IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Puedo hacerlo todo

Hace tiempo que el libre albedrío se topó con las obligaciones, convirtiéndonos en seres limitados. Todo nuestro potencial, nuestros deseos y sueños, toda nuestra imaginación y capacidad de juego tiene que convivir día a día con lo que tenemos, debemos y nos conviene hacer, pensar o sentir.

Hemos dicotomizado estas facetas y las hemos enfrentado como si fueran excluyentes, o como si ejercer una pusiera en peligro la otra; mientras somos plenamente conscientes de albergar ambas y de que ambas marcan camino. También es interesante ver cómo a veces, en esa pugna, nuestra voluntad queda fuera de la ecuación, como si quien yo soy estuviera alineado con una de esas dos facetas y temiéramos desvanecernos si nos acercamos a la otra.

Si me guío por la responsabilidad es impensable pensar en cambiar de vida; o si me guío por los sueños y deseos, establecer rutinas menos gustosas lo vivo como una traición a mí mismo. Y ambos procesos parece que pueden llegar a operar independientemente de nuestra voluntad y empujarnos; creando la sensación de estar encerrados en un mundo de rutina, sin poder escapar, agrisándonos cada día, o la de estar dando bandazos de una ocurrencia a otra, o la de permanecer en un tenso impasse que nos inmoviliza al ser objeto de las fuerzas contrarias.

La elección de vivir se convierte entonces en un tema de opinión (familia, amigos, la sociedad en general), o un tema de obsesión (dando vueltas en la cabeza insistentemente a “qué se espera de mí”) o el resultado confuso de los impulsos que se suceden sin dirección. Hace tiempo, estas posibilidades que daba la vida no estaban tan separadas, y nuestras opciones eran mucho más inmediatas; teníamos poder.

Nacemos con poder para elegir la vida, adaptándonos a sus límites pero sin soltar las riendas de lo que somos capaces de hacer, y años más tarde vamos inclinando la balanza hacia la capacidad o la incapacidad percibida. Los años de la infancia son de una vulnerabilidad grande, físicamente necesitamos de los demás, y cognitivamente y emocionalmente también, ya que nuestro control sobre nosotros mismos va desarrollándose en el encuentro con el otro.

Y precisamente de esos encuentros llegamos a conclusiones sobre nosotros mismos, los demás y la vida en general, y de ellos también se derivan acciones que marchaman las conclusiones. La ratificación de dichas conclusiones a lo largo del tiempo cristaliza en una vivencia de quiénes y cómo somos, y también de lo que somos capaces de hacer o lograr.

Si los que estaban ahí para ayudarnos a crecer confundían vulnerabilidad con incapacidad, probablemente nosotros estemos convencidos de que no podemos cuando nos sentimos inseguros o confusos. Si, por otra parte, nos animaban a descubrir aunque la seguridad no fuera completa y hubiera riesgo, quizá hemos podido notar los límites del mundo y crear de ese encuentro una capacidad o habilidad para afrontarlos.

Hoy, años más tarde, merece la pena pensar un poco, aquí y ahora si estamos traduciendo correctamente nuestra sensación en las palabras “no puedo” y hacernos conscientes de si lo que realmente quiero decir es “nunca lo he hecho”,“tengo miedo a...”, “no quiero”, o “si lo hago, a alguien no le va a gustar”. Sea como fuere, el poder para crear la vida y elegirla momento a momento siempre ha sido propio, sin desmerecer las circunstancias, y hoy, incluso lo que nos limita puede ser una elección. Es cosa nuestra.