IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Identidades en construcción (II)

B revemente dicho, la adolescencia es un proceso de transición y de construcción: transición de una infancia que ya no se puede sostener más tiempo ni física, ni psicológica ni socialmente y, al mismo tiempo, una construcción de una identidad que será más estable a lo largo del resto de la vida. Es una etapa fascinante y determinante a partes iguales, razón por la cual suele asustar a los adultos del entorno, especialmente cuando este proceso es irregular, va a trompicones, o cursa con dificultades en lo académico o por las conductas de riesgo.

Pero, ¿cómo podemos echarles una mano? Lo primero es saber que tendremos que tener paciencia; del mismo modo que no se nos ocurre estar encima del agua que ponemos a hervir para que hierva más rápido, o no criticamos a una masa de pan para que fermente a otra velocidad, por mucho que presionemos a un o una adolescente para que atraviese esta fase lo antes posible, tendremos el mismo éxito que tirando del tallo de una planta joven para que le salga el tronco.

Sí es verdad que hemos inventado la olla a presión, los invernaderos o las levaduras de fermentación rápida –se ve que no tenemos tiempo, aunque luego nos falte por todas partes–, pero cuando un adolescente asume lo que debe hacer solo porque se lo mandamos, va a tener más dificultades en hacer ese mensaje suyo; de hecho, lo más probable es que esté esperando a que la presión baje para rebelarse contra él. Probablemente igual que cuando levantamos el pie del acelerador ante un radar pero volvemos a apretar en cuanto predecimos que la sanción se aleja.

En segundo lugar, y debido a que es un proceso, no debemos asustarnos de lo que hacen y nos sorprende o nos deja en shock (ha bebido, fumado o se ha drogado antes de lo que le tocaba, o se relaciona de forma inadecuada con sus iguales, por ejemplo). Todas estas conductas que son potencialmente de riesgo para él o ella son una magnífica oportunidad para mantener la calma, la seguridad que les hemos dado hasta el momento, y acercarnos a prestarles nuestra experiencia, preguntas y valores. Las crisis son momentos para cuidar y después, reflexionar.

Esto nos lleva al tercer modo de ayudarles: preguntar. Preguntar no es interrogar, no es controlar; preguntar es poner las palabras adecuadas a sus tentativas –sabemos por propia experiencia lo que les puede motivar a esto o a aquello– o a las preocupaciones o deseos que todavía no se han formado en la mente, algo así como cuando estaban aprendiendo a andar y les pedíamos que dieran un pasito más porque veíamos que podían, aunque se pudieran caer, porque entendíamos que ellas o ellos tendrían que andar por sí mismas, por sí mismos. ¿Qué te parece? ¿Tú qué piensas? ¿Y qué sentiste?¿Qué te apetecía hacer entonces? ¿Qué habrías dicho si fuera hoy?… Tener que responder en la mente –aunque por fuera no lo hagan– ayuda a crear conceptos, ideas de sí.

También necesitan aventura, que les acompañemos a conocer lo que no conocen, como nosotros haríamos si quisiéramos comprar una casa en un pueblo distinto; tendríamos que recorrerlo, preguntar, porque no sabemos aún. Igualmente, saber qué estudiar, qué les gusta, qué quieren para sí en unos años, implica pasearse por el nuevo pueblo que les espera, y si tienen guía local honesto, eso les ayudará. Y por último –por ahora– y más importante, mantener una sensación de esperanza para ellos, para ellas, que nosotros como adultos y adultas no perdamos nunca la esperanza de que lograrán encontrar esa casa en ese pueblo nuevo y que será bonita y estará bien orientada después de las reformas. Porque si nosotros la mantenemos, ellos podrán arriesgarse a vivir de verdad, con esa misma tranquilidad y fuerza de que las cosas van a terminar saliendo bien.