XANDRA ROMERO
SALUD

Niños, adolescentes y dietas

El 70% de los casos que por diversas razones acuden a una consulta de nutrición están relacionados con la estética. Y no es solo por verse y sentirse bien, sino para poder subsanar aquellos traumas, inseguridades y otros problemas derivados de una vida entera de conducta dietética. Las estimaciones sugieren que, aproximadamente, el 40% de los niños y niñas en edad escolar preadolescente han intentado hacer dieta para bajar de peso.

En este sentido, existen decenas de mujeres que iniciaron su primera dieta a los 8 o 10 años y que en edad adulta siguen arrastrando un problema de peso, además del subsiguiente impacto psicológico que genera la obesidad infantil. Y es que la sociedad moderna percibe el sobrepeso como algo poco atractivo, lo que refuerza la opinión generalizada de que la delgadez es necesaria para el éxito y el respeto. Los chavales y las chavalas con obesidad a menudo reciben burlas de sus compañeros o familiares, lo que disminuye su autoestima.

Durante la adolescencia, cuando los jóvenes son más vulnerables, con frecuencia no están preparados para lidiar con los cambios fisiológicos que acompañan el crecimiento. Es entonces cuando los intentos por perder peso pueden llevar a un mayor riesgo de patología alimentaria. De este modo, son muchísimas las investigaciones que sugieren que la obesidad infantil, las dietas y las conductas de control de peso poco saludables en la infancia aumentan el riesgo de desarrollo de un trastorno alimentario (TCA) a una edad posterior. Un estudio ha revelado que entre las personas que habían sufrido obesidad infantil aparece una alta prevalencia (38,9%) de TCA en la edad adulta, sobre todo casos de bulimia nerviosa y de trastorno por atracón. También que las personas que habían hecho algún régimen en la infancia tenían posteriormente tres veces más probabilidades de tener un historial positivo de TCA que aquellas que nunca la habían hecho. Esta probabilidad era ocho veces mayor si esas dietas eran autoimpuestas en comparación con aquellos a los que un profesional les había prescrito modificaciones dietéticas.

En este sentido, como hablamos de niños y adolescentes, no podemos dejar de lado el papel de los padres, pues son éstos los que dan forma a los comportamientos relacionados con la salud de sus hijos e hijas y sus entornos alimentarios desempeñando un papel primordial en el desarrollo del comportamiento alimentario saludable o perjudicial. A través de mensajes verbales o no verbales en forma de críticas y estímulos a perder o controlar el peso, los cuidadores transmiten su propio modelo y las actitudes hacia la forma del cuerpo, el peso y las conductas de sus descendientes.

Por ello, un estudio ha investigado la asociación entre el fomento materno y paterno de la dieta de sus hijas antes de los 11 años y han hallado que las niñas a las que sus padres animaron a hacerla tenían ocho veces más probabilidades de realizar un régimen temprano que las niñas que no lo hacían.

Lo más curioso es que aquellas que hicieron dieta y recibieron estímulo de los padres para hacerlo, tuvieron aumentos en el percentil del Índice de Masa Corporal (IMC) entre los 9 a los 15 años. De modo que el inicio a una edad más temprana está asociado con un mayor IMC en adultos así como que cuanto mayor es la restricción, mayor es el uso de conductas de dieta arriesgadas. Asimismo, sabemos que las mujeres que hacen régimen tienen más probabilidades de tener una satisfacción corporal inferior independientemente de su estado de peso.

Por lo tanto, las conclusiones que podemos sacar de la investigación científica concuerdan con las que se observan en la práctica clínica. Si nos preocupa el peso de nuestros hijos, se debe evitar cualquier comentario al respecto y acudir a un profesional sanitario adecuado capacitado en estrategias de cambio de comportamiento para el control del peso en población pediátrica. Su objetivo debe ser dotar tanto a la familia como al niño de estrategias seguras con el objetivo de alcanzar un peso más saludable. Se intenta así no perpetuar la obesidad y/o el desarrollo de conductas alimentarias patológicas en el futuro.

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