Jone Buruzko
IRUDITAN

¿A qué precio?

Una niña sube por unas escaleras que no conducen a ninguna parte y observa desde las alturas la tranquilidad de Patong Beach, la playa más importante de Phuket, que es la isla más grande de Tailandia y el destino por excelencia, después de Bangkok, de un país supeditado a un turismo tan bestial que generaba el 93% de sus ingresos. La pandemia del coronavirus lo ha cambiado todo y esta isla, que el pasado año recibió a más de nueve millones de visitantes, lleva seis meses sin ver extranjeros. Playas desiertas, la mayoría de sus 3.000 hoteles cerrados a cal y canto, mientras solo una pequeñísima parte de sus numerosas tiendas permanecen abiertas e intentan sobrevivir. Así que en los últimos tiempos, miles de desempleados han regresado a sus lugares de origen o han sufrido drásticos recortes salariales y en las calles aumentan las colas para la distribución de ayuda alimentaria. En 2019, el turismo supuso el 80% de los ingresos de Phuket y empleó a más de 300.000 personas. Semejante dependencia ha hecho exclamar a algunos de los propietarios de resorts de lujo y clubes nocturnos de sexo de pago que el covid-19 «es mucho peor que el tsunami de 2004». La situación obliga a la reflexión: riqueza para unos pocos, desarrollo anárquico, costas de hormigón, destrucción de ecosistemas... Los animales lo notan y recuperan su espacio, hay una especie rara de tortuga marina que vuelve a anidar en sus playas vacías.