Iñaki Zaratiegi

Deconstruyendo el Imperio Americano

No eran salvajes asilvestrados que vivían a caballo y cortaban cabelleras. Antes de que los europeos masacraran gentes, pueblos, cosechas y animales, los «indios» eran cientos de naciones asentadas sin nada que envidiar a los «rostros pálidos». Pero, entre los siglos XVI-XVII, la población del continente «americano» pasó de cien a diez millones. En el norte, de quince millones quedan unos tres, en un 2,3% del territorio original. La historiadora y activista Roxanne Dunbar-Ortiz destapa la gran mentira y profundiza en el carácter racista y hasta genocida del colonialismo militarista del Imperio Americano.

Sus apellidos son una mezcla colonial: Ortiz es el de casada y «Dunbar es de raíz escocesa-irlandesa, calvinistas protestantes reclutados por Inglaterra para la conquista de Irlanda, donde se asentaron como colonos. Un siglo después fueron también los principales colonos en la conquista por Gran Bretaña de las trece colonias de Norteamérica que se convirtieron en Estados Unidos. Su papel se narra en mi último libro y fue un factor importante para ese estudio». Así explica a 7K su génesis familiar la historiadora Roxanne Dunbar-Ortiz (San Antonio, 1939), desde la californiana San Francisco.

El libro al que se refiere es “La historia indígena de Estados Unidos”, al que han precedido casi una docena de títulos como “Loaded: A Disarming History of the Second Amendment”, “The Great Sioux Nation” o “La cuestión miskita en la revolución nicaragüense”. El nuevo ensayo ha sido editado en castellano por la editorial madrileña Capitán Swing, que cuenta en su catálogo con trabajos paralelos como “Alce Negro habla. Historia de un Sioux” (John G. Neihardt) o “Patrañas que me contó mi profe. En qué se equivocan los libros de historia de los Estados Unidos” (James Loewen).

Historiadora, profesora, escritora y activista feminista y revolucionaria, Dunbar-Ortiz es especialista en el genocidio colonialista. Es hija de un granjero y de una madre mitad cheroqui, sin escolarizar, huérfana, residente en hogares de acogida, que sufrió abusos, alcoholismo y se avergonzó de sus rasgos indígenas. Pero prefiere hacer un análisis académico y no personal de ese legado materno: «De 1619 a 1890, el imperialismo y la colonización arrasaron el continente. Los indígenas eran considerados salvajes, no humanos, y fueron desplazados como refugiados. Hubo viudas y huérfanos separados de familias y comunidades, realojados en la sociedad blanca como sirvientes. Como se sabe por la guerra moderna de EEUU en Corea, Vietnam, Irak, Libia o Siria, sus víctimas son principalmente civiles. Veo mi defensa de las naciones nativas y su derecho a la libre determinación, la restitución de tierras y la reparación (también de los descendientes de los africanos esclavizados) como parte de la deconstrucción del ‘Imperio USA’. Fui consciente del genocidio colonialista de asentamiento cuando hacía mi doctorado y como activista por la justicia social».

Colón y Cortés, ¿genocidas? Primero se conmemoró el quinto centenario de la llegada de Cristóbal Colón y ahora el del desembarco de Hernán Cortés en México. El presidente del país azteca, Andrés López Obrador, ha sido recientemente el centro de una polémica al anunciar que ha enviado una carta al rey español y otra al Papa que ha levantado ampollas, en la que les pide «que se haga un relato de agravios y se pida perdón a los pueblos originarios por las violaciones a lo que ahora se conoce como derechos humanos». Roxanne Dunbar-Ortiz razona que aquel colonialismo tenía tendencias asesinas: «Cada tipo de colonialismo conlleva muchos factores genocidas, como se define en el Pacto de las Naciones Unidas de 1948 para la prevención y el castigo del genocidio. El euroamericano fue inherentemente genocida en su objetivo de crear riquezas con las que establecer estados-nación permanentes, basados en la acumulación capitalista». Y preguntada sobre el propio Cortés, su respuesta es tajante: «Como otros mercenarios europeos habilitados por las monarquías y el Vaticano, debería ser recordado como tal en toda sociedad democrática que se respete y sea digna de ser calificada como tal».

