Miren Sáenz

Expedición al Saipal, un billete para dejar de ser parias

Se quedaron a 1.600 metros de culminar la hazaña, pero esta vez la cumbre no era lo principal. Esta expedición al Saipal (7.031 m.) ha permitido dar visibilidad a las mujeres de esta zona de Nepal, discriminadas por su condición de mujeres y víctimas de tradiciones atroces. De paso han podido demostrar que a las montañas sagradas también pueden ir las «impuras», sobre todo las que buscan una vida mejor.

Edurne Pasaban volvió a Nepal en octubre pero esta vez en lugar de dirigirse al este del país, donde están los concurridos gigantes del Himalaya –objeto de deseo de expertos alpinistas e inexpertos turistas– se fue al noroeste, lo que ella llama el Far West, una zona con una población pobre y mayoritariamente hinduista a la que no llegan los viajeros.

El objetivo de su última visita es aún más ambicioso que el de aquellas expediciones que le ocuparon una década y la convirtieron, en 2010, en la primera mujer en completar los catorce ochomiles, porque está relacionado con la concienciación y la emancipación de unas mujeres supeditadas a costumbres que castigan a la mujer solo por serlo. Dos semanas después de regresar de Nepal, donde la tolosarra ha permanecido un mes conviviendo con sus habitantes y empapándose de su cultura, relata la experiencia a 7K.

Todo empezó cuando el periodista y cineasta nepalí Bhojraj Bhat contactó con la montañera tolosarra para proponerle colaborar en un proyecto que permitiera mejorar la situación de las mujeres del distrito de Bajhang. Básicamente, la idea consistía en organizar una expedición integrada por algunas de ellas y por experimentados alpinistas occidentales que intentarían subir al Saipal, un coloso de 7.031 metros. El segundo pico más alto del noroeste del país es una montaña poco visitada, de carácter sagrado para los hinduistas como morada de dioses y prohibida para las mujeres, a las que la menstruación convierte en impuras.

Bhojraj, natural de la zona, ya había trabajado anteriormente en un proyecto parecido. El periodista obtuvo hasta dieciséis premios internacionales con la película “Sunakali”, donde contaba la historia de una niña de Mugu y sus compañeras, de entre 12 y 14 años, que se desahogaban jugando a fútbol a 3.500 metros de altura. El Mugu Team permitió a Sunakali y sus amigas participar en la última Donosti Cup –un torneo de fútbol internacional para equipos de categorías inferiores que se celebra en julio en la capital guipuzcoana–, el Athletic las invitó a San Mamés y conocieron Sanfermines en pleno 6 de julio. «Ahora allí todas las familias quieren que sus hijas jueguen al fútbol», reconoce Pasaban.

Aquel proyecto fue un primer paso que ha tenido continuidad en el mundo de la montaña. Más que un reto alpinístico, que también dadas las dificultades del Saipal, se ha tratado de una acción con tintes de misión tan social como simbólica y la expedición quedará reflejada en un documental que Migueltxo Molina espera culminar en los próximos meses. El navarro es el codirector de “Pura Vida”, el filme que narra el intento de rescate del montañero Iñaki Otxoa de Olza que se quedó para siempre en el Annapurna.

«Las mujeres son el mejor agente de cambio social, pero este tiene que venir de ellas mismas, para que luego ellas ayuden a otras a cambiar», declara Pasaban

Por eso, este reto supone además el punto de partida de un plan laboral para Sangita Rokaya, Laxmi Budha, Pabitra Bohora y Saraswati Thapa a las que están ayudando a montar una agencia de trekking que ellas dirigirán y, de paso, demostrarse a sí mismas y a los demás algo insólito en aquel territorio, como «que las mujeres tengan un sueldo por trabajar», recalca.

Al proceso de selección de estas nuevas montañeras, una convocatoria realizada a través de la radio en la que colaboró el propio Bhojraj, se apuntaron dieciséis nepalíes. Tras un primer descarte, en el que influyeron desde razones físicas a cuestiones de personalidad y valores, quedaron seis y finalmente cuatro porque, durante el “casting”, a dos de ellas las casaron en matrimonios concertados. Así están las cosas.

A grandes rasgos, las cuatro elegidas tienen entre 19 y 26 años, han nacido en el mismo lugar pero sus actitudes son diferentes. Laxmi, por ejemplo, es hija de guerrilleros maoístas y una de las que, según Edurne, más está por el cambio. Es la única casada, pero su marido también viene de un entorno en el que han luchado y aunque tienen una niña de 4 años le animó a apuntarse y a pelear. Saraswati también se ha involucrado al máximo; es parte de una familia en la que no hay hijos varones, motivo suficiente para la marginación. Ella es la segunda de cuatro hermanas y vio cómo su padre abandonó a su madre, asediado por una sociedad que considera una auténtica desgracia la falta de niños varones. «Te machacan, te presionan. Han sufrido mucho, así que Saraswati no quiere casarse, quiere trabajar como guía y ver mundo para ayudar a su hermana pequeña a no pasar por lo que han pasado ellas. Tampoco las otras dos del grupo, que son más jóvenes y una de ellas tenía 7 años cuando su madre enviudó y tuvo que ayudar a sacar adelante a sus seis hermanos», desvela Pasaban.

