IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Un poquito más rápido, un poquito más suave…

La dimensión temporal de las cosas está condensada en algunos objetos y símbolos que utilizamos habitualmente. Usamos agendas para acordarnos de las cosas importantes, subrayamos días en el calendario para planificar qué hacer hasta ese día... tenemos un reloj en la muñeca, en la pared, en el móvil, y nos regimos por él a lo largo del día, incluso para nuestros propios ritmos internos. Comemos cuando tenemos tiempo, dormimos en función de la hora a la que mañana nos tendremos que levantar... También para el trabajo la planificación es importante: trabajar en torno a objetivos conlleva el desarrollo de tareas intermedias que nos acerquen a éstos con una cadencia determinada, la que hayamos considerado más idónea a la hora de evaluar los recursos y los procesos para llegar allí. Pero también las relaciones tienen su tiempo, y lo que sucede en ellas.

El tiempo está íntimamente relacionado con el ritmo. La RAE lo define así: «Orden acompasado en la sucesión o acaecimiento de las cosas» o «proporción guardada entre el tiempo de un movimiento y el de otro diferente». Orden, compás, proporción, tiempo, movimiento son algunas de las palabras claves también al pensar en el ritmo de las relaciones.

A menudo, sin darnos cuenta, algo que influye en las ganas de acercarnos o alejarnos de personas nuevas que conocemos hoy es ese acoplamiento en el ritmo de sus movimientos, de su tono de voz, la velocidad de su discurso o el tono corporal que impulsa los movimientos. No pensamos mucho en ello a no ser que la diferencia sea muy marcada, pero esta percepción y ajuste nos ha acompañado desde mucho tiempo atrás. Ya en la relación entre una madre, un padre y su bebé recién nacido, es preciso un acoplamiento de ritmos; al contrario de lo que creemos, la relación necesita ser establecida y ajustada incluso con esa criaturita que acaba de llegar. Y es que, a pesar de que psicológicamente la diferenciación con la madre tardará un poco en suceder, la conciencia de las propias necesidades y la satisfacción por parte de los progenitores están constantemente en marcha. Los ciclos de descanso, comida, sueño y vigilia necesitan una estructura, y ésta también debe tener en cuenta la naturaleza rítmica del bebé.

Y sí, hablo de naturaleza, porque cada persona viene al mundo con unas peculiaridades de base, semejantes a las de los padres o diferentes, y va a ser la habilidad de los progenitores y cuidadores de aprender ese lenguaje sin palabras la que posibilitará que ese bebé sienta físicamente un acompasamiento y su mente empiece a colocar un prototipo de identidad en los músculos y en la mente.

En adelante, el ritmo también nos dará identidad, aunque sea en la tendencia que genera para asociarnos con personas similares o a “metabolizar” las percepciones de forma particular. No todos nosotros toleramos el mismo nivel de ruido, de frenetismo, de contemplación, de silencio o de inmediatez. El tipo y nivel de los estímulos que podemos “ingerir” de una vez, o la cantidad de tareas que podemos desarrollar al mismo tiempo sin perder nuestro equilibrio, tampoco es uniforme. Hay personas que necesitan mucha preparación antes de lanzarse a hacer algo nuevo. Otras necesitan probar y después hacer los ajustes. En un encuentro, hay quien necesitará crear intimidad lo antes posible para sentirse seguro o segura en esa relación, y hay a quien la intimidad prematura le resultará invasiva. Y curiosamente, aunque suene a cliché, la única manera de ajustar nuestros ritmos es estar dispuesto a bailar ritmos que no son los propios el tiempo que consideremos y, si lo queremos, dejándonos llevar, pactando (hablando) la velocidad de las cosas y reconociendo al otro y reconociéndonos a nosotros mismos que también podemos ser diferentes en eso, y aún así, sacarnos mutuamente a bailar.