Los datos que la historiadora aporta son demoledores: entre los siglos XVI-XVII desapareció el 90%, de la población del continente (de 100 a 10 millones de personas). En el norte, de quince millones quedan unos tres en un 2,3% del territorio original. ¿Es el mayor genocidio de la historia? «El colonialismo que elimina o extermina a un pueblo encaja en la definición moderna de genocidio, fijada en 1948. Pero no se mató a tanta gente: el 90% ni siquiera murió por enfermedades, como se argumenta, sino que fue deportado. En el primer siglo de imperialismo español-británico, millones de indígenas fueron esclavizados y, a menudo, deportados del Misisipi a Perú, de Massachusetts al Caribe...».

La especialista señala que antes de la colonización europea había en Norteamérica «unas quinientas naciones y comunidades distintas, con dialectos específicos que derivaban a ramas lingüísticas más grandes. Se conectaban como en otros continentes: por el comercio, el matrimonio, el multilingüismo o el lenguaje gestual en los intercambios. Ninguna comunidad estaba aislada y era ‘pura’. No existía el ‘salvaje romántico’ que sugiere el mito de la Ilustración europea».

Indios baserritarras y animalicidio. A la implacable lógica de las cifras se unen hechos que evidencian nuestra ignorancia de la historia: la mayoría de “indios” no eran itinerantes sino agricultores que vivían en pueblos. «Es el mito interesado que da una imagen de un continente escasamente poblado, con bandas de salvajes casi desnudos que no tienen relaciones asentadas con la tierra o su entorno. Por tanto, sería un genocidio colonial sobre unos pocos miembros originales, que adolecerían del concepto de propiedad y que tendrían un supuesto sistema inmunitario débil. Así se disminuiría la responsabilidad colonial».

Y aclara: «Era un continente de pueblos con caminos que los conectaban. Con algunas sociedades pastoriles de migración estacional, pero con un lugar central de base. En las costas y grandes lagos había aldeas y economías pesqueras. La Norteamérica al este del Misisipi se identifica como uno de los siete orígenes de la civilización agrícola. Pero fue incautada para llevar adelante un negocio basado en cultivos no alimentarios, trabajado con una mano de obra formada por los esclavos africanos: ese es el ‘reino del algodón’, la base del desarrollo capitalista de EEUU».

Al exterminio humano se añadió el de los animales, unos 60 millones de bisontes. «Esa matanza, cercana a la extinción, tuvo lugar tras la limpieza étnica. Los colonos destruyeron las fuentes de alimentos y suministros, y muchos animales fueron casi exterminados porque sus pieles y plumas eran productos muy apetecibles para venderlos a precios lucrativos en el mercado europeo. Los bisontes fueron asesinados para arrancarles su piel, dejando pudrir sus cadáveres. Y también fueron atacados por el Ejército desde 1865, tras la Guerra Civil».

Un «paraíso». Teoriza la historiadora que los amerindios habitaban un “paraíso”, con comunidades sociales, un alto grado de alimentación, de salud, con redes de caminos, canales de riego… «Con ese término, yo desafío al ideal romántico europeo de un paraíso libre de enfermedades. Sí que había enfermedades, pero como no tenían el objetivo del lucro del capitalismo, la salud y el bienestar eran cuestiones centrales. No digo que fueran necesariamente más avanzados en lo material o tecnológico, sino que tenían una dirección muy diferente. Si la medida de una civilización son sus índices sociales (salud, longevidad, dieta, entender la tierra como sustento para nuestro cuidado...), las civilizaciones indígenas del hemisferio occidental fueron más avanzadas que las europeas».

En cuanto a la organización social, la historiadora afirma que las decisiones se tomaban por consenso, no por mayoría, con un peso importante del linaje familiar. «Como en otras civilizaciones compuestas por pueblos e idiomas diferentes, había cientos de formas de gobierno, con características comunes como la toma de decisiones consensuadas centradas en las opiniones de los ancianos, de las mujeres... Por contra, en el lado colonial existía poca o ninguna democracia en sus sociedades de origen. A las naciones cautivas les impusieron unas formas de gobierno constituidas por oligarquías patriarcales que controlaban, además, a su propio pueblo en consonancia con las exigencias coloniales. Los gobiernos indígenas tradicionales continuaron existiendo en la clandestinidad y mucha de su gobernanza se manifestaba en ceremonias que los colonialistas consideraban signo de religiones diabólicas a destruir y a reemplazar por el cristianismo».

