Ibai Gandiaga
Arquitecto
ARQUITECTURA

Un lienzo, un puntal, una chapa de zinc

Un lienzo, un trozo de tela, dispuesto entre varias picas clavadas en el suelo, como una suerte de muro endeble que se mece al viento. Eso, tan solo eso, y claro, saber hacia dónde queda el este, es lo necesario para que los musulmanes puedan rezar. La tela, dispuesta en sentido perpendicular a la dirección de La Meca, se llama alquibla, y a lo largo de ella se disponen los fieles que rezan a Mahoma. Al cambiar la tela por el muro, se le hizo un agujero, a modo de nicho, que servía para que la voz del conductor del rezo resonará. Ese punto, de gran fuerza arquitectónica, era precisamente donde el eje imaginario que nos llevaba a la piedra de la Kaba, en La Meca, rompía con el muro de la alquibla. La belleza arquitectónica de la mezquita radica en su simplicidad de elementos. ¿Un simple muro, que ni siquiera tiene que estar hecho de ladrillo o piedra, y una dirección en el terreno definiendo una de las tipologías edificatorias más importantes de la Humanidad? Eso es un sueño húmedo, amigos.

Los cristianos también orientaban sus iglesias hacia el este, pero el proceso de constitución y consagración de una iglesia es mucho más complicado. Lo efímero no ha sido nunca un gesto característico de las iglesias católicas, que tienen la vocación de perdurar eternamente, como morada terrenal de un dios celestial que quieren ser. El ideario católico está surcado de contradicciones, batallando entre votos de pobreza y oropel, entre espíritu de hermanamiento y división entre “ellos”, los del púlpito, y “nosotros”, el rebaño.

Aunque es difícil analizar una obra de arquitectura católica sin extrapolar el momento concreto que está viviendo la Iglesia Católica, es importante hacerlo, porque la historia de la arquitectura en Europa se puede, y se debe, leer a través de los muros de sus iglesias; de las primeras iglesias románicas, pasando por la búsqueda de la luz en el Gótico, llegando a sublimar el arte de la arquitectura en el Renacimiento y el Barroco, hasta llegar a las iglesias contemporáneas, sean del estilo que sean. Sin embargo, en todas las épocas, el catolicismo ha ligado su nombre a un edificio sólido, refugio de la fe que profesan.

Precisamente por ir en contra de esa idea de iglesia “eterna” es por eso que, en mitad de un escenario pandémico, la propuesta de la Archidiócesis de Bogotá resulta cautivadora, y muy significativa de los tiempos que nos toca vivir. La Sociedad Colombiana de Arquitectos, una suerte de Colegio Profesional, planteó una serie de retos para paliar la situación producida por el covid-19 en la ciudad de Bogotá, bajo un programa denominado “Arquitectura por la vida”, que tenía como objetivo dar a la ciudad espacios necesarios y adecuados a la pandemia, y promover la reactivación económica. Desde la entidad se seleccionó a un grupo de arquitectos, Alejandro Saldarriaga y Germán Bahamón, para plantear un espacio seguro para celebrar uno de los momentos más importantes del rito católico, la Semana Santa.

Atravesada por una tercera ola, y con los servicios sanitarios colapsados, en un país fervientemente católico, la falta de lugares de culto suponía un problema grave. La Archidiócesis de Bogotá plantea el proyecto para una nueva parroquia temporal, llamada Santa María de la Alhambra, abierta a la calle y planteada con un presupuesto de emergencia.

Una parroquia antipandemia. Buscando el apoyo de distintas entidades y empresas del sector privado, la parroquia se coloca en un lugar totalmente humilde, un aparcamiento bajo la autopista, y se mantiene durante todos los días santos, dando servicio a 60 personas por ceremonia.

El diseño plantea una nave y un transepto, con el altar mayor en el centro, a modo de las iglesias ortodoxas. Parece una buena idea, considerando que el mayor problema de este edificio consistía en permitir la ventilación y el distanciamiento social entre feligreses. Se utilizaron puntales metálicos telescópicos, los mismos que se usan para apuntalar los forjados de hormigón hasta que estos adquieren resistencia. Se colocaron dos crujías laterales, a modo de deambulatorio por el cual nadie podía acceder. En el proyecto original, esos deambulatorios se llenaban de vegetación (que ayudaría a refrescar el ambiente), pero finalmente se colocaron grandes paños de tela, para fomentar la ventilación vertical y que los posibles contagios fueran más difíciles. Todos los elementos se pintan de blanco, y se rematan con una simple chapa de zinc, que nos recuerda el mito fundacional del credo católico, pese a las volutas y palanquines de mármol, fue concebido en un cobertizo, o portal, no mucho más pobre en medios que este.