MIKEL INSAUSTI
CINE

«The Song of Names»

Apesar del merecido prestigio que atesora el cineasta quebequés François Girard, su última película “The Song of Names” (2019) no terminó de convencer en la pasada sesión de clausura de la Sección Oficial del SSIFF donostiarra. Algo parecido sucedió también en su presentación en el festival de Toronto, por más que la prensa especializada canadiense sienta una mayor afinidad o cercanía con su obra. Pero como siempre habrá que dar un margen de confianza a su reconocida autoría, por lo que será mejor esperar al estreno de la película, anunciado por su distribuidora Filmax para el viernes 13 de marzo de este año, y así poder formarnos una opinión definitiva y concluyente.

La cinematografía de Girard se caracteriza por sus contenidos esencialmente melómanos, pues ya su ópera prima “Sinfonía en soledad” (1993) iba dedicada al pianista canadiense Glenn Gould, imponiéndose como Mejor Película en los premios Genie locales. A continuación vino la realización por la que es mundialmente conocido, y con la que iba a obtener ocho premios Genie y el Óscar a la Mejor Banda Sonora. Se trata de la aclamada “El violín rojo” (1998), en la que descubrió el tipo de esquema narrativo a seguir a la hora de representar la historia de la música y su evolución, en concreto a través del seguimiento de un instrumento musical del siglo XVII y los dueños por los que va pasando a lo largo del tiempo. Más recientemente hizo “El coro” (2014), protagonizada por Dustin Hoofman en el conocido rol del maestro y su relación con un alumno aventajado de voz prodigiosa. Sin ser tan directamente musicales, hay dos títulos de Girard que tienden más hacia su vertiente historicista, y que son “Seda” (2007), adaptación de la novela de Alessandro Baricco sobre un mercader europeo del siglo XIX que viaja a Japón; y “Hochelaga, terre des âmes” (2017), sobre hallazgos arqueológicos en Montreal.

En “The Song of Names”, que en su versión doblada se titulará “La canción de los nombres olvidados”, confluyen las dos corrientes musical e histórica, y otra cuestión será ya entrar a juzgar si están bien ensambladas o no. Toda narrativa estructurada a base de saltos temporales presenta una serie de inconvenientes de conjunción, de ritmo y de comprensión, con el consiguiente riesgo de perder o desviar la atención del espectador. Aquí se le exige demasiado al público, porque la acción abarca más de medio siglo, dividida en tres etapas que no siguen un orden cronológico, y que son la guerra, la postguerra y un tiempo reciente.

Para resolver semejante desafío temporal, son necesarios tres actores distintos de cara a encarnar a los personajes principales en sus sucesivas etapas de niñez, juventud y madurez. Esto obliga a que constantemente se les esté llamando por su nombre, pues de lo contrario sería difícil reconocer quién es quién ante la falta de parecido físico, dado que la gente cambia con la edad. El protagónico Dovidl es interpretado de niño por Luke Doyle, de joven por Jonah Hauer-King y de mayor por Clive Owen. Para hacer de su amigo Martin son Misha Handley, Gerran Howell y Tim Roth los que se van turnando.

Si uno lee la sinopsis se encontrará con que los hechos aparecen resumidos cronológicamente, pero en la película obedecen a otro orden. El relato arranca en 1951 en Londres, cuando el violinista Dovidl Rapoport desaparece sin dejar rastro y el concierto que tenía previsto dar se suspende, con graves consecuencias económicas y emocionales para la familia de su amigo Martin Simmons. Después pasa a 1986, con Martin haciendo de jurado de un concurso musical en Newcastle, y uno de los jóvenes participantes utiliza una técnica instrumental que le recuerda a la de Dovidl. Entonces comienza una búsqueda del amigo ausente que le llevará a Varsovia y Nueva York, a partir de su pasado como niño polaco judío del gueto adoptado y educado por los Simmons en Inglaterra.

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