IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Yo contra mí

En una sociedad que se muestra orgullosa de dominar como nunca la información; capaz de poner al alcance de sus miembros avances tecnológicos, científicos y académicos que prometen convertirnos en algo mejor, su asimilación e implantación resulta ortopédica e irregular.

No importa que sepamos que el tabaco, el azúcar o las grasas saturadas en exceso matan o que la producción de extracción, manufactura, venta y deshecho nos dirige al colapso; no importa que sepamos que una relación nos mantiene sometidos o que una elección laboral nos hace infelices; porque las razones chocan frontalmente con impulsos que ejercen una resistencia frontal y de igual o mayor fuerza.

Estos estímulos que nos impactan son “digeridos” y colocados en un compartimento que no alimenta la acción, y lo más curioso es que a menudo lo sabemos. No importa lo que nos digan porque “yo voy a seguir pensando así” o “nadie me tiene que decir cómo tengo que vivir”. La metáfora para tratar de entender esta actitud contradictoria es la de un sistema interno que ha encontrado su equilibrio, en el que reside su identidad, por lo que cualquier información que lo cuestione o entorpezca, siempre se mira primero con desconfianza y distancia. Es como si de ese equilibrio dependiera seguir siendo quienes somos, y no podemos simplemente cambiar tomando por buenos los datos o conclusiones que no hemos vivido en propia carne; nos es muy difícil aceptar que el otro pueda influir en nuestras acciones y por tanto, en nuestra identidad.

Cuando cambiamos de hábitos perdemos la dirección que ha venido dando estabilidad, predictibilidad y continuidad al mundo en general; aunque ésta nos estuviera poniendo en peligro a largo plazo. Y ahí reside otra de las dificultades para asumir información supuestamente veraz y promotora de bienestar: la inmediatez.

La expectativa de un beneficio futuro es abstracta, imaginada, sin un anclaje físico ni consecuencias visibles. Es un acto de fe dejarnos influenciar y cambiar por el otro –y por tanto depender de él o ella–, y hacerlo sin datos vividos que corroboren su eficacia. La sensación tiene más “momentum” que la idea, tiene más impulso y poder sobre nosotros, como seres orgánicos y reactivos que somos.

Si preferimos comer ahora antes que hacerlo luego, o ganar poco e inmediato antes que más en el futuro, o si miramos como mucho a la siguiente generación, no es por casualidad. No olvidemos que, como cualquier otro ser vivo, nuestro objetivo último es la subsistencia, y evolutivamente, ha habido poco espacio para la especulación a este respecto. Quizá aún no nos hemos acostumbrado a que la vida pueda no acabar mañana, a que el otro puede ser un colaborador en lugar de un depredador, o que cambiar implica ser vulnerables por un tiempo pero que del otro lado espera un “yo” que puede cambiarse a sí mismo, a sí misma, y quién sabe si también al mundo que lo rodea.

GALDERAK ETA HAUSNARKETAK

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