Gorka Castillo
Elkarrizketa
Guillermo Toledo

«Puede que la cultura no sea una herramienta de transformación social, pero hay que utilizarla para denunciar las injusticias»

Fotografías: Oriol Clavera
Fotografías: Oriol Clavera

Guillermo Toledo (Madrid, 1970) es uno de esos actores a los que habría que descubrir antes como persona para entender cómo funcionan los estereotipos que falsean la realidad. Porque su inteligencia y sensibilidad son enemigos de cualquier espectáculo. Habla como vive: A caballo entre Madrid, Almería y Badalona, donde fijó su residencia hace ya algunos años. «En la cultura, desgraciadamente, hay gente que antepone sus intereses personales a la libre creatividad de sus propios compañeros», afirma el protagonista de películas como “Al otro lado de la cama” y “Días de fútbol”. Rodeado de papeles en el piso que tiene en un barrio obrero de Madrid, advierte de su mal genio, sobre todo cuando le piden opinión sobre la política y las falsas polémicas que algunos alimentaron para arrinconarle en el escenario. Escapar de aquel personaje polémico, siempre a contracorriente y asocial que construyeron, «resulta muy difícil y hace mucho daño», asegura sin dudarlo.

Pero ahora vuelve a sentir la adrenalina activada con el rodaje de una serie sobre los migrantes de los invernaderos almerienses y otra ya estrenada basada en la vida de las hermanas Mirabal que organizaron la resistencia contra el dictador Trujillo en República Dominicana. Y no olvida el teatro. «Puede que el cine, el teatro, la cultural en general, no sea una herramienta de transformación social, pero quienes estamos entregados a él y tenemos conciencia política, debemos utilizarlo para denunciar las situaciones de injusticia que vemos cada día en la calle. Lo tengo clarísimo», zanja Toledo.

Vive en Catalunya, en Badalona.

Sí. Y vivo mucho más tranquilo. Mi compañera es profesora y trabaja en Badalona. A mí me pareció muy buena idea y listo.

¿Le resultaba difícil Madrid?

Madrid es hoy una ciudad asfixiante para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad social. Pese a que siguen existiendo muchos colectivos que hacen frente a las políticas de la derecha, ha cambiado de manera radical. Hoy es un gran centro comercial diseñado por la derecha para el consumo de turistas y para convertirnos en autómatas a los que vivimos en ella. Pero esta dinámica no es algo exclusivo de Madrid. Ocurre en muchas ciudades del mundo. En todas encuentras los mismos restaurantes, las mismas obras de teatro, idéntica oferta cultural. Pero el caso de Madrid es aún más preocupante porque todos los proyectos urbanísticos se dirigen a evitar la socialización. Mira la Puerta del Sol. Acaban de reformarla y han suprimido todos los asientos para que la gente no pueda sentarse y hablar. Ni hay un triste árbol que dé sombra. Puro cemento en el centro de la ciudad. Tratan de domesticar lo que queda del Madrid barrial y asociativo que vivió su apogeo cultural en los 80.

¿Se refiere a la ‘Movida madrileña’?

No, nada que ver con la ‘Movida madrileña’. Aquello fue un engendro creado por gente de la alta burguesía que nos lo han vendido como un hito cultural porque no tienen otra cosa que ofrecer. Pero la realidad es que ibas a un concierto de Alaska y había 300 personas, mientras que en los de Barricada, Rosendo o la Polla Records podías encontrarte a 50.000. Sin embargo, la reminiscencia que ha quedado del movimiento cultural de los 80 es la ‘Movida madrileña’, algo completamente inofensivo para el poder.

Usted procede de una familia acomodada.

