IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

Edificios entre la vegetación, y no al contrario

Tres años antes de morir, el famoso artista de Land Art Robert Smithson dibujó en un papel un remolcador que surcaba el río Hudson, llevando tras de él una gabarra con lo que adivinaba como un fragmento arrancado de bosque. Al fondo de esa imagen, el skyline de la ciudad de Nueva York. El proyecto quedó truncado por su súbita muerte, y no fue hasta 2005 cuando, con motivo de una exposición retrospectiva dedicada al artista, el proyecto “Isla flotante para viajar alrededor de la isla de Manhattan” zarpó, gracias al museo Whitney y el impulso de la viuda del artista, Nancy Holt.

Exactamente en ese mismo año 1970, en el cual Smithson dibujaba aquella gabarra, el ingeniero, arquitecto y artista austriaco Max Peintner dibujó una escena muy parecida: en el dibujo a lápiz de Peintner aparecía un estadio deportivo totalmente abarrotado, en el cual unos espectadores, casi inertes, contemplaban una porción de bosque colocada donde se supone debería de haber futbolistas chutando el balón. Más allá de las gradas del estadio, el dibujo llena el horizonte con grúas, edificios en construcción, chimeneas y una bruma muy parecida a las boinas de contaminación de las urbes modernas.

El dibujo, llamado “La inquebrantable atracción de la Naturaleza”, desde entonces ha sido utilizado en más de una veintena de textos escolares alemanes, así como en publicaciones del Estado francés, Dinamarca, Estonia… En 2017, el artista y curador de arte Klaus Littman propuso convertir en realidad la distopía que Peintner dibujó.

Para ello contó con el estadio de fútbol Wörthersse, en Klagenfurt, al sur de Austria. La idea era sencilla, pero tenía una ejecución complicada; se eligieron 16 especies distintas de árboles, de alturas variables entre ocho y catorce metros, con algunos pesos considerables (llegando a las tres toneladas de peso), además de los sustratos básicos necesarios para que el bosque perdurara.

El mensaje del dibujo de Peintner era bastante parecido al de la gabarra de Smithson; plantean un mundo posible donde la naturaleza sea un objeto de curiosidad, de asombro, de valor, precisamente por su escasez. No es un disparate, ni una exageración; si en 1970 era el 36% de la población mundial la que vivía en una ciudad, en 2015 lo hacía el 55%.

¿Cuántas personas, de entre ese 55%, son las que no pueden permitirse “escapar” de vez en cuando a un entorno natural fuera de la urbe? ¿Cuántas personas han olvidado –si es que alguna vez lo han conocido– cómo es un cielo estrellado en una noche sin contaminación lumínica? ¿Cuántos tipos de árboles podríamos reconocer a simple vista? ¿Y modelos de coche?

Las respuestas a estas preguntas pasan obligatoriamente por una mirada de clase social, ya que es evidente que en la ciudad tardo capitalista el acceso a servicios de calidad –léase “acceso a entornos naturales” como un servicio más a proveer– es un elemento costoso, que las clases populares no pueden afrontar.

Curiosamente, el paradigma de la persona “pueblerina” que llega a la ciudad y mantiene, pese a sus escasos recursos económicos, una relación directa con la naturaleza –debido a su conexión con la agricultura y ganadería–, se ha ido deslavando, creando una nueva clase social de pobres urbanos, sin posibilidad de esa válvula de escape que suponía “la casa del pueblo”.

Renaturalizar las ciudades. La instalación del campo de fútbol del estadio Wörthersse habla de la necesidad de renaturalizar el espacio urbano. El Movimiento Moderno estableció en sus propios fundamentos la necesidad de aumentar la densidad para poder liberar suelo y llenarlo de naturaleza. Los dibujos de los rascacielos de Le Corbusier, que aunque denostados por la crítica contemporánea siguen un modelo utópico nunca materializados, así lo dictaban. Sin embargo, la realidad fue que la densidad de las ciudades se utilizó simplemente para aumentar los beneficios, creando grandes balsas de hormigón y asfalto sin posibilidad de tener un tejido natural cercano.

Estamos en un momento en el cual las tendencias del paisajismo se alejan del habitual parterre de césped y seto, y se busca introducir una vegetación más naturalizada. Lo único que hace falta es más espacio, para que veamos los edificios entre la vegetación, y no al contrario.