IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

Estrategias para el espacio público

Ane Arce e Iñigo Berasategui son dos jóvenes arquitectos que militan en el estudio AZAB Architects, junto a Cristina Acha y Miguel Zaballa, viejos conocidos de estas páginas. Usamos el verbo “militar” de un modo premeditado, ya que su labor y dedicación trasciende el mero trabajo, y se adentra en esa maraña de pasión por el trabajo que rodea a muchos estudios de arquitectura. Suya es la obra de la cubrición de la plaza Elizalde de Mallabia. En la historia que presentamos hoy, juntaremos la crisis económica, los tickets de peaje, una ética de trabajo que roza la autoprecarización, los procesos participativos, los arquetipos edificativos y el mobiliario de gimnasia para mayores.

Al acercarnos a la pequeña localidad de Mallabia, el camino pasa necesariamente por carreteras de sinuosas curvas en la frontera entre Bizkaia y Gipuzkoa. Una vez llegamos a nuestro destino, podemos encontrar los elementos clásicos que conforman los pueblos de Euskal Herria, ordenados de ladera arriba hacia abajo: frontón, ayuntamiento, plaza, bar, iglesia. Salpicando ese plato principal, tenemos otros elementos más modernos: viviendas del desarrollismo de los 60 y 70, viviendas semiadosadas de los 90, y bloques con inspiración neoregional de los años 2000. Entre medias, parques, aparcamientos y parterres más o menos acertados, y una pequeña zona de juegos infantiles.

El municipio creció como el resto del territorio, ni mejor ni peor; la infraestructura viaria –la carretera– dividía los lotes, y se iba urbanizando a medida que se necesitaba suelo. El espacio público resultante en esa estrategia suele tener como resultado el esperado: las sobras de la operación. En 2014, en plena crisis económica, el este ayuntamiento vizcaíno puso en marcha un proceso de presupuesto participativo que dio como resultado la petición de los habitantes de habilitar una zona de juegos cubierta. El consistorio contrató a Arce y Berasategui para realizar una cubierta del espacio existente. Los arquitectos ya habían demostrado su interés por cómo la arquitectura podía crear “artefactos” que activaran el espacio urbano, además de trabajar el ámbito de la didáctica de esta disciplina a través del juego.

Hoy en día el espacio urbano está sobrecualificado, se plantea que cada rincón valga para un montón de cuestiones distintas, dejando a un lado actividades menos activas, como por ejemplo mirar, leer, estar. Concertamos una cita con Iñigo Berasategui para hablar de la cubrición del espacio: «El emplazamiento original era otro, se planteaba la cubrición de los juegos infantiles junto a la iglesia, pero consideramos que la plaza Elizalde era más interesante», dice. La plaza en cuestión era un espacio construido en plena fiebre de la Tendenza (movimiento arquitectónico surgido en Italia en los 60) en la CAV, con su graderío a modo de teatro griego y quiosco adosado, que creaba un espacio intermedio sin cualificar, sin actividad intermedia, suponiendo un paso obligado pero sin un uso determinado.

«La cubierta que proyectamos es autónoma, como un elemento que se quiere acercar más a la polis griega que al sentido de urbs romano; es decir, quiere alejarse de la construcción física de las cosas, e ir a la construcción de una comunidad o municipio», continúa Berasategui. Con esta tesis se plantea que colocando un elemento de arquitectura en un lugar, se puede “hacer” lugar, y no simplemente “urbanizar” una parcela.

Elementos conocidos. La construcción de la cubierta plantea el uso de un lenguaje conocido en Euskal Herria, un tejado a dos aguas repetido, un arquetipo reconocible como un elemento acogedor y protector –el caserío–, y utiliza otro material arquetípico –la madera– en estructura y acabados para conseguir un espacio donde las distintas generaciones –máquinas de ejercicio para mayores incluidas– puedan hacer suya una parte de la urbanización y conseguir un elemento de activación. Sin embargo, alejados de la idea de que el espacio urbano debe estar segregado por usos, la plaza parte de la premisa de que toda zona puede ser un espacio de juegos, y que para la infancia nada como subir y bajar una gradas de madera, esconderse tras una empalizada o abordar una rampa.

El resultado de esa estrategia de diseño pasó necesariamente por una ejecución casi artesanal, que requirió un cuidado especial en obra. Se calcula alrededor de ochenta visitas, una cantidad enorme para una obra de estas características. «Los honorarios de la fase de obra se fueron en tickets de peaje –bromea Berasategui–, pero lo cierto es que, si no hubiéramos puesto tanto mimo, el resultado habría sido distinto».