MIKEL INSAUSTI
CINE

«1917»

Ya se está hablando, y mucho, de la que puede ser una de las películas más comentadas de aquí al próximo año. Ha bastado el anticipo de un trailer, no del montaje de la película tal como la veremos, sino de una master class del director Sam Mendes explicando la técnica empledada para el rodaje, para que se disparen todo tipo de opiniones y se cree una inusitada expectación en torno a este proyecto experimental. No faltará quien diga que se trata de un experimento con gaseosa, pero ahí entramos de lleno en la sempiterna discusión cinéfila sobre avances narrativos en torno al uso del mítico único plano-secuencia.

No me voy a andar por las ramas, para posicionarme ya de entrada a favor de la propuesta del cineasta británico en “1917” (2019), porque entiendo que la utilización de ese aparente único plano-secuencia, ya que no es tal, facilita la experiencia inmersiva del espectador en una película bélica. Se trata de que el público sienta, a través del punto de vista del soldado, lo mismo que un combatiente en las trincheras durante la batalla. La sensación va a ser muy veraz, porque la película ha sido rodada en el orden cronológico de los hechos y a tiempo real.

La técnica empleada consiste en conseguir una continuidad en el montaje para los largos planos rodados, de tal manera que parezcan uno solo. La película avanza de principio a fin de un tirón, sin que se pueda observar corte alguno de plano en la edición. La magia es obra del veterano director de fotografía Roger Deakins, que fue capaz de mover la cámara durante escenas de un cuarto de hora, preveyendo posibles cambios de luz naturales en un rodaje localizado por completo en exteriores. Si el sol aparecía de repente entre las nubes desequilibrando la iluminación había que repetir otra vez la interminable toma desde el principio, con la dificultad añadida de tener que pasar la cámara de un cable a un vehículo todoterreno, o ser cogida por un operador al hombro. Una locura que exige la coordinación milimétrica de todo el equipo, sobre todo en las escenas de masas en las que cada extra debe hacer justo lo que se le pide y cada explosión se tiene que producir en el instante preciso como si la cámara no estuviera ahí, yendo de un lado para otro a una velocidad de vértigo, pero siempre controlada.

Sam Mendes cuenta con la aprobación obtenida previamente por el mexicano Alejandro González Iñárritu, que puso en práctica esta técnica con su oscarizada creación “Birdman” (2014). Así se servía de un fundido, de un enfoque, o de elementos del decorado como una puerta cerrándose, para que los cortes no se notaran. Históricamente, el genial Alfred Hitchcock fue el pionero con “La soga” (1948), aunque no pudo materializar del todo semejante hito, porque el celuloide de la época obligaba al cambio de bobina durante la filmación. En definitiva, el único cineasta que puede presumir de ser el conquistador del plano-secuencia es el maestro ruso Aleksandr Sokurov, que en “El arca rusa” (2002) obró el milagro gracias a la utilización del museo Hermitage de San Petersburgo como localización para desplazarse en el tiempo sin salir de su interior.

Mendes, que hasta ahora brillaba como adaptador de materiales literarios, se ha implicado en la escritura del libreto junto con la guionista Krysty Wilson-Cairns, para así poder adecuar el desarrollo de la acción a las necesidades del rodaje.

En plena I Guerra Mundial dos jóvenes soldados (George MacKay y Dean Charles-Chapman) reciben la orden de su general (Colin Firth) y de un oficial superior (Mark Strong) de atravesar las líneas enemigas para llevar un mensaje a un destacamento británico atrapado al otro lado. La vida de 1.600 hombres depende de la misiva, y entre ellos se encuentra el hermano de uno de los dos emisarios. De lo contrario serán víctimas de lo que se denomina fuego amigo, ya que el ataque de la artillería no puede aplazarse.

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