IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Demostrar lo contrario a lo que opino

Cambia realmente la gente? Cualquier lector o lectora tiene su propia creencia al respecto, producto de experiencias personales con personas cercanas o fruto de la observación de “casos” relatados o vividos tangencialmente. El método por el que llegamos a las grandes conclusiones o creencias sobre nosotros mismos, las relaciones con los demás o el mundo en general aluden sin decirlo a un cierto espíritu científico: observamos, recabamos datos, los asociamos unos con otros y sacamos una conclusión que pretende poder ser generalizada al resto de circunstancias y personas que aún no hemos conocido.

De ahí que tengamos la sensación de que dicha conclusión es “objetiva” y de ahí que defendamos con vehemencia los resultados de nuestro estudio casero. Como argumentos usamos frases como «yo conozco a una persona que (…), entonces no me digas que no (...)» o «a cualquiera que le preguntes…», y las completamos con nuestra postura. Sin embargo, para llegar a conclusiones tan universales como en la que a veces militamos quizá también tendríamos que tener en cuenta algunos principios de la metodología experimental; es decir, de cómo realmente tratan de investigar estas cosas quienes se dedican a ello.

Para empezar, la investigación requiere de una hipótesis que se pretende probar, una curiosidad surgida de observaciones previas, normalmente de otras personas que han investigado antes algo cercano a lo que nos da curiosidad, y que queremos confirmar, refutar o ampliar. Por ejemplo: «La gente no es de fiar».

En un experimento, una vez que existe esta intuición, sucede una cosa curiosa: en lugar de intentar comprobar que no se puede confiar en la gente con la que uno se cruza, se trata de probar lo contrario, de forma que, si se consigue tal cosa, se puede deducir que la hipótesis que uno ha planteado no es cierta o lo es solo en parte. Es decir, si después de intentar probar de múltiples formas que la gente sí es de fiar no lo consigo, puedo deducir que mi hipótesis inicial –la gente no es de fiar– es cierta. Pero no vale hacerlo de cualquier manera. Por ejemplo, se sabe que la querencia de quien investiga por que la hipótesis se cumpla es una situación que conduce a error en los resultados, porque se entiende que, sin darse cuenta incluso, esta persona tenderá a fijarse en aquello que le convenga para dicho fin; razón por la cual es habitual que quien recoge los datos y quien los analiza sean personas distintas.

Por así decirlo, los investigadores tienen incorporada una aséptica desconfianza sobre sus intuiciones y, por tanto, saben que tienen que controlar sus impulsos inconscientes por usar los experimentos para confirmar sus opiniones o creencias. Es tan humano… Se disciplinan, por tanto, con sus metodologías para tratar de ser objetivos y que sus conclusiones sean extrapolables a otras situaciones y sus experimentos replicables, de manera que allá donde se repitan puedan obtener resultados similares.

Llegados a este punto, como cualquier lector sabe, hacer generalizaciones sobre las personas y el mundo social es a menudo osado e impreciso, ya que siempre, en algún lugar, alguien vive las cosas de manera diferente a como lo hacemos nosotros. La cultura, la historia grupal, individual y familiar; los límites de la propia percepción, las expectativas o las (dis)capacidades de cada cual hacen que el mismo evento sea experimentado de manera diferente según el cristal con que se mire, y aún así seguimos queriendo hacer valer nuestras opiniones aduciendo motivos “cientificistas”, haciendo fuerza discursivamente por la acumulación de vivencias de un tipo, como si nuestra observación y la realidad fueran la misma cosa.

Quizá la próxima vez que nos sintamos osados para hacer afirmaciones categóricas, podamos preguntarnos: «¿Es cierto lo contrario a lo que digo?».