Bueno, no tanto. La familia de mi padre era pobre como ratas. Vivían en una casa miserable al sur de Tenerife y pasaron verdaderas calamidades. Hambre. De hecho, mi padre tuvo que ponerse a trabajar con 11 o 12 años para ayudar en casa hasta que le enviaron a vivir con unos tíos a Tenerife capital, también pobres, para que pudiese estudiar. Pero era un tipo muy inteligente y autodidacta, leía mucha literatura, le encantaba la poesía. Era un intelectual tremendo que, a base de su propio trabajo, logró pagarse la carrera de Medicina en Cádiz. En cuanto pudo se largó a Inglaterra a hacer la especialidad que le gustaba, cirugía de tórax. Mi madre, que aún vive, también trabajó en la salud. Era psicóloga infantil. Yo soy el pequeño de cuatro hermanos y, aunque es verdad que no me faltó de nada, mi hermana mayor suele contar que cuando mis padres se casaron vivían en un piso alquilado y racionaban la comida. Así que no procedo de la burguesía, sino de la clase trabajadora. El que ha sido un burgués soy yo.

Alguna vez ha comentado que Tenerife contribuyó decisivamente a su formación vital. ¿De qué manera?

Allí conocí la libertad. Guardo unos recuerdos increíbles de Tenerife, de El Médano, un pueblo de pescadores muy pequeño que está en el sur de la isla, con las calles sin asfaltar y donde todo el mundo se conoce. Allí pasé muchos veranos. Nos quedábamos tres meses y mis padres solo uno porque tenían que volver a Madrid para currar. Así que imagínate. Estaba descalzo todo el día, sin camiseta, desaparecía a primera hora de la mañana y no volvían a verme el pelo hasta el anochecer. Iba a pescar, hacía fogatas en la playa con mis amigos para asar el pescado, nos bañábamos en el muelle, hacía surf, salíamos de aventura a la Montaña Roja que está al lado del pueblo. Por cierto, El Médano es el único municipio del país que tiene una plaza roja reconocida aunque, desgraciadamente, no lo sea por el motivo que me gustaría, sino por el color de la piedra volcánica que envuelve el paisaje (risas). Aquellos fueron tiempos muy felices que resultaron fundamentales en mi formación personal y social. Mi infancia está conectada a la libertad absoluta que viví en El Médano.

También suele venir bastante a Euskal Herria. ¿Qué le atrae tanto?

La gente, el ambiente. Euskal Herria me encanta. Para mí es un refugio en cuanto al cariño que siento por la calle y también por todo el vínculo familiar que tengo. Con 16 años tuve una novia de Otxarkoaga con la que viví muchos días de barricadas en el Arriaga y en el Puente de San Antón de Bilbao. Es un lugar por el que puedo pasear con la tranquilidad de que nadie pueda increparme. O al menos más tranquilo que en Madrid.

Pocos conocen su relación familiar con Euskal Herria.

Efectivamente. Mantengo una relación no solo a nivel político, sino también familiar. Mi abuela era de Markina.

Y, ¿qué recuerdos guarda de ella?

Pues muchos, porque falleció muy mayor, con 93 años, cuando yo tenía algo más de 40. Era Aulestiarte Arispe. A su marido, que era un registrador de la propiedad de Madrid cuando no se registraba nada, lo destinaron a Markina y ahí se conocieron. Él también fue muy longevo. Nació en el siglo XIX y murió en el XXI, con 103 años. Tengo buenísimos recuerdos de ella. Para mí fue una persona muy especial. Una mujer fuerte, grande, con una capacidad organizativa tremenda. Hay que tener en cuenta que vivió en un sistema muy patriarcal en el que mi abuelo era el que trabajaba y traía el dinero, pero ella era la encargada de organizar su casa y a los diez hijos e hijas que tuvo. No nos hablaba mucho en euskara, quizá porque enseguida se vinieron a vivir a Madrid, pero sí que nos enseñó a cantar tres o cuatro villancicos que no he olvidado. Sin embargo, fíjate cómo es la mente humana que, cuando empezó a deteriorarse, ya con una edad muy avanzada, dejó de hablar en castellano y solo lo hacía en euskara. Me encantaba.

¿Echa en falta una mayor conciencia social?

¿De quién?

Quizá de la juventud. Da la sensación de que hace veinte o treinta años había más libertad insumisa que ahora. ¿El individualismo está volviendo a la gente más mojigata?

