TERESA MOLERES
SORBURUA

Abrazar el árbol

Abrazar el tronco del árbol, que ahora en otoño sin la distracción de las hojas luce desnudo, con colores y texturas variadas, y ser conscientes de las sensaciones que nos producen y sugieren es una experiencia positiva que ya ponían en práctica nuestros antepasados. En tiempos remotos, el árbol tuvo un culto vivo y era lo sagrado. Para los indo-europeos era el árbol de la vida, de la inmortalidad; un mundo en continua regeneración. El culto al árbol tenía rituales exactos: acariciar la corteza, abrazarlo, frotarse contra él, consultarle. Veneraban los árboles por ser los templos de la divinidad, inspirados por el silencio de los bosques sagrados.

En los textos antiguos y también modernos, la lista de escritores que dejan constancia de su relación con los árboles es muy extensa. Algunos dicen que han escrito sus obras a la sombra de algunos de ellos, en su “refugio escondido”. Se pueden entresacar textos eróticos o de amistad dirigidos al árbol: «Apoyarse en el árbol, rodearle con sus brazos» y de esta manera convertirlo en su confidente o en el amigo que no defrauda.

Actualmente en Japón han puesto en práctica el Sardinia York o silvoterapia, algo así como darse un baño de bosque. Se trata de una terapia preventiva y técnica de relajación: pasear por el bosque para ralentizar nuestra forma de vida actual y volver a conectar con la naturaleza. Los beneficios de los fitoncidas, moléculas volátiles que expulsan las hojas de los árboles sobre nuestro cuerpo y nuestros sentidos, son evidentes. También conocemos la acción terapéutica de los pinos sobre nuestro sistema respiratorio y del abeto japonés relajante contra el estrés.

Los que practican la silvoterapia penetran en el bosque y dejan que les envuelvan sus perfumes: musgo, humus, hongos... Sin un ruido, solo el crujir de las hojas aplastadas bajo nuestros pasos, el silencio ayuda a la desconexión. Entre pinos, hayas, robles... cada visitante escoge su árbol, los pies sobre las raíces, los brazos rodeando el tronco o apoyando su espalda contra él. Respira su aroma y asimila su energía. La respiración se ralentiza para acoplarse con la del árbol. Algunos seguidores de esta terapia se descalzan y se cubren los ojos para que nada les distraiga de su ejercicio sensorial al pasear por el bosque y, por supuesto, abrazar el árbol.