TERESA MOLERES
SORBURUA

Los páramos de las Brontë

El próximo 30 de julio se cumple el doscientos aniversario del nacimiento de Emily Brontë. Durante todo el año, en la vicaría-museo de Haworth (Yorkshire, Gran Bretaña), donde las hermanas Brontë pasaron la mayor parte de sus vidas, han preparado diferentes iniciativas para recordarlas, como nuevas ediciones de sus libros y un recorrido por los páramos. Porque en las novelas de las Brontë adquiere un gran protagonismo el paisaje de los páramos ingleses, con sus árboles enanos, matorrales, brezos, arándanos, musgos, líquenes y pastos.

En “Cumbres borrascosas”, Emily Brontë los describe así: «Linton dijo que la manera más grata de pasar un día caluroso de julio era tumbarse de la mañana a la noche en un ribazo lleno de brezos en medio del páramo, con las abejas zumbando como en sueños en torno a las flores, con las alondras cantando allá arriba sobre nuestras cabezas y el cielo resplandeciendo brillante y azul, imperturbable y sin nubes. Esa era su noción de la más perfecta y celestial felicidad. La mía, en cambio, era columpiarme en un árbol verde y susurrante bajo el soplo del viento del oeste y con nubes brillantes y blancas agrupándose… Y el páramo a lo lejos recortado en frescos valles de sombra, cuando visto de cerca, en cambio, los cerros cubiertos de alta yerba parecen un oleaje movido por la brisa. Y bosques y aguas turbulentas, y el mundo entero despierto estallando de salvaje alegría. Él, Linton quería verlo todo yaciendo en un éxtasis de paz. Yo lo quería todo centellando, agitándose en una danza magnifica y jubilosa. Le dije que a su paraíso le faltaba vida, y él me dijo que el mío sería un paraíso ebrio».

En una carta de Charlotte Brontë, la autora de “Jane Eyre” se lee: «Los páramos me parecen un desierto solitario y deprimente. Mi hermana Emily sentía un amor especial por ellos y no hay una mata de brezo, ni una rama de helecho, ni una hoja tierna de arándano que no me la recuerde. Los páramos lejanos eran la delicia de Anne y cuando miro a mi alrededor la veo en los tonos azules, en las brumas claras, en las ondas y las sombras del horizonte». Y sigue Charlotte: «Nuestras colinas solo manifiestan la llegada del verano por el reverdecer de los helechos y el musgo en las pequeñas hondonadas ocultas; su floración se reserva para al otoño, entonces arden con un brillos intenso...»