No me gusta representar el papel de abuelo cebolleta pero creo que el problema no radica en la juventud, sino en la sociedad en su conjunto, que se ha derechizado en todos los países del mundo. La excepción está en América Latina. En Cuba, en Venezuela, en Bolivia. Ahora ha llegado Gustavo Petro a Colombia y Lula, a Brasil, que esperemos que pueda cambiar las cosas horribles que ha dejado Bolsonaro. Tengo mis dudas respecto al chileno Boric. Pero en Europa estamos viviendo un proceso de derechización paulatino que empieza a recordar a lo que sucedió en los años treinta. Están resurgiendo los autoritarismos fascistas. Ahí están Italia, Francia. Mira la evolución de los países nórdicos, que siempre fueron el foco que iluminaba el camino de los socialdemócratas europeos. Por eso digo que no pienso que el problema esté en la juventud. Sigue habiendo jóvenes muy concienciados, leídos y organizados dispuestos a dar batalla por una sociedad más justa y mejor.

¿Ha perdido la cultura su protagonismo crítico?

Debería de tener un papel importante, aunque no sé si transformador. Ese es el eterno debate al que nos enfrentamos. En realidad, no sé si este sistema tiene posibilidad de reforma. Yo creo que no. En todo caso, la única lucha que se pierde es la que no se lleva a cabo. Con la cultura ocurre eso mismo. Puede que el cine, el teatro, la cultura en general, no sean herramientas de transformación social, pero quienes estamos entregados a ella y tenemos conciencia política, debemos utilizarla para denunciar las situaciones de injusticia que vemos cada día en la calle. Lo tengo clarísimo. La cultura siempre será un arma cargada de futuro, como dijo Gabriel Celaya de la poesía. Y eso la derecha ideológica lo tiene más claro que la izquierda. Por eso aplica la censura cuando le viene en gana sin que, desgraciadamente, se produzca una reacción movilizadora por parte del llamado ‘progresismo’, que creo que no se entera de la gravedad del asunto.

Entonces, ¿coincide con Warren Buffett que se libra una lucha de clases y que la están ganando los ricos?

Absolutamente. Hay una derechización reactiva de la sociedad a cualquier intento de avance social. Solo hay que ver cómo aumentan los delitos homófobos y machistas. O escuchar todo lo que se ha dicho sobre la Ley Trans y la garantía de los derechos de las personas LGTBI. Es fascistoide, incluso de gente teóricamente progresista. Estamos retrocediendo.

La censura, ¿considera que ahora hay más tolerancia que antes?

A veces somos incapaces de darnos cuenta de lo que sucede si eso no nos incumbe o no nos afecta directamente. Un ejemplo tremendo es lo que han hecho en Madrid contra el dramaturgo Paco Bezerra por adaptar una visión de Santa Teresa inconformista, radical, feminista, anticlerical en muchos aspectos y más humana de la que nos ha trasladado la historiografía católica española. La reacción de la Consejería de Cultura fue desatar una campaña política que no cesó hasta que retiraron la obra de la cartelera. Eso ocurrió cinco días antes de su estreno. Sin embargo, con la excepción del manifiesto firmado por 200 compañeros y compañeras en su apoyo, pocos políticos pusieron el grito en el cielo y dijeron basta. El hecho casi pasó desapercibido en la mayoría de los medios de comunicación. Hay un intento claro de domesticación social que sanciona cualquier acto de rebeldía y de protesta. Eso influye en los contenidos artísticos, en qué y de qué forma se presentan. En la cultura, desgraciadamente, hay gente que antepone sus intereses personales a la libre creatividad de sus propios compañeros.

Algún actor ha reconocido que le produce miedo involucrarse en determinadas causas porque, tarde o temprano, pueden penalizarle a nivel laboral. Usted pasó del éxito a emigrar para trabajar. ¿Se arrepiente de algo?

