MIKEL SOTO
gastroteka

«Street Food»

Street Food” es una serie de Netflix creada por David Gelb, productor de “Chef’s Table”, compuesta a día de hoy por una temporada de nueve capítulos. Así pues, esta serie nos narra una vez más de manera hermosa y con una estética cuidada la historia de más de una treintena de cocineros y cocineras de comida callejera en Osaka (Japón), Delhi (India), Yogyakarta (Indonesia), Chiayi (Taiwan), Seúl (Corea del Sur), Ho Chi Minh (Vietnam), Singapur y Cebú (Filipinas).

Cuando hablamos de “Raza y género en Chef’s Table”, dijimos que David Gelb y su equipo –lo que incluye a Brian McGinn, cocreador de esta serie– estaban tomando medidas para dar paso a experiencias audiovisuales más diversas en cuanto a raza y género y, realmente, han cumplido su palabra. No hay un solo capítulo dedicado a un hombre blanco y el número de mujeres protagonistas en “Street Food” es superior al de hombres y, por supuesto, al de la media.

Greg Morabito, periodista de “Eater” crítico con la diversidad en la obra de Gelb, afirmaba con cierta ambivalencia: «Aunque la más antigua [‘Chef’s Table’] (...) sigue siendo una de mis series de televisión sobre comida favoritas de todos los tiempos, estoy convencido de que ‘Street Food’ es en realidad mejor serie».

Y, a decir verdad, he de confesar que me ha costado terminar de ver como escribir sobre “Street Food”. Es fácil criticar películas o series sobre gastronomía –o cualquier otro tema– por sus narrativas hegemónicas pero lo cierto es que, cuando han puesto su foco sobre hombres y mujeres que tienen que batallar duramente en la calle para salir adelante, me ha costado sentarme y disfrutar o compartir sus historias. Las narraciones de “Street Food” son duras historias de superación; no hay un capítulo en el que no se escuche «cuando mi hijo murió, cuando mi hermano se enganchó a la heroína, tras la muerte de mi padre», etcétera.

Comida de reyes. La práctica totalidad de los capítulos nos hablan de rupturas o continuidades familiares, a veces bien encajadas, a veces a modo de heridas abiertas en la vida del protagonista. A menudo aparecen cocinando varias generaciones o se nos narra el papel que ha tenido la comida en las familias. En el capítulo dedicado a la India, Karim nos cuenta que su padre era cocinero de la corte en el Imperio mongol y que, cuando los británicos acabaron con él, los chefs de la corte abrieron restaurantes en el centro de Nueva Delhi. Cuenta con orgullo que él es cocinero de cuarta generación y que sus hijos lo serán de quinta, pero siguen con las mismas especias y recetas de su tatarabuelo; su comida es comida de reyes.

Son liberadoramente refrescantes las historias de personas de edad avanzada entre las que destaca la septuagenaria chef Raan Jay Fai, que es seguramente la persona más conocida de entre todas las que aparecen en la serie, al ser la primera que ha logrado una estrella Michelin para su puesto de comida callejera en Bangkok. Su imagen enfrentando las llamas salientes del wok con sus gafas de aviador es realmente poderosa.

Finalmente, he de decir que es gracioso comprobar que determinados chovinismos gastronómicos funcionan igual en todo el mundo. Donde en Singapur dicen “Niven Long” pon “Chipirones en su tinta” o en vez de decir “Khun Shutep” en Bangkok habla de “Ajoarriero” aquí y, salvando los matices, reconocerás un sonsonete familiar sobre las raíces del plato, la cultura, la riqueza, la tradición, y demás tópicos que usamos la mayoría de personas para hablar de nuestros tesoros gastronómicos. Yo pienso que, en el fondo, revela algo bonito de nuestra especie, que no debemos olvidar cuando tendemos a ponernos gilipollitas en cuestiones de comida.