Un equipo nuevo para una cima que se resiste. Pese a sus nulos conocimientos técnicos, Rokaya, Budha, Bohora y Thapa mantienen la forma física. Están acostumbradas a la altura, más por necesidad que por deporte, ya que en esa región practican incursiones hasta los 4.500 metros para recolectar yarsagumba, una raíz conocida como el “viagra del Himalaya” a la que se le atribuyen propiedades afrodisíacas y se paga bien en el mercado chino. «Sorprende que sin conocimientos técnicos ni material suban a sitios en los que te puedes matar», asegura la escaladora.

Ese aceptable estado físico resultó imprescindible para afrontar un largo camino de aproximación al campo base por zonas vírgenes o de pastoreo que ralentizaron la marcha. Aún así les ayudó a conocerse a, compartir experiencias y «a contarles nuestra vida para que ellas nos contaran la suya».

El equipo montañero lo integraban además dos consumados alpinistas, imprescindibles en la parte técnica de la expedición como son Martín Ramos y el doctor Jorge Egocheaga, quien aprovechó el trayecto para montar un campo médico y atender a gente capaz de caminar hasta quince horas para acudir a su consulta; cuatro americanas, guías de montaña en EEUU que junto con Pasaban enseñaban a las cuatro nepalíes a utilizar la cuerda o a escalar en una cascada de hielo, y setenta porteadores, que se estrenaban en una expedición alpina, completaron el grupo.

Ya instalados en el campo base se empezó a notar el invierno, hacía frío y nevó un par de días por lo que tuvieron problemas con el agua de los ríos, que empezaba a congelarse y debían cogerla a mediodía, cuando pegaba el sol, para después utilizarla en las comidas. Consiguieron equipar la ruta hasta los 6.000 metros, pero no más. Los glaciares, los seracs y unas paredes no aptas para inexpertas les dejaron subir hasta los 5.400 metros. «Apenadas y obsesionadas, fue difícil convencerles de que hasta allí habían llegado. Sentían mucha presión y responsabilidad, pero al final el monte manda. Era demasiado arriesgado porque allí descubrimos que era una expedición para alpinistas preparados, no para alguien que se pone unos crampones por primera vez», confiesa Pasaban.

El monte Saipal se ha subido solo por la cara Norte, y la cara Sur es una verdadera desconocida. «Teníamos poca información, por no decir cero, porque allí no van expediciones y sabíamos que es una ruta muy difícil. El objetivo no era solo escalar la montaña sino emprender un cambio cultural. Si hubiéramos ido por la Norte habría sido más fácil, pero nosotros no podíamos optar por ella porque ese lado da al Tibet y son budistas. El Saipal separa dos culturas muy potentes, la cara Sur es sagrada para los hinduistas, pero técnicamente era complicadísima», dice.

Educación y tradición. Sea como sea han realizado un gesto frente a unas tradiciones demoledoras, como esa que asegura que la menstruación les convierte en impuras y, como tales, atraen la mala suerte. Para combatirla se recurre al chaupadi, una práctica que obliga a niñas y mujeres a abandonar el hogar cada vez que tienen el período durante toda su vida fértil, por lo que una vez al mes se las recluye en los chhaugots, una especie de chabolas construidas con adobe donde guardan animales. En muchas de estas cuadras ni siquiera se pueden poner de pie. Tratadas como apestadas, cuando menstruan no pueden salir de los chhaugots, no pueden tocar, ni ser tocadas, ni cocinar, ni comer de la misma cazuela que el resto. Cuando desaparece el sangrado se lavan en el río, «pero no en la zona donde se limpian los hombres, sino en la más sucia, donde van las orinas de las vacas. Cuando las mujeres dan a luz, tampoco les permiten entrar en casa durante la primera semana y antes de volver a acceder a ella les rocían con pis de vaca porque, según ellos, esto las purifica», especifica la montañera.

El Gobierno nepalí prohibió el chaupadi en 2005 y más recientemente ha establecido multas económicas para aquellos que obligan a mujeres y niñas a estas prácticas, sin tener en cuenta que en los sitios remotos no hay control. La ocurrencia de alguna ONG de destruir los chhaugots ha empeorado la situación, ya que las mujeres se quedan a la intemperie a merced de picaduras de serpiente o de ataques de otros animales.

Pasaban admite que este país de Asia meridional es un gran desconocido incluso para ella, pese a contabilizar en su pasaporte una treintena de viajes, y no precisamente de corta duración. «Cuando hablamos de Nepal nos imaginamos un lugar lleno de banderitas de colores, budistas y sherpas, pero el 90% de la población es de religión hinduista. En ciudades como Katmandú, el chaupadi ha ido desapareciendo y aunque las mujeres no se acerquen a los templos cuando tienen la regla, duermen en casa. En el Far West no».

Es dura la vida en ese lugar al que no ha llegado ni el agua corriente ni la luz eléctrica: «Sobre todo para las niñas, a las que casan a los 14 años y a los 15 ya tienen el primer hijo; otras son vendidas por cuatro perras para ser prostituidas en la India. Y para las mujeres, que van a la huerta, cogen hierba en sitios superempinados, traen leña, agua... mientras los hombres se dedican a darle al trinqui –beben un aguardiente de alta graduación elaborado con arroz– y no hacen nada. Esto les lleva al alcoholismo, hay mal trato y violaciones».

En enero está prevista una reunión con miembros del Gobierno de Nepal para emprender un programa de formación en las escuelas, a la que esperan asistir algunos de los involucrados en este proyecto. También se está realizando el papeleo para esa agencia de trekking a través de la cual Rokaya, Budha, Bohora y Thapapare u otras como ellas consigan coronar el Saipal y se rían de la maldición.