XANDRA ROMERO
SALUD

A vueltas con las porciones y raciones

Una de las cuestiones que más quebraderos de cabeza supone para los nutricionistas y para los que consultan con estos profesionales es la cantidad de comida que se debe comer. La principal dificultad radica en que las personas no somos, por lo general, muy conscientes de nuestras porciones.

No obstante, es preciso aclarar varios conceptos, ya que en el contexto nutricional y dietético se usan muchas palabras diferentes para describir las cantidades de alimentos y, en cierta manera, esto puede resultar confuso.

En primer lugar, cuando se habla de ración se hace referencia a una cantidad fija de medida de los alimentos (una taza, una pieza...) y constituye la cantidad de un alimento que se recomienda comer. Por otro lado, un término que a veces se confunde con el anterior es el de porción, que es la cantidad que uno elige servirse para comer. En este sentido, las últimas investigaciones sugieren que las normas culturales y sociales hacen que elegir una porción adecuada sea una tarea difícil.

Así que por un lado estarían estas normas sociales, culturales y lo que cada quien haya aprendido en su casa, todo ello afectando significativamente a la porción que finalmente comemos. Algunos ejemplos pueden ser las normas aprendidas y situaciones vividas desde la infancia como que nos hayan acostumbrado a no dejar comida en el plato o, que por el contrario, el control de las porciones haya sido un tema de preocupación en la familia.

Este hecho, junto con la presión social hacia la delgadez, la cultura de dieta en la que nos hemos criado y vivimos, hace que, en ocasiones, muchas personas decidan (racionalmente) la porción que van a comer en función de lo que comen los demás. Así, cuando comen en público procuran comer una porción menor para no ser juzgados por el resto. Otras veces, se comparan con otras personas de su entorno y eligen (racionalmente) comer menos que ellos o, simplemente, ser los que comen la porción menor.

Hay quien se ha acostumbrado a comer como si de un mero trámite se tratase y lo hace mientras lee, mira el móvil o ve una serie. El problema es que, con mucha probabilidad, estas personas no sean capaces de saber qué tamaño de porción han comido, puesto que no están comiendo sino distrayéndose con otras cosas. Al mismo tiempo, con frecuencia se culpa también a la variación (hacia lo alto) que han sufrido las porciones en la última década. En muchos restaurantes hay una tendencia hacia los tamaños gigantes, mega bufés, etc.

Ciertamente, las porciones han aumentado durante la última década coincidiendo con la epidemia de obesidad, pero todavía hay poca evidencia de que la exposición a grandes porciones produzca un aumento de peso significativo y parece que serían los factores individuales anteriormente citados y otros, los que puedan ser responsables de una gran parte del aumento de peso observado en la población. En este sentido, esta revisión científica de 2019 llamada “Potential moderators of the portion size effect”, concluye que, además de los factores anteriores, el tamaño de la porción puede estar estrechamente relacionado con el valor inherente de los alimentos, es decir, el valor emocional y sensorial del alimento, o lo que es lo mismo, el grado en el que nos satisfaga ese alimento. Por último, se ha demostrado que al consumir porciones más grandes, el tamaño del bocado y la velocidad de ingesta es mayor pero la masticación menor, lo que contribuiría a alterar la saciedad percibida.

En definitiva, la conclusión sobre qué tamaño de porción debe comer cada uno, como dietista-nutricionista, es que no hay una cantidad que se deba comer, así en general. Si bien es cierto que existen condiciones en las que los profesionales podemos recomendar una u otra ración, por ejemplo tras cirugía bariátrica, fases iniciales de los trastornos de alimentación etc., para el resto, nuestra labor es explicar al paciente que debe comer sin distracciones, conscientemente para poder masticar, saborear y disfrutar de la comida y acompañarle a que se deshaga o desaprenda todas esas normas familiares, sociales y culturales que afectan de manera negativa a la cantidad que decide comer y que empiece a identificar y a guiarse por sus señales corporales de hambre y saciedad.

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