IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Atrapados en lo concreto

Qué queremos realmente decir cuando hablamos de esto o aquello? ¿Cuál pretendemos que sea el impacto en el otro de tal o cual acción? De todos es sabido que la comunicación entre las personas es un fenómeno complejo. Y su resultado depende en igual medida del universo del emisor y del receptor, que se encuentran y amalgaman durante el instante de la comunicación. Sin embargo, raramente lo tenemos en cuenta; más bien identificamos los mensajes como algo objetivo al ser explícitos, estar abiertos a quien escuche y compuestos por palabras concretas.

Asociamos lo explícito con lo objetivo, y no siempre vamos más allá ni tenemos en cuenta el nivel psicológico de los mensajes, a pesar de que es este el que nos afecta realmente. Cuando hablamos del nivel psicológico nos referimos a ese aspecto intencional con respecto a la otra persona. En unos casos, lo que se dice puede ser complementario; es decir, puede que los dos agentes estén en la misma onda y compartan información, compartan como dos niños sus deseos, sus penas o quejas o se dediquen a pensar en cómo deberían ser las cosas. Otras veces, los dos agentes no están en la misma sintonía y uno de ellos está en un lugar diferente al que el otro percibe o cree. Por ejemplo, en una conversación de comunidad, habrá alguien con el objetivo de compartir información sobre unos presupuestos para pintar la escalera y desea que se piense entre todos; otro tendrá el objetivo de dinamitar cualquier propuesta, obviando cualquier información relevante y a otro puede que solo le interese hablar de lo que le va a suponer bajar la bici por la escalera sin rozar las paredes. Cada uno de esos agentes intentará encontrar un interlocutor que valide su objetivo –porque sin interlocutor no se puede completar–, para lo que apelará a la empatía o a la comprensión de su punto de vista, y si esto no funciona intentará hacer reaccionar al otro en su misma longitud de onda para, por lo menos, justificar su propia postura. Siguiendo con los ejemplos anteriores, quien ha buscado presupuestos intentará encontrar a otros que hablen solo de esa información, sin entrar a discutir viejos asuntos –«no es el momento de hablar de eso» o «necesitamos tomar una decisión, así que centrémonos»–.

Por otro lado, quien trata de dinamitar mira más allá del tema de la pintura; quizá a una antigua rencilla con el presidente o a la manera en que fue tratado en la última reunión. Para ello primero tratará de que le sigan en su negativa, y si no, tratará de sacar los colores a otros para que reaccionen a su oposición de forma confrontativa –lo cual justifica más oposición–. Por último, el que lleva la queja por lo personal tratará de que todos sientan el inconveniente, pero al ver cómo los vecinos que no tienen bici no empatizan, puede pasar a pedir un trato especial y que se le deje guardar la bicicleta junto a los buzones, apelando a la compasión.

Puede parecer que entre estos tres agentes hay uno que lleva más razón que los demás –el de los presupuestos–; sin embargo, en la comunicación humana invariablemente están en juego asuntos emocionales y relacionales que no solo influyen en el encuentro, sino que son los que lo hacen imprescindible, por lo que merece la pena tomar en consideración las distintas necesidades ya que, aunque nos parezca mejor una u otra, todas están presentes y piden ser atendidas de algún modo.

No necesitamos encontrarnos para elegir entre tres opciones, sino para escucharnos y ser sensibles a lo que la diversidad del otro y la propia tienen que decir sobre la convivencia. Hablar de presupuestos sin mezclar cosas puede ser importante, pero quizá también aclarar qué pasó para que tú estés tan enfadado como para no oir nada de lo que decimos, o la razón de que tú necesites un trato especial. De ese tiempo de pararse a escuchar más allá de lo evidente, obtendremos, primero, mayor autonomía –no será tan fácil que nos hagan reaccionar–, y segundo, surge la respuesta que puede incluir al otro.