No me arrepiento de nada porque siempre he actuado con sinceridad y he sido consecuente conmigo mismo y con mis maneras de entender la vida. Pero me gustaría matizar esa afirmación realizada por algún compañero sobre el miedo a defender ciertas causas, porque posar con alguna dirigente corrupta en una revista de moda no le causó ningún temor y eso también es posicionarse políticamente. En mi caso, todo viene de la gala de los Premio Goya de 2003, la del ‘No la guerra’, que hicimos el grupo teatral Animalario y que presenté con Alberto San Juan. Empezaron disparando contra el mundo del cine en general y de ahí pasaron a criticar a los Bardem y luego a la gente del cine en general. Mi calvario profesional comenzó cuando traspasé dos líneas rojas que el Estado español considera infranqueables: Cuba y Euskal Herria. Apoyé la revolución cubana, denuncié los casos de tortura que se practicaban en las comisarías y defendí a los presos políticos vascos, desde Arnaldo Otegi hasta los chavales de Altsasu. Me colocaron en el lado oscuro porque necesitan un chivo expiatorio. Desde entonces, soy una especie de pharmakos de la derecha, la víctima que los antiguos griegos sacrificaban para hacer creer a los ciudadanos que así purificaban la polis de todos sus males.

Cuando alguien como usted está tan presente en el foco mediático por cuestiones ajenas a su profesión, ¿es difícil escapar de ese personaje?

Hombre claro. Es muy difícil y hace mucho daño. Yo he atravesado momentos muy malos por ese motivo y tuve que pagar un precio muy alto. En poco tiempo pasé de tener diez ofertas de cine al año, tres o cuatro de teatro y cinco o seis de televisión a cero propuestas laborales. De 30 a nada en cuestión de semanas. Llegó a un punto en el que tuve que irme al extranjero para poder trabajar. Y me marché a Argentina y Cuba, principalmente. Pero no lograron doblegarme. Sigo pensando lo mismo. España no es una democracia plena.

Su amigo Javier Bardem suele reivindicar que hace falta gente que ponga la cara para que se la partan en nombre de una causa común. ¿Qué opina?

¡Qué te puedo decir si yo estoy inmunizado! (risas) Algunos asumimos que cuando sacas la cabeza en este país y miras hacia la izquierda, te la parten. Y lo digo con orgullo.

Usted siempre ha mostrado un reconocimiento especial hacia Bardem.

Javier Bardem es de las personas del mundo del cine que más se ha ocupado de mí cuando lo necesitaba. En el aspecto emocional, político y profesional. Muchas de las cosas que hace, de la ayuda que proporciona a causas de todo tipo, las hace en privado, con total discreción. Eso le distingue de los miserables que sacan pecho ante las cámaras. Para mí es el mejor actor y una de las personas más extraordinarias que conozco.

Ahora su coyuntura profesional ha cambiado. Está rodando una serie en Almería.

Si, se llama “Romancero” y se emitirá en Amazon. Es una mezcla de fantasía y costumbrismo almeriense sobre la vida de los emigrantes en los invernaderos. La verdad es que es un proyecto muy interesante. Terminamos los dos montajes teatrales sobre “La doctrina del shock” de Naomi Klein, “Shock1” y ‘“Shock2”, y con el mismo equipo hemos empezado a preparar una obra que probablemente se llamará “1936” sobre la mal llamada guerra civil. Y el pasado 8 de marzo se estrenó en la plataforma Disney + una serie maravillosa que hice en Colombia hace dos veranos titulada “El grito de las mariposas”, basada en la historia de las hermanas Mirabal, que organizaron la resistencia contra la dictadura de Trujillo en República Dominicana y cuyo asesinato el 25 de noviembre de 1960 conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

¿Quién es Guillermo Toledo?

Hostia, ¡yo qué sé! Pues soy un señor de 52 tacos que he exprimido, y sigo exprimiendo, la vida hasta la última gota. Cuando me preguntan cómo me gustaría morir, siempre digo que agotado de haber vivido. Creo que soy una persona honesta que sufro mucho ante el sufrimiento ajeno, más por el colectivo que el personal. Es decir, digamos que soy peor amigo que militante. Y dentro de que vivo dentro de un sistema que, en mi opinión es enemigo de la vida, pretendo actuar con la coherencia que ese mismo sistema me permite comportarme pese a que disfruto cantándole las cuarenta al poder. No lo puedo evitar, porque personalmente lo considero una obligación.