IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

Amazonización de la sociedad

Da la impresión que los debates de este nuevo siglo no solo se plantean sobre la ciudad, sino que esta se convierte en auténtica protagonista de las filias y fobias de la sociedad moderna. Repasemos: cuando hemos dejado de hablar de cómo podemos bajar el precio de la vivienda y de denunciar los pelotazos inmobiliarios, hemos empezamos a hablar de normativas de civismo, de cómo la urbanidad nos obliga, o consiente, a ser de una manera u otra. Cuando este debate se diluye –que no finaliza–, empezamos a hablar de infraestructuras, de trenes que llegan a ciudades y, ¡oh sorpresa!, se encuentran con grandes superficies para recalificar y construir pisos con los que sufragar la operación. En paralelo a eso, vemos como los mecanismos de desplazamiento y segregación arrinconan a propietarios y términos como “gentrificación” entran en nuestro vocabulario. Tras eso, los turistas y el Airbnb empiezan a amenazar cómo se viven los barrios más históricos de nuestras ciudades. Y en la cola de esta locura, tenemos todo el tema de las Smart Cities o ciudades inteligentes, con coches que se conducen solos, compras que se hacen por Internet y llegan a través de un dron a la puerta de casa, todo es del color de la gominola gracias al 5G, y demás ensoñaciones capitalistas.

Intentemos aclarar conceptos sobre este invento de las Smart Cities. Por ciudad inteligente se entiende una aplicación de las nuevas tecnologías en la ciudad. El término fue acuñado y fomentado por empresas de la rama de la iluminación, automoción y, sobre todo, tecnologías de la comunicación: en las ciudades se abren zanjas, se coloca fibra óptica, antenas repetidores, lectores de tarjetas… En poco tiempo, se acaban los “picas” en el transporte público, y poco a poco las gestiones se van derivando a la esfera digital: citas con el médico, instancias al Ayuntamiento, matrículas universitarias, declaraciones de impuestos… En veinte años se ha pasado de un 7% de la población de la CAPV con Internet a un 86,6% y las compras se empiezan a realizar online (de un 10,5% de 2005 a ser un 47% en 2017).

Los resultados son evidentes en muchos sectores: los quioscos, verdaderos centinelas de la vida urbana, prácticamente han desaparecido; las librerías se han tenido que especializar, y solo sobreviven unas pocas; y en el sector del retail impera una proliferación de marcas franquiciadas. Como resultado de esto, se produce un fenómeno de aculturación, también llamado globalización, que hace que, estemos en la capital europea que estemos, veamos un paisaje similar en muchas partes, con Zaras, H&M, Starbucks y similares. Para poder entendernos, podemos hablar de que la vida urbana está tendiendo a una amazonización, en la que, como pasa con el gigante de venta online Amazon, los medios digitales cobran cada vez más importancia y las interacciones físicas cada vez menos. Esto es especialmente relevante en Euskal Herria con la nueva planta logística de Amazon en Trapagaran.

La tecnología ha configurado desde su inicio la forma de la ciudad; la construcción primero (el ancho de las casas de los cascos antiguos viene determinada por las vigas de madera disponible), y luego la movilidad (el Ensanche de Barcelona está pensado en función del nuevo modo de transporte esperado, el automóvil) han hecho que las ciudades fuera de un modo u otro. En eso no hay problema, porque el urbanismo tiene sus propios mecanismos para hacerle frente. El problema radica cuando son marcas comerciales, multinacionales, las que empiezan a imponer sus reglas de juego, siendo entidades a las que el control democrático difícilmente puede llegar.

No pretende este texto convertirse en un alegato contra la tecnología, porque cuando se operan en código abierto y sin ser gestionadas en exclusiva por empresas, estas son buenas para la ciudadanía. Un claro ejemplo son las plataformas de participación ciudadana de Barcelona (Decidim) y Madrid (Decide Madrid), donde mediante una tecnología de código abierto (es decir, que la empresa no puede “cobrar” por el código) se abre un portal online donde comprobar el transcurso y el retorno los proyectos participativos, votar por iniciativas para presupuestos participativos o, simplemente, recibir información sobre qué pasa en la ciudad desde un punto de vista técnico. Curiosamente, accediendo al apartado de “presupuestos participativos” de Decide Madrid, vemos cómo gran parte de los proyectos sí que son achacables a la Smart City, como semáforos inteligentes o carreteras solares, aunque conviven con cosas tan lógicas como más bancos en las aceras.