IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBÉNIZ
ARQUITECTURA

El patrimonio como problema y como solución

Hace un tiempo, comentaba con un amigo arqueólogo que excavar en el centro de ciertas ciudades a la hora de construir un nuevo edificio era una lotería; mi amigo, malagueño por más señas, conocía de primera mano la necesidad de ser respetuoso con los restos encontrados, catalogarlos, analizarlos, preservarlos. Esto se hacía con un procedimiento que pedía un mínimo de tiempo, elaborar un proyecto arqueológico, permisos municipales, paralización de las obras, etc. Según comentaba, el patrimonio nunca había estado tan protegido… en concreto bajo una capa de hormigón en masa, vertido apresuradamente en obra para tapar –antes de que nadie se diera cuenta– esas ánforas romanas que mi amigo tanto habría querido catalogar.

Con el patrimonio construido tenemos, como sociedad, una relación de amor-odio. En el fondo, la opinión generalizada detesta todo aquel diseño arquitectónico posterior al Movimiento Moderno, o por lo menos lo tolera con cierta indiferencia; si una bomba alienígena hiciera desaparecer los edificios anteriores a 1940, habría un duelo planetario por la pérdida de una seña de identidad colectiva; si, en cambio, la bomba hiciera desaparecer los edificios más modernos… bueno, hagan sus apuestas, mi opinión es que los crespones negros quedarían relegados a las élites intelectuales.

Y pese a ese amor desmedido hacia lo antiguo, la historia de lo antiguo nos pesa sobremanera cuando tenemos que hacer frente a costosas reformas, adecuaciones a tipologías edificatorias de hace siglos o protecciones públicas. Además, cuanto mayor es la importancia patrimonial, mayor es el problema, y en ocasiones la envergadura del elemento a proteger supera los ámbitos de actuación –habitualmente municipales–, y el edificio en cuestión queda en el limbo de los justos.

Eso mismo sucedía con el castillo de Auckland, en el noreste de Inglaterra, cuando en 2012 el filántropo evangelista Jonathan Rutler adquirió el milenario palacio episcopal con intención de convertirlo en un polo tractor en una antigua zona minera, ya en declive económico desde hace tiempo.

Siete años más tarde, y con una financiación de más de doce millones de libras esterlinas de la Lotería Nacional Británica, el año pasado se abrió el castillo a los visitantes por primera vez en un milenio. Se decidió que la arquitectura contemporánea debía de servir para potenciar el neogótico del castillo, y para ello el Auckland Castle Trust, la organización que gestiona la reforma, propone tres hitos contemporáneos: uno, que analizamos más en profundidad, una torre y centro de visitantes diseñada por el irlandés Nìall McLaughlin; dos, un museo de la Fe del mismo diseñador irlandés; y tres, un restaurante que da servicio a un jardín restaurado, de los laureados arquitectos japoneses Sanaa.

Rentabilizar el patrimonio. La torre diseñada por Mclaughlin tiene la finalidad de servir de puerta de entrada al complejo, ya que es un centro de interpretación. Aparece ante nosotros casi inacabada, con la estructura de madera pintada por el exterior, delimitando una escalera que sube y permite, poco a poco, admirar el conjunto urbano del castillo de Auckland, rodeado por tres kilómetros cuadrados de prados donde los obispos del pasado tenían su reserva de ciervos para la caza.

La torre se vacía totalmente, dándose un aire casi como de máquina de asedio medieval. La referencia del muro, del tapial, es necesaria en este caso, ya que durante siglos el complejo del castillo episcopal de Auckland dio a la ciudad un muro de piedra como respuesta.

La estrategia de revitalización ha pasado no solo por rehabilitar el castillo para hacerlo visitable, sino aprovechar su patrimonio para buscar un turismo de calidad que diera un valor añadido a una zona desfavorecida de Inglaterra. Para ello, además de la arquitectura, se han buscado sinergias; aprovechando la presencia de la serie de cuadros de Fernando de Zurbaran “Jacob y sus 12 hijos”, se ha proyectado una galería de arte español, con su obligado restaurante de comida typical spanish anexo.

Parece que la única manera sensata de usar el patrimonio pasa por rentabilizarlo, buscar sinergias. Lo hemos visto en estrategias de “mientras tanto”, en la rehabilitación de la Casa de la Colina de Charles Rennie Mackintosh, en las visitas guiadas de la Catedral de Santa María de Gasteiz, o en las Galerías de Punta Begoña en Getxo. Entender el valor intrínseco del patrimonio debe de pasar por buscar una potencialidad, aprovecharla, y buscar la manera de introducir elementos modernos –como la torre de McLaughlin– que sean respetuosos con la historia.