IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

La regeneración y la desconfianza

Hace poco escuché a un representante de un gobierno territorial –da igual cuál– admitir que cuando lanzaban un programa de ayudas para la rehabilitación de un barrio, tenían que esperar a la segunda o tercera convocatoria para que los propietarios vencieran la suspicacia inicial y comenzaran a pedir ayudas para reformar fachadas, tejados o meter el ascensor.

La desconfianza de la ciudadanía ante estos programas existe y, en cierta medida, tiene algo de justificado; hasta ahora, las decisiones se han tomado, aunque podamos admitir que de modo bienintencionado, de arriba abajo. Puede suceder el caso de un barrio a regenerar donde el gobierno de turno aterriza con un millón de euros en ayudas sin apenas conocer el entorno ni, por supuesto, haber preguntado antes a sus habitantes qué necesitan. ¡Como si de golpe y porrazo un programa de ayudas pudiera resolver años de conflictos y decisiones unilaterales! Esto produce un fenómeno de frustración, ya que desde los poderes públicos no se entiende dónde reside el problema (el tan consabido «encima que les damos todo esto, se quejan»).

Una vez agotados –y fracasados, aunque sea parcialmente– los objetivos de 2020, los gobiernos europeos se han puesto el horizonte de 2050 para reducir sus emisiones de CO2 y la dependencia de las fuentes de energía no renovables, como el gas natural. En el centro de esta lucha se encuentran los edificios de nuestros pueblos y ciudades, que son un trozo gigante del pastel del gasto energético. Se calcula que a nivel europeo los edificios suponen un gasto del 40% de la demanda de energía. Aunque estos datos son más propios de los países nórdicos –léase Alemania, que es quien maneja la normativa técnica europea–, lo cierto es que el altísimo ratio de energía importada en la CAV nos debería de hacer pensar en cómo ser más independientes energéticamente hablando.

La estrategia es, por lo tanto, gastar menos, teniendo el mismo confort, y para ello debemos cambiar nuestros edificios. Es aquí donde el problema de clase y la desconfianza entran en juego; según los últimos estudios de la UPV/EHU, se da la paradoja en la cual aquellas comunidades de vecinos que más tienen son las que tienen más acceso a las ayudas oficiales. Esto, aunque kafkiano, es sencillo de entender: la Administración quiere que las comunidades paguen un tanto por ciento de la reforma energética de la fachada y aportan el tanto por ciento restante. En áreas populares más vulnerables, hacer frente a una derrama de 3.000 euros es imposible, y es por eso que hay comunidades que no quieren el dinero de las subvenciones “ni regalado”.

Justicia social y energética. El proyecto de los franceses Lacaton & Vassal es un ejemplo de cómo la intervención arquitectónica, llevada a cabo dentro de los parámetros de dignificar los barrios a intervenir, puede resultar decisiva a la hora de vender estos proyectos a esa ciudadanía desconfiada. Los arquitectos acaban de recibir el premio Mies van de Rohe de 2019 por la rehabilitación de tres bloques de viviendas en su Burdeos natal. El objetivo era conseguir una rehabilitación funcional, dotando de más espacio a unas viviendas construidas al amparo de un paradigma espacial más estrecho. Para eso, a las fachadas sur se les ha adosado un “edificio” de cuatro metros; es una terraza de verano, abierta y fresquita, y al mismo tiempo, se puede cerrar, convirtiéndose en un invernadero que recoja calor en invierno. Paralelamente, la fachada norte se aísla térmicamente y se renuevan ascensores, más grandes y eficientes.

Se consigue el triple objetivo de reducción de las emisiones de CO2 (no necesitamos poner tanto la calefacción, porque tenemos un invernadero), conseguimos mejorar el aspecto general del edificio, y dignificamos a los habitantes, dándoles un espacio realmente único –con unas vistas incomparables–, y mejorando el aspecto exterior. Esto es un tema de justicia social y energética. Además, se ha calculado que por cada euro de inversión pública realizado en mejoras de los edificios, se estima en 4 euros de devolución gracias al ahorro de recursos, la generación de empleo y recaudación fiscal. Y es que la gente, cuando se gasta en rehabilitar y quitar las humedades de dentro de la casa, tiende a enfermar menos, a gastar menos recursos en sanidad; cuando se le coloca un ascensor con capacidad para una silla de ruedas, los recursos necesarios a la dependencia se reducen drásticamente; cuando se dignifica una vivienda, se pone bonita y limpia, los barrios se reactivan y en los bajos comerciales comienzan a abrir nuevos negocios.