IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Escala humana e internet

Hablar de nativos digitales es hablar de una nueva generación –ya no tan nueva–, habituada de forma natural a incorporar la interacción con los dispositivos ligados a internet a la vida cotidiana, en la búsqueda de información, en las relaciones personales, en el diseño, pero también en la manera de pensar. Nuestro cerebro no deja de ser una condensación física de lo que durante miles de años hemos necesitado percibir, considerar y hacer para sobrevivir; todo lo que hace nuestro cerebro tiene o ha tenido un sentido en la búsqueda del incremento de la probabilidad de sobrevivir. Y la totalidad de esas capacidades adquiridas como especie se ha creado en interacción con el medio circundante, sea este natural o social. Y si pensamos en un individuo, sucede algo similar: la capacidad para pensar, percibir, asociar y reaccionar a los estímulos en la infancia está absolutamente mediada por su interacción con el entorno más cercano. Por no alejarnos demasiado, también la interacción con el medio digital, por llamarlo así, está creando realidades en la mente de los que “habitan” en ese entorno –no por casualidad los llamamos nativos–. Sin duda, para ellos ese entorno digital es un ambiente en el que vivir.

Sin embargo, hay una reflexión que necesitamos hacernos, y es que todo el contenido que ahora conforma ese entorno digital está creado al cien por cien por alguien; no se trata de un entorno natural. Todas las imágenes, discursos, aplicaciones, procesos y recursos concretos llevan, por tanto, una intención en sí; todos han sido creados “para algo” y se han empleado tiempo y recursos económicos y humanos para lograrlo. Y sin embargo, se nos presentan como un escaparate “objetivo”, como “esto es lo que hay”. Tanto las discusiones a favor como en contra de todos los temas polémicos con los que nos topamos a diario no dejan de ser discusiones dadas, estímulos que alguien lanza y nos llegan al bolsillo, que nos asaltan, queramos o no, solo por abrir ésta aplicación o la otra, y que, a fuerza de repetición, se introducen en nuestras mentes como “verdades”. Por poner un ejemplo, cuando navegamos en internet es como si al ir al cine no pensáramos que lo que vemos es una obra de ficción creada por cientos de personas con un objetivo, sino que pensáramos estar viendo “Gran Hermano” y que los personajes son personas reales. De hecho, para nuestro cerebro es imposible notar la diferencia en términos perceptivos. Por numerosas razones procesamos lo que vemos en la sala sin prestarle atención crítica, desconectamos la parte de nuestra mente que dice «esto es una invención de principio a fin» y sentimos profundamente los avatares de lo que viven los personajes.

Esto es un ejemplo de la vulnerabilidad de nuestra percepción, por lo que, en cierto modo, ante un entorno digital que se nos presenta como objetivo pero que es intencionado, tenemos que proteger nuestra capacidad crítica, nuestra autonomía perceptiva, cognitiva, emocional y nuestra capacidad de elección, entendiendo con más detalle cómo funciona la creación de ese mundo en el que nadamos ahora, personas adultas y menores.

La tecnología en sí y su uso y propósito no son la misma cosa. Estudiar y desarrollar nuevas metodologías tecnológicas de enseñanza, sociales, organizativas... no puede extrañarse del para qué, del por qué, y de qué necesidades humanas cubren –y cuáles no–. Ser humanos, ser seres racionales, emocionales, sociales y físicos no se puede resumir en el uso de herramientas, sean la máquina de vapor, la electricidad o el uso de internet. Y mantener una mirada de escala humana cada vez más parece necesaria y, al mismo tiempo, difícil.