IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

¿Qué necesitas?

Probablemente pocas preguntas como esta sirven para abordar tan diversa cantidad de aspectos personales. Son dos palabras pero entre ellas habita una intención que se hunde profundamente en nuestra naturaleza como seres humanos; por un lado en la esencia de quien la emite, por otro, en la de quien la escucha y recibe. Esta pregunta incluye la noción de la presencia del otro como ser sintiente, como ser natural y también vulnerable. Hablar de “necesitar” en nuestra cultura a veces es entendido como algo que no hay que hacer demasiado abiertamente, o algo perteneciente a cierto tipo de personas, o con ciertas características.

Cuando mostramos lo que necesitamos, estamos enseñando nuestra parte vulnerable y, a menudo, albergamos la duda de quién estará escuchando. Pero incluso entre la gente cercana, este tipo de intercambio con frecuencia está lleno de reticencia. Tomar la iniciativa de hacer esta pregunta implica, como decíamos, la consciencia de que quien está enfrente puede no vivir la realidad de la misma forma que nosotros. Le reconocemos también esa cualidad, y al mismo tiempo muestra una disposición a entender lo que pasa en el otro, quien por el hecho de ser “el otro”, procesa y experimenta la vida desde un marco que es propio y que quizá no conozcamos tan bien. Esta pregunta también lleva consigo una asunción de similitud entre emisor y receptor en cuanto a esa parte de la naturaleza humana. En cierto modo, transmitimos algo así como “Voy a poder comprender la relevancia de tus necesidades”.

Sin embargo, entenderlo no implica tener que satisfacerlas; cuando preguntamos a otra persona por lo que necesita en un contexto particular, no significa que la propia pregunta nos tenga que comprometer a ser el proveedor o proveedora de aquello que está faltando. De hecho, a menudo nos encantaría poder hacerlo pero nos ahorramos la pregunta por una especie de temor a tener que responder “no puedo hacer nada por ti” o “no quiero” –en el caso de que la necesidad sea muy grande o profunda–.

En el otro lado, en el de quien recibe esa pregunta de otra persona, escucharla alivia en cierto modo si hay algo pendiente, conecta, y alude a lo importante dentro de mí, y quizá entre nosotros. Y es que las necesidades no son caprichos o deseos; son irrenunciables. Si la pregunta y la respuesta son sinceras, abrimos la posibilidad de conectarnos, de acompañarnos o incluso de encontrarnos por dentro y por fuera, y por mucho que las circunstancias sean insalvables, solo esto hace que lo difícil lo sea menos.

Esta pregunta también tiene la potencialidad de aplacar conflictos. En general, cuando tenemos un desencuentro lo que está en juego es la satisfacción de alguna necesidad más o menos relevante, de las cuales, por norma general no se habla abiertamente. Quizá no hablamos de ellas en esos momentos porque, al hacerlo, somos más transparentes y podemos medrar menos, pero cuando, en medio de un conflicto, podemos usar genuinamente esas dos palabras, damos la oportunidad al otro de dejar de jugar a la indignación, al victimismo, o a la queja, y poner sobre la mesa el quid de la cuestión, aquello que, si se atiende, podría parar o resolver el conflicto –cierto es, que esto no siempre interesa–.

No es mágico, evidentemente, no es inmediato su efecto, pero es una manera de decir “te veo, y noto que lo que estás haciendo o diciendo, aunque suene desagradable, puede ser una manera de no sentir aquello que te duele, o molesta, o simplemente querrías que fuera distinto. ¿Qué tal si hablamos de ello en lugar de seguir jugando a hacernos daño?”