XANDRA ROMERO
SALUD

Cambio en el estilo de vida

Siguiendo con el tema de la hipercolesterolemia y su confuso y complicado manejo, si hay algo que tenemos claro, es que la reducción del LDL o colesterol “malo” representa, hoy por hoy, el objetivo principal para reducir el riesgo cardiovascular. Para ello, la clave de la prevención y el tratamiento sigue siendo la modificación de nuestros hábitos.

Por eso, sendos estudios además de la Guía de la European Society of Cardiology junto con la European Atherosclerosis Society de 2019, resumen varios puntos sobre el tratamiento de la hipercolesterolemia a partir de los cambios en nuestra forma de vida.

De este modo, toca empezar por la grasa dietética que, a pesar de que con frecuencia todavía se sigue hablando de la grasa como un solo término, lo cierto es que la relación con la salud de cada tipo de grasa es diferente. En esta línea, la asociación entre la grasa dietética y la mortalidad sigue siendo inconsistente, y los resultados recientes de la asociación entre las grasas saturadas en la dieta y las enfermedades crónicas son controvertidos, según concluye la revisión “Association between dietary fat intake and mortality from all-causes, cardiovascular disease, and cancer: A systematic review and meta-analysis of prospective cohort studies”, publicada hace tan solo unas semanas.

Así lo refutan las conclusiones a las que llegan estos autores como que, por ejemplo, las dietas altas en grasa total, grasa monoinsaturada (aceite de oliva, aguacate y algunos frutos secos), poliinsaturada (pescado azul, frutos secos y semillas etc.) se asocian con una menor mortalidad, mientras que las dietas altas en grasas saturadas y trans, con una mayor mortalidad.

Sabemos que los ácidos grasos trans de la dieta (en bollería y ultraprocesados) tienen un efecto elevador del colesterol “malo” similar al de las grasas saturadas; sin embargo, mientras que las saturadas aumentan los niveles de colesterol “bueno” (lo cual se entiende como factor de protección cardiovascular), las grasas trans los disminuyen. Por tanto, evitar el consumo de grasas trans es una medida clave de la prevención dietética de las enfermedades cardiovasculares, mientras que la recomendación es que nuestra fuente de grasa provenga principalmente de las grasas monoinsaturadas. Eso sí, no existe evidencia para hacer constar un límite superior en el consumo de grasas, esto es, se hace una recomendación sobre el tipo/calidad de las grasas a incluir y evitar en la dieta, no sobre la cantidad.

En segundo lugar, la guía europea hace referencia a los cambios en el peso y la actividad física. Sobre esto concluye que, aunque la reducción del peso corporal influye en los niveles del colesterol total y el colesterol “malo”, la magnitud del efecto es pequeña. Por ejemplo, en personas obesas, se observa una disminución en la concentración de colesterol “malo” de 8 mg / dL por cada 10 kg de pérdida de peso. Asimismo, la reducción de los niveles de colesterol “malo” inducida por el ejercicio físico regular es aún menor.

Por otro lado, la reducción del peso aumenta los niveles de colesterol “bueno” (aumentos de 0,4 mg / dL por cada kg perdido cuando la reducción de peso se ha estabilizado); del mismo modo, la actividad física puede aumentar los niveles de este colesterol “bueno” de 3,1 a 6 mg / dL . De modo que, aunque los beneficios de la reducción de peso y el ejercicio físico sobre el colesterol “malo” sean moderados, sí son más relevantes sobre el riesgo cardiovascular total.

En resumen, no deberíamos preocuparnos por el colesterol de los alimentos, tampoco por la cantidad de grasa que tomamos, aunque sí sobre su calidad y deberíamos tener claro que la mejor forma de prevenir y remitir la hipercolesterolemia pasa por cambiar patrones dietéticos: más verduras, frutas, cereales integrales, legumbres, pescado, marisco y productos lácteos y menos carnes, alimentos y bebidas azucaradas y con grasas hidrogenadas. Es importante moverse y ejercitarse, pero no es beneficioso machacarse.

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