IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Salir zumbando

A medida que pasa el tiempo, construimos rutinas en torno a casi cada faceta de nuestra vida. Es la necesidad de establecer líneas de continuidad en torno a lo que vivimos, con la necesidad subyacente de predecir y controlar nuestra vida de antemano, de algún modo. Sin embargo, esta importante necesidad de estabilidad que nos hace sentir lo conocido, a veces entra en conflicto con otras, también relevantes.

En ocasiones sencillamente tendemos a mantener ciertas rutinas solo por el hecho de serlas, antes que atender a otras necesidades reales, propias, e incluso apremiantes, cuya satisfacción requeriría romper con las primeras. Si alguien nos preguntara «¿cómo es que no has cambiado esto o aquello antes?», nos quedaríamos en blanco, probablemente sin saber bien la razón real, a pesar de poder dar otras que lo hicieran comprensible. «No tengo tiempo», «no me había dado cuenta» o «no pensé que fuera tan importante» podrían ser algunas de estas respuestas. Pero hay otra parte de realidad: estamos llenos de automatismos, y mantenerlos exige que ignoremos otras partes de nosotros mismos. En este sentido hablamos de jerarquías, prioridades, pero quizá no de preferencias, es decir: a no ser que nos paremos a pensarlo y elijamos conscientemente, nuestra mente y nuestro cuerpo actuarán de manera autónoma para mantener el status quo en ciertas situaciones. Estos automatismos tienen lugar en el cuerpo y en la mente. Si pensáramos en todo no tendríamos atención para lo importante o lo urgente, se nos difuminaría entre un torrente inmanejable de estímulos.

Por otra parte, hay funciones vitales que preservar al margen de razonamientos y por tanto, de las dudas inherentes. Nuestra capacidad de análisis y juicio crítico es muy alta, pero ésta puede interferir potencialmente con las rutinas establecidas –y por tanto aprendidas y “necesarias” en el momento de su aprendizaje–, lo cual, en términos evolutivos, no necesariamente es beneficioso. Por así decirlo, analizar nuestra realidad individual a veces desafía lo que venimos haciendo, de lo cual sospecha la parte de nuestra mente especializada en “seguir haciendo lo que nos sirvió históricamente”.

En caso de disonancia o incongruencia, nuestra mente inconsciente tiene la capacidad de “desconectar” por un rato esta capacidad o alguna de sus funciones para asegurar la supervivencia de las rutinas. Cuando hablamos de rutinas aquí, nos referimos a aquellas que tienen lugar en las relaciones y que desconectan el juicio crítico, por ejemplo, hay rutina en el pensamiento único, pero también en las creencias limitantes sobre uno mismo, los demás o la vida en general, hay rutina en el establecimiento de actividades, aunque nos sean ajenas; y hay rutina en los juegos psicológicos conocidos entre personas con intimidad, que sistemáticamente terminan por separarles. Cuando nos paramos a pensar en este tipo de rutinas, lo que nos sale es probablemente fruncir el ceño y cierta rebeldía de autodefinición, pero si no lo hacemos, simplemente seguimos por ese camino.

Como con todo lo que está enraizado y nos sale automático, podemos hacer algo para que nuestro pensamiento actualizado y crítico se abra paso y podamos evaluar si seguimos queriendo o no aquello que en su momento elegimos pero que hoy no está tan claro que siga sirviendo. Como reza el título, salir zumbando nos da una idea; podríamos traducirlo como cambiar de escenario, ya que, ante nuevos estímulos, esa parte de la mente inconsciente no tendrá las claves que le harán disparar los automatismos: cambiar de tema, salir de la habitación, quedar con otra gente o hacer algo radicalmente distinto, con plena consciencia, es una manera de salirse de la autopista cuando vamos sin frenos a vivir lo que conocemos y no nos satisface, pero hacerlo en uno de esos apartados de seguridad llenos de arena, que frenan el vehículo sin ponernos en riesgo.