¿Eran comunidades heteropatriarcales, al estilo occidental, o diferentes? «Eran mayormente matriarcales y las mujeres controlaban los medios de producción y distribución de los alimentos, la vivienda y los servicios». Pero, ¿por qué la historiografía colonial repite que el régimen azteca de Moctezuma era totalitario y cruel, y que Cortés hizo un magno favor a la humanidad derrocándolo? «En el régimen azteca sí gobernó una monarquía heteropatriarcal, que habría sido desmantelada y descentralizada por las revoluciones que se venían extendiendo y de las que Cortés se aprovechó. Las revoluciones indígenas habrían ganado también la independencia en el Caribe y el Pacífico, pero EEUU se impuso a España y recolonizó esos países. Aún lo sigue haciendo».

Cortar cabelleras con Dios de nuestro lado. La autora analiza cómo la conquista colonial fue protagonizada por mercenarios que protagonizaron las primeras guerras de apropiación, destrucción y deshumanización, todo ello bajo el estímulo de la religión. «La posibilidad de ejercer saqueos fue el principio usado por los monarcas y príncipes europeos para reclutar mercenarios, patrocinados por el Estado y, en última instancia, por el Vaticano. Ese tipo de prácticas e instituciones, desarrolladas por las monarquías norteñas de la península ibérica en la limpieza étnica de musulmanes y judíos, se aplicaron en la conquista, colonización y limpieza étnica de las Américas». Dunbar-Ortiz apunta que «esas monarquías colonizaron primero naciones enteras como Escocia, Irlanda, Gales, Bohemia, Cataluña o el País Vasco, dando pie a la primera población organizada por la fuerza con fines de lucro: el campesinado, que fue despojado de su tierra, convertido en siervo o mercenario, enrolado en las conquistas europeas y luego en el genocidio americano».

Y se centra en la conquista inglesa de Irlanda. «Inglaterra creó el colonialismo de asentamiento, que aplicó luego a sus colonias norteamericanas. Siglo y medio después, los descendientes de esos colonos establecieron su propio estado colonial: los Estados Unidos que, para finales del XIX, habían exterminado, trasladado y encarcelado a las naciones indígenas. Los actuales EEUU no se entienden sin reconocer que sus leyes, sus instituciones y su cultura están enraizados en el militarismo y el colonialismo de ocupación, imbuidos de racismo».

Y destapa que, en el siglo XVII, el Gobierno inglés ofrecía recompensas por las cabezas, las cabelleras y las orejas de los irlandeses, una práctica exportada a las guerras contra los indígenas americanos. «Cortar cabelleras como recompensa fue un negocio para los colonos, que mataban indígenas en Irlanda y, después, en Norteamérica. Los pueblos nativos resistieron a la violencia y utilizaron también esas prácticas para aterrorizar a los colonos. Es decir, que la introdujeron los ingleses: no hay nada en las culturas indígenas que indique que existía antes. Pero, en la cultura colonial de EEUU, siempre es el nativo el que corta cabelleras».

Walt Whitman y Woody Guthrie, racistas. La autora pone en solfa hasta a algunos iconos progres. Dice que Walt Whitman («poeta, ensayista, periodista y humanista», según Wikipedia) fue «racista, belicista, militarista e invasor (en México)» y subraya una cita suya: «El negro, como el indio, será eliminado; es la ley de las razas, la historia». Y por aquí, nosotros escuchábamos felices el LP “Belar hostoak”, de Txomin Artola... «Los escritores e intelectuales coloniales ‘naturalistas’, como Thoreau, y ‘conservacionistas’, como John Muir y Theodore Roosevelt, eran supremacistas. Incluso quienes se oponían a la esclavitud y eran abolicionistas fueron supremacistas blancos. Con una excepción: John Brown, más empresario y agricultor que intelectual».

Así que la literatura fundacional de EEUU fue obligadamente colonialista. «Cuando escritores y poetas nacionalistas blancos se hicieron famosos hacia 1840, la mayoría de los nativos habían sido transferidos a la fuerza desde sus hogares a ‘territorio indio’, fuera de su vista y de su mente. De ahí la ligazón india a la que Whitman se refirió con los mexicanos, a quienes la mayoría de colonos creían ‘indios’. La siguiente generación de escritores coloniales famosos (Mark Twain, Henry James, Emily Dickinson) ignoró casi la existencia de los pueblos nativos, incluso cuando el ejército estadounidense realizaba campañas genocidas diarias».

