IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

¿Qué hacemos con el patrimonio?

La pregunta es: ¿Qué hacemos con el patrimonio arquitectónico que nos legan las generaciones pasadas? ¿Lo destruimos, tal y como se ha hecho durante buena parte de toda la historia de la humanidad? ¿Lo conservamos en una urna para que nadie lo toque, con lo que cada vez menos partes de la ciudad podrán cambiar? ¿Hacemos un híbrido entre lo antiguo y lo nuevo, confiando en que la persona encargada del proyecto tenga sensibilidad y conocimiento para hacer algo que sea moderno y respetuoso al mismo tiempo?

La primera opción, la destrucción, no se contempla. No desde que el conjunto social, profesional, académico y político de la sociedad haya reconocido que el patrimonio construido es parte de la cultura de los lugares, y que si se quiere preservar un carácter social se debe proteger sus casas, palacios, calles, castillos y fábricas. También es cierto que, aunque no se destruya, puede suceder que todo se lleve por el camino de la dejadez, como en el caso del edificio de Molinos Vascos en Punta Zorrotza (Bilbo), abocado a la putrefacción en vida. Llevada al otro extremo, la sobreprotección de elementos arquitectónicos ha podido llevar a los inquilinos de una casa construida, digamos, en el siglo XVI, a estar condenados a no poder tener casas del siglo XXI y, en el peor de los casos, a asumir gastos desproporcionados cuando de alguna reforma se trata (cuando no se les aboca, como en el bochornoso caso de la casa Idiakez de Azkoitia, a la ruina total). Parece que el punto intermedio, el de intervención, es el más complicado ya que debe de contar con la pericia de alguien que sepa de arquitectura, construcción, historia y política. Sin embargo, hoy analizamos no tanto un edificio sino una estrategia, la de mediar con el patrimonio, ya que, bordeando el paroxismo, ¿qué mejor que rodear lo que queremos proteger guardándolo en una caja de cristal para que nadie lo toque?

La propuesta del estudio londinense Carmody Groarke Architects para salvaguardar el patrimonio arquitectónico pasa por envolver la casa Hill, la gran obra residencial del arquitecto Charles Rennie Mackintosh, mediante una gigantesca estructura de vidrio que la protegerá durante los doce años que llevará la rehabilitación del inmueble, para posteriormente ser desmontada.

 

 

La casa fue proyectada a inicios del siglo XX por Mackintosh y la artista Margaret MacDonald, siendo considerada como una obra precursora del Movimiento Moderno en Europa, y del estilo Arts & Crafts. En 1982 fue donada al National Trust of Scotland, organización no gubernamental dedicada a la protección del patrimonio escocés. Esa misma organización ha recaudado un millón de libras esterlinas para la rehabilitación de un edificio que tiene sus muros de cargas anegados tras un siglo de lluvias en un lugar donde, de promedio, llueve copiosamente 195 días al año. La rehabilitación pasaba por la necesidad imperiosa de tener que secar los muros interiores, motivo por el cual la propuesta de Carmody Groarke se adaptaba como un guante. El edificio propuesto contará con una pasarela mediante la cual se podrá pasear por la cubierta del edificio, cambiando el punto de vista habitual y convirtiéndolo así en un “artefacto”.

Esta misma estrategia, aún por construirse, sirvió para otros dos ejemplos de conservación del patrimonio; en los Países Bajos, el estudio Oving Architekten diseñó en 2015 un cerramiento de vidrio en Holanda para encerrar la antigua vivienda del oficial de las SS nazi encargado del campo de concentración de Westerbork. De nuevo, en 1996 el Gobierno argentino encargó la cobertura de la antigua residencia de Domingo Faustino Sarmiento, quien fuera presidente de Argentina. En todos los casos, la estrategia funciona perfectamente desde un punto de la arquitectura, ya que se activa el principio de yuxtaposición, al interponerse un edificio aparentemente residencial (sea esta la residencia de un nazi, de un presidente o de un industrial escocés) con una estructura super tecnológica de vidrio. Por otro lado, también funciona desde un punto de vista de patrimonio, al proteger literalmente en una urna el contenido a preservar.

El ejemplo de la casa Hill juega con la estrategia de resguardar en una caja de cristal el patrimonio, pero lo hace con un objetivo en mente; su construcción, además de preservar y ayudar a la rehabilitación del edificio, revaloriza el objeto en el interior, nos permite cambiar el punto de vista que sobre él tenemos, y ayuda a poner la casa en el mapa de nuevo. Eso, queridos lectores, se llama usar el potencial del patrimonio como un activo.