IKER GANDIAGA PÉREZ DE ALBÉNIZ
ARQUITECTURA

¿Representamos edificios o edificamos representaciones?

Cuando entré a trabajar por primera vez en un estudio de arquitectura, tardé en descubrir quién era la señora María. Esta persona aparecía en varias conversaciones, esporádicamente, en distintos proyectos en los que el estudio trabajaba y en contextos sin conexión aparente. El día que escuché que lo peor que le podía pasar a un arquitecto era que la señora María entrara al estudio con unos recortes de una revista de decoración, pidiendo una casa que se pareciera a la bonita fotografía a todo color, comprendí que era una expresión, de un profundo micromachismo, que hacía alusión al cliente no-arquitecto. Hoy por hoy, al escasear las revistas de arquitectura y con la irrupción del móvil, lo que ahora se estila son las imágenes difundidas por plataformas como Pinterest, Facebook, Tumblr o Instagram.

Hoy por hoy, el cliente mínimamente informado llega con un buen número de referencias estéticas, en forma de pines, likes, favs… y una imagen muy definida, muy real, de lo que quiere conseguir. La manera de definir el proyecto ha cambiado por este torrente de imágenes, y no solo en el ámbito personal, también en los proyectos de hostelería, museística o retail.

Tres noticias que se han encadenado estos días no hacen sino evidenciar este enraizamiento de la cultura de la imagen en la arquitectura; primero, el comentario de la arquitecta Farshid Moussavi en el que denunciaba cómo los clientes de hostelería estaban demandando en los proyectos spots o puntos que quedaran bien en fotografías de Instagram. Segundo, ese guante de Instagram lo recoge estudio y consultoría australiano Valé Architects, que ha adaptado su línea de negocio y publicado una guía para poder diseñar un edificio y que este triunfe en esta red social. Tercero, el León de Oro otorgado al Pabellón Suizo de la Bienal de Arquitectura de Venecia. Pongamos el móvil en modo avión y vayamos por partes analizando el significado de estas noticias.

Moussavi publicó en su Instagram una fotografía de una revista de viajes en la que cierto hotel listaba sus puntos instagrameables; la arquitecta denunciaba cómo los briefings o programas de necesidades del sector hotelero demandaban esos elementos en los diseños, introduciendo algo que a los arquitectos no gusta nada: el hecho de cuidar la mirada hacia un edificio desde un determinado punto de vista.

Casi al mismo tiempo, el estudio Valé Architects publicaba una guía de cómo diseñar un negocio, orientado al retail y la hostelería, para que fuera popular entre los 800 millones de usuarios de Instagram. En ese documento, se pueden ver ideas de cómo seleccionar el target u objetivo, de cómo darle importancia a las piscinas, a la comida… para que quede mejor en Instagram.

Como broche a esas dos noticias, que parecían desarrollar un inicio y nudo de la historia, llegó el curioso desenlace: el pabellón de Suiza albergó, en la pasada Bienal de Arquitectura, una obra llamada “Svizzera 240: House Tour”, firmada por cuatro jóvenes arquitectos suizos llamados Matthew van der Ploeg, Ani Vihervaara, Alessandro Bosshard y Li Tavor. El título hace referencia a la altura mínima de los techos en Zurich, 240 centímetros. Con un discurso muy elaborado sobre la representación en la arquitectura, crearon una reproducción de un piso recién entregado, sin muebles o elementos propios de la arquitectura, a distinta escala. Así, los visitantes se regocijaban al entrar en una habitación y descubrir que el pomo de una puerta estaba por encima de su cabeza, o que tocaban con la cabeza el techo de la siguiente habitación.

La predominancia de lo visual es una cosa muy reciente y, de hecho, para la asimilación del espacio es más importante el sentido del oído, que da una medida de la presión atmosférica, que el visual. Sin embargo, en el mercado de compra-venta de imagen, Instagram es lo máximo, y nunca se ha cuidado tanto la imagen de los edificios. Todavía está por debatir si la democratización del acceso a la información, a proyectos, ideas, soluciones o acabados arquitectónicos, hace más mal que bien. Para ciertos diseñadores, es ideal, una manera de agilizar el trabajo. Para otros, pura dinamita, además de dar rienda suelta a los “no iniciados” en una toma de decisiones que antiguamente se ocultaba entre planos técnicos. Lo único seguro es que este tipo de hábitos no se va a diluir, y por fortuna la sociedad ha elevado su nivel de acceso a la información. Esa ola no va a parar, mejor cabalgarla juntos.