IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Jóvenes egoístas

Vivimos tiempos extraños en esta pandemia y hoy quiero compartir una reflexión personal, que incluye mi propia subjetividad. No es mi interés ni mi intención hacerlo sobre las medidas tomadas, en términos psicológicos, o sobre los efectos de la situación en nuestra salud mental, sino más bien sobre una nueva forma de “vigilancia de balcón” que está surgiendo en esta nueva fase y su peculiar convivencia con otros procesos de la vida. En concreto, hace unos días me hizo pensar un título sobreimpreso en una noticia que relataba el comportamiento de unos jóvenes en una zona de copas de Bilbo. En el grupo (20 años, chicos y chicas) se podía ver a algunos con mascarilla, a otros no, algunos bebían de pie y fumaban. Se relacionaban como lo harían en un bar… pero sin pagar a nadie. La sobreimpresión sentenciaba: «comportamientos irresponsables y egoístas».

La simpleza del titular y su definición radical me hacía plantearme algunas preguntas sobre la naturaleza de las personas, del comportamiento en grupo… cosas de psicólogo. Quizá este sea un tiempo más de preguntas que de respuestas, más de tentativas que de certezas y más de colaboración que de competición, por lo que no me vinieron respuestas claras. Lo primero que me preguntaba era, ¿qué tipo de persona habrá escrito algo así? ¿Será joven, mayor, con trabajo fijo, pareja, soltero o soltera, becario…? La falta de empatía o siquiera de análisis sobre cómo y por qué los jóvenes se comportan como lo hacen ha sido un tema recurrente en la convivencia entre las diferentes generaciones. Si bien en una crisis es imprescindible jerarquizar las necesidades para tratar de cubrir al máximo las más importantes y cuidar de los más vulnerables cuando los recursos son limitados, negar la existencia de otras necesidades propias de la vida o demonizarlas convierte a sus agentes en caprichosos o egoístas si estos las defienden, y se convierten fácilmente en blanco de frustraciones.

¿Quién y cómo se otorga la autoridad de describir en el foro público a los jóvenes como egoístas cuando actúan de acuerdo a su edad, del mismo modo que actúa un adulto en la suya, un niño en la propia o un anciano en esta crisis? ¿Por qué se les señala como contagiadores cuando salen a hacer ejercicio o quieren “echar un polvo”, cuando intentan impulsivamente crear una vida que otros ya tenemos hecha? ¿Quién está describiendo esa asunción de riesgo de algunos jóvenes para con otros como una conducta inhumana, insolidaria? ¿Seremos acaso los que tenemos más que perder? ¿Es eso diferente a decir que son los inmigrantes los que más transmiten una enfermedad por vivir hacinados, o los que viven en la calle porque «no quieren ponerse la mascarilla», a quienes, por cierto, pedimos solidaridad ahora? ¿Cómo preservamos, alentamos e incluimos en un momento tan difícil a las generaciones que van a ser el motor de la sociedad en unos años? ¿Puede ser que esa supuesta actitud “insolidaria” necesite de algo de empatía para luego ser empática con “nuestras” necesidades? ¿Cómo vamos a compartir nuestra fuerza de adultos, nuestra visión, también con los que están aprendiendo a vivir como adultos en este extraño momento? ¿Cómo vamos a ayudarles justo ahora a preservar su vitalidad, esa que a veces entraña riesgos? ¿Seremos capaces de ir más allá del «que se jodan como todos»?

Todavía no hemos entendido que para que las personas queramos hacer lo que nos conviene a todos, en particular si es difícil, necesitamos un sentido más allá de la norma y la sanción, necesitamos sentirnos agentes. El discurso lo cambia todo, las maneras invitan a la colaboración o al rechazo y, si bien hay que hacer lo que hay que hacer, nuestro miedo, el propio de nuestro mundo (quizá muy diferente al suyo), tiene el potencial de segregar de muchas maneras para llegar a la conclusión de que “el otro” nos produce lo que sufrimos. Y es cierto, entonces podemos ejercer la fuerza y ya está; algo tan “adulto”, humano, tan impreciso.