   

Ortiz-Dunbar derriba más referencias culturales y revisa, por ejemplo, la emblemática canción “This Land Is Your Land”, de Woody Guthrie, versionada al euskara por los zarauztarras Lou Topet. «Es el himno no oficial, blanco y liberal de EEUU. Guthrie es un héroe popular que tenía poca o ninguna conciencia nativa, aunque creció en Oklahoma rodeado de pueblos creek segregados. En la versión original (‘Roll on Columbia’), se incluían referencias al genocidio contra los nativos del noroeste del Pacífico (Washington, Oregón) con un ‘colgamos a todos los indios con su arma humeante’. Pete Seeger la rescribió omitiendo las calumnias racistas, pero nunca habló de ello. Guthrie, como la mayoría de colonos, era un duro racista que estaba contra los nativos americanos-afroamericanos-mexicanos. ‘Esta tierra es tu tierra’ es un himno colonial. La pregunta es por qué es universalmente aceptado por la gente blanca progresista del post movimiento por los derechos civiles».

La revisión cultural de Dunbar-Ortiz alcanza también a escritores actuales. «Soy historiadora, no crítica literaria y no cuestiono su genio creativo. Pero Octavio Paz, Vargas Llosa... han expresado opiniones políticas, en la ficción o la realidad, que o bien idealizan románticamente a los indígenas o los borran. Isabel Allende afirma en su autobiografía que en Chile no existió la esclavitud, por lo que no hay población afrochilena, lo que simplemente no es cierto».

La nación india no se rinde. ¿Cuál es hoy la realidad política de los pueblos originarios de EEUU? «Permanecen bajo la dominación colonial y la amenaza legal de la ‘terminación’ (eliminación del estatus indígena y del de su tierra) desde que en el siglo pasado finalizó la resistencia armada. Fue legislada en 1954 y se necesitaron dos décadas de resistencia para revertirla. Pero la administración Trump tiene su propia agenda de ‘terminación’, que cuenta con gran apoyo de los barones del ganado del Oeste: y que consiste en la privatización de las tierras nativas y de propiedad federal».

¿Incide aún el genocidio nativo en la política de su país? «Es quizás el único estado-nación creado con el solo propósito de ejercer la dominación. Un imperio reforzado por la narrativa de que su origen está en ‘la ciudad de la colina’, aquel primer asentamiento colono elegido por su dios cristiano y calvinista. Los EEUU se fundaron sobre la violencia y la guerra, y son fundamentalmente militaristas y depredadores. Es un estado democrático empapado por un pasado sangriento y racista. El electorado principal, formado por blancos evangélicos y también liberales, asume el derecho e incluso la responsabilidad de dominar el mundo».

La terminología colonialista sigue presente en el Ejército, que denomina objetivos como “Indian country” (Irak) y tituló “Gerónimo” (nombre de un destacado chamán y guerrero apache) a la operación preparada para asesinar a Bin Laden. Dunbar-Ortiz recuerda que «con la administración Kennedy, los militares reavivaron el término ‘guerras indias’ para las operaciones militares encubiertas en Vietnam. Una fórmula que significa una vez más atacar a la población civil, los almacenes de víveres y la quema de cultivos y aldeas».

Se ha vendido la idea de que frente a los Reagan, Bush o Trump, Barack Obama estaba hecho de otra pasta, pero, por contra, el primer presidente afroamericano sentenció aquello de «EEUU no nació como potencia colonial». La historiadora recuerda que Obama «es hijo de un inmigrante de Kenia, no desciende de africanos esclavizados. La familia de su madre es la típica descendiente de los antiguos colonos blancos. Y él fue criado por sus abuelos en la historia oficial y parece que la venera más sinceramente que la mayoría de los políticos. No es de extrañar que no pueda imaginar que nacieron como potencia colonial. Pero fue uno de los pocos estados-nación nacidos como tal».

¿Todavía hay esperanza de que un día se respeten los tratados firmados, se restauren los lugares sagrados y se dedique una reparación masiva? La veterana luchadora no la pierde: «Esas naciones han sobrevivido contra todo pronóstico durante siglos de genocidio colonial europeo y euroamericano, y están decididas no solo a sobrevivir sino a recuperarse, a autodeterminarse». La nación india tiene incluso un récord de crueldad judicial: el lakota Leonard Peltier lleva 42 años encarcelado y es el preso político más antiguo de EEUU. Roxanne Dunbar-Ortiz recuerda que Peltier «como resistente, es un símbolo para el Estado securitario estadounidense (formado por Policía, FBI, fuerzas armadas). Él es muy consciente de lo que representa para el AIM (Movimiento Indio Americano) y la resistencia indígena y por eso no se arrepiente».