IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

¿Pasar por el aro?

Reflexionaba hace poco, junto con un arquitecto de una generación ligeramente mayor que la mía, sobre el cambio sustancial en los hábitos de consumo de las últimas décadas. «Mi primera bicicleta nueva creo que me llegó a los 17 años», dije. Una risita sarcástica salió de la boca de mi interlocutor: «A mi nunca me llegó».

Hoy en día ambas historias resultan un tanto anecdóticas –aunque sigue habiendo personas en esa situación–, por el abaratamiento de los bienes producidos en países emergentes, por usar un eufemismo habitual. El hecho es que hace cuarenta años era casi imposible encontrar bicicletas adaptadas a niños de, por ejemplo, 3 años, del mismo modo que era muy difícil encontrar ropa de montaña, cursos de inglés, trajes de surf o clases de yoga para niños tan pequeños. La sociedad ha empezado a mirar a la infancia con otros ojos, y en esa visión nos encontramos con lo mejor y lo peor: una generación capaz de movilizarse, gestionar una cantidad alucinante de información y salir bien parada, de aceptar al diferente sin mochilas preconcebidas pero, al mismo, desnaturalizada por esa sobreexposición.

Haciendo frente a esa desnaturalización de las relaciones y los valores, hoy por hoy existe un campo de batalla que toda persona que tenga un hijo o hija a su cargo habrá oído mencionar, aunque sea de pasada: los patios de colegio.

Los patios de colegio son, básicamente y en gran parte por exigencia de la normativa de las comunidades autónomas, una zona sin obstáculos, lisa y, por lo común, de hormigón. En esa tesitura, los juegos de balón son los amos y señores, teniendo como tope de la pirámide al fútbol. Este, más que ningún otro deporte de equipo, requiere de un espacio físico amplio para ser jugado, con el agravante de que, al ser un deporte predominantemente masculino, la jerarquía espacial que proyecta es bastante contraria a una visión equilibrada del uso igualitario de géneros; los chicos, al centro del patio, las chicas, al rincón.

Las estrategias para hacer frente a esto son variadas, pero suelen dividirse en tres: la primera, dejarlo como está, con algún que otro apaño. La segunda, buscar un régimen punitivo y, por ejemplo, prohibir traer el balón algunos días a la semana. La tercera pasa por transformar el espacio para igualar todas las formas de juego –y, por lo tanto, todos los tipos de persona– sin que un tipo de juego predomine sobre el otro.

Esta preocupación y mirada revisada sobre los patios es una tendencia que atraviesa Europa, y Euskal Herria no es ajena a ella, como hemos comprobado en actuaciones como en la ikastola Kurutziaga de Durango. El proyecto Wonder Wood de la escuela de Skørping, en Dinamarca, obra premiada de VEGA Paisajistas, fue un ejemplo paradigmático de 2016 que ha vuelto a la actualidad gracias a una recopilación que la ONU ha efectuado con motivo de la publicación de una guía de arquitectura para alcanzar los 17 objetivos de sostenibilidad de la organización internacional.

Zonas de juego naturales. Siguiendo el objetivo de la igualdad de género, la intervención se basa en la construcción de un gigantesco aro o bucle de madera, que en ocasiones es una pasarela, otras veces una tarima, luego crece hasta convertirse en una pérgola o se dobla para permitir sentarse en él. El bucle tiene más de 500 metros de recorrido, y lleva a los alumnos del patio hasta el bosque cercano, convirtiéndose tanto en ruta como en espacio. Recorriendo ese aro nos encontramos con zonas de juego y estancias diseñadas con un gusto exquisito: columpios, skate parks, mesas de picnic, canchas de juego… todo ello en un entorno natural, y sin grandes espacios cubiertos (nota para los fanáticos de los juegos infantiles cubiertos: todo esto en un país con 179 días de lluvia anual y una temperatura media en verano de 17 grados C).

Lejos de creer que este tipo de iniciativas son solo viables en la pequeña y muy rica Dinamarca, habría que pensar en qué clase de juegos necesitamos en nuestra sociedad. Para empezar: ¿Por qué no renaturalizar los patios de colegio? Aunque muchos centros escolares cuentan con zonas verdes, esto no es habitual. ¿Es necesario respetar esos 900 metros cuadrados de zona deportiva lisa que pide el Gobierno de Gasteiz, o una ladera de hierba y árboles donde jugar es ya por sí misma un patio eficiente? ¿Estamos dispuestos las madres y padres a plantear juegos infantiles que no cumplan con las miles de normativas de seguridad existentes para conseguir zonas de juegos más naturales, o no queremos que nuestros hijos e hijas se astillen los dedos?