Mikel Insausti
Crítico cinematográfico
CINE

«Jipuragirado jabgo sipeun jibseungdeul»

Que nadie se asuste porque, a lo largo de esta crónica, no vamos a volver a mencionar el título original de esta película surcoreana, como tampoco el de la novela japonesa en que se basa. Para facilitar su identificación, adelantamos que se estrena en su versión doblada de “Nido de víboras” (2020) el viernes 3 de diciembre, y que internacionalmente ha sido distribuida en inglés como “Beasts Clawing at Straws”, cuya traducción de “Bestias arañando pajitas” tampoco sirve de mucha orientación. Menos mal que el lío queda explicado a través de una metáfora introductoria sacada del mundo animal, la del tiburón tigre hembra, cuyas cincuenta crías se pelean entre sí en el vientre materno para que finalmente sobreviva la más fuerte. Son ideas visuales potentes, como la de la bolsa marca Louis Vuitton, alrededor de la cual gira toda la intrincada trama de este violento thriller criminal, porque contiene en su interior una cantidad de dinero por la que mucha gente está dispuesta a matar y morir.

El cine de Corea del Sur hace tiempo que ha roto en mil pedazos las fronteras asiáticas para conquistar al público occidental, no digamos ya en plena era de las plataformas digitales. A la larga lista de nombres premiados y reconocidos fuera de su país no paran de sumarse nuevos talentos, y el penúltimo en llegar, por así decirlo, es Kim Yong-hoon que, como sus ilustres predecesores Bong Joon-ho o Park Chan-wook, trata de combinar la autoría con el cine de género, gracias a que en ese sentido tiene la suerte de debutar con la lección aprendida. No obstante, Kim Yong-hoon muestra en su ópera-prima “Nido de víboras” (2021) influencias foráneas, que le conectan con el humor negro de los hermanos Coen o la narrativa fragmentada del guionista mexicano Guillermo Arriaga en sus películas para Alejandro González Iñárritu o en sus propias creaciones.

Y no es que lo digamos nosotros, sino que el propio autor de la novela del 2011 adaptada, el nipón Keisuke Sone, declaró hallarse encantado de que un joven cineasta surcoreano fuera a llevar a la pantalla su libro, porque lo escribió precisamente pensando en los poderosos thrillers procedentes de un país que vive el tiempo cinematográfico más nervioso y tenso de forma natural, como si formara parte de su propio lenguaje cultural.

La película maneja hasta seis historias que se cruzan, con tres tramas principales y otras tres subtramas que complican una acción que no transcurre de forma lineal. De todo ello resulta un conglomerado de personajes dominados por la codicia, pero que acaban moviéndose por puro instinto de supervivencia. Se revuelven unos contra otros y, aunque aparenten querer salir de la miseria, están atrapados en una existencia cruel de la que no pueden escapar.

Y, en medio de la realidad suburbial de Seúl, también hay espacio para un mínimo de reflexión, elemental y tarantiniana si se quiere, porque evidentemente estas personas no han tenido oportunidad de leer al gran filósofo coreano moderno Byung Chul-han, afincado en Europa. Pero poseen nociones básicas de filosofía oriental, para aceptar la importancia del karma y las consecuencias que nuestros actos acarrean contra nosotros mismos.

Una corriente fatalista que recae en primera instancia en un pobre tipo que sobrelleva un trabajo ingrato en una sauna por tener que cuidar de su madre enferma y que, para mayor contrariedad, encuentra la maldita bolsa del dinero en los vestuarios. Tras su paradero anda el estelar Jung Woo-sung, como un agente policial de aduanas que ha contraído una fuerte deuda con un peligroso capo, por lo que, aliado con uno de sus secuaces, trata de estafar a alguien que quiere huir del país.

También anda muy necesitada la chica de compañía encarnada por Shin Hyun-bin, la cual soporta a un marido abusivo y maltratador del que se quiere librar mediante un plan de asesinato en complicidad con uno de sus clientes y ocasional amante.