teoría oficial mantiene que el pintor holandés se suicidó –ha habido hasta simposios médicos para analizar si sufría episodios psicóticos–, en su biografía, Steven Naifeh y Gregory White Smith planteaban que podría haber sido asesinado por un matoncillo de 16 años, que le solía hacer la vida imposible. Por no crear problemas o por alcanzar algo de honor póstumo, a punto de morir el pintor habría dicho que se había suicidado.

Rodada como un filme “normal”, con actores de carne y hueso que interpretan en sets con cromas verdes –luego se les inserta con técnicas de animación por ordenador–, la película ha tenido que salvar muchos obstáculos. Entre ellos, los económicos –no fue fácil buscar financiación– y el hecho de que el cine y la pintura sean dos lenguajes diferentes: la pintura plasma un momento concreto en el tiempo, mientras que el cine se mueve en el espacio y el tiempo. Por eso, antes y después del rodaje, el equipo de diseño tuvo mucho trabajo imaginándose cómo ensamblar los lienzos dentro de la película. De hecho, hay reproducidas 94 obras de Van Gogh con un aspecto muy cercano al original y otras 31 con una representación parcial de algunas de las pinturas. Algunos de esos trabajos son tan famosos como “La noche estrella”, aquella visión nocturna que Van Gogh pintó cuando miraba por la ventana del asilo donde estuvo ingresado tras cortarse la oreja en una crisis.

El resultado es «una inmersión onírica» como titulaba en su crítica el diario “The Guardian”. Una película en la que «los paisajes palpitan, giran y centellean», una película «extraña y de ensueño». «Es como quedarse dormido en una galería: te despiertas al descubrir que los óleos de las pinturas de Van Gogh se han deslizado de sus lienzos y llenado al aire a tu alrededor», escribía el crítico de “The Telegraph”.

Rodando en Arles. “Loving Vincent” engrosa así la larga lista de películas en las que se recrea la vida de este genio, entre las que destacan clásicos como “El loco del pelo rojo” (1956), de Vicente Minnelli, protagonizado por Kirk Douglas y Anthony Quinn; “Vincent and Theo” (1990), de Robert Altman, con Tim Roth y Paul Rhys, o el “Van Gogh (1991) de Maurice Pialat. Mientras que “Loving Vincent” ya ha llegado a los cines, desde el pasado mes de noviembre otro pintor y cineasta, Julian Schnabel, se afana en rodar su propia visión en localizaciones reales en Arles, la preciosa localidad provenzal, y Auvers-sur-Oise, poblaciones francesas donde vivió el pintor los últimos años de su corta vida. La película se titula provisionalmente “At Eternity’s Gate”. A Schnabel, artista reconocido en el mundo del arte internacional y también en el cine, por películas como “Basquiat” y “La escafandra y la mariposa” (premio al Mejor Director en Cannes en 2007), no le gusta ninguna de las versiones que se han rodado sobre el personaje. «No creo que lo entiendan. Tal vez uno tenga que ser pintor para hacer esta película y es probable que sea ese el motivo por el que la hago», explica. «No estamos tratando de abordar la historia de toda su vida. Se trata realmente de entender qué es la pintura, qué hace que sea un idioma diferente. Es un mundo pintado, una forma distinta de comunicarse».

Protagonizada por Willem Dafoe, quien este año será también uno de los superhéroes de “La Liga de la Justicia” de la franquicia DC Cómic, el filme adopta un punto de vista en primera persona: en una secuencia, por ejemplo, Dafoe camina con una cámara en sus manos por los campos de Arles y vemos sus pies andando por el paisaje. La primera imagen que ha transcendido del actor es sorprendente, por su parecido asombroso. «Willem tiene la profundidad de carácter, el físico, la compasión y empatía para interpretarlo», dice el director. «He estado trabajando en ello durante un par de años –reconocía Schnabel en el pasado Festival de Cannes–. La película tiene que ver con tratar de hacer una obra de arte. Hay momentos en los que él se daba cuenta de que nadie le iba a entender. Pero no le importaba. Solo quería pintar. Trató de mostrarle al mundo algo que este no podía ver, solo él. Es una tarea difícil. También se dio cuenta de que iba a dejar algo para la posteridad». Producida por Jon Kilik (la saga de “The Hunger Games” y “Babel”), el guión está coescrito con el francés Jean-Claude Carriére (“El discreto encanto de la burguesía”). De momento no tiene fecha de estreno aunque, quizá, por aquello de la estrecha relación de Schnabel con el Festival de Cine de Donostia –su exmujer es donostiarra–, ¿tal vez lo veamos en Zinemaldia?

Volviendo a las fuentes. Y si queremos seguir con la inmersión en este genio holandés, una importante referencia es el Museo Van Gogh de Ámsterdam, cuya exposición principal de este año será “Van Gogh & Japan” (24 de marzo a 24 de junio), una muestra que llega procedente de Japón, donde se ha podido ver en Tokio y Kioto. Van Gogh creó su propia imagen de Japón leyendo, recogiendo y copiando grabados, y discutiendo sus cualidades estéticas con otros artistas. Su encuentro con los grabados japoneses le ayudó a dar una nueva dirección a su trabajo y le permitió definirse a sí mismo como un artista moderno, posicionándose frente a artistas como Emile Bernard o Paul Gauguin. Más cerca, en Sevilla, hasta el 1 de febrero el Pabellón de la Navegación alberga “Van Gogh Alive”, una macroexposición sensorial con reproducciones a gran tamaño de su obra.