Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

Lo que podemos

La decisión de actuar en cada momento es el final de una larga cadena, como bien sabemos. Lo que decidimos tras una idea meditada en un momento, puede no pasar de un impulso expeditivo en otro; lo que podemos analizar, decidir y ejecutar después de tomar tiempo y distancia de las cosas, no es lo mismo que lo que conseguimos hacer a duras penas cuando nos pillan de improviso. En otras palabras, no siempre disponemos de todos los propios recursos.

Para empezar, cuando tenemos que decidir llenos de emoción esta nos condicionará, requerirá que la atendamos primero y, si no, condicionará nuestras decisiones hacia algo básico y conservador. Si la emoción nos supera por mucho, entonces nuestra capacidad de decidir puede anularse por completo hasta que las aguas vuelvan a su cauce. Y todo ello es una cuestión de conservación, así que más vale tener estos sistemas de ‘fusibles’ en cuenta cuando tenemos que afrontar situaciones difíciles, porque se van a imponer de todos modos. Por ejemplo, en el trágico caso de una persona mayor querida que ha perdido su capacidad para cuidar de sí, los que están alrededor tienen que saber que se van a sentir desbordados, enfadados, tristes, y quizá hasta el punto de la congelación, del inmovilismo o la negación; todo ello para tratar de poner alguna compuerta al impacto de una realidad tan dolorosa e irreversible.

Atender el desbordamiento en sí, la sensación de estar perdidos o la irritabilidad injustificada, hará que el ‘nivel freático’ emocional descienda y podamos poco a poco caminar sobre tierra firme, y pensar. En estos momentos tan extremos es muy importante saber que va a pasar pero también ser compasivos internamente con lo que podemos aceptar en cada momento, lo que nos cabe. Ni mucho menos es algo fácil, así que a menudo ante un impacto tiramos de mecanismos drásticos como reprimir lo que nos duele o impacta, negarlo, tensarnos para no colapsar, agitarnos ocupándonos compulsivamente, etc. Cualquier acto que nos permita ‘desconectarnos’ de la emoción que ya estamos notando y que hace temblar los cimientos. En estos momentos a veces es lo único que podemos hacer durante un tiempo.

Sin embargo sabemos en el fondo que lo que ‘metemos en la caja’ para continuar no suele desaparecer por sí mismo y en algún momento vamos a tener que atenderlo si queremos tomar decisiones eficaces en lugar de ‘hacer como que no pasa nada’. Otra forma menos extrema de afrontar sin sumergirnos del todo en las implicaciones de una situación difícil es la obsesión, la rumiación, o las distracciones; son maneras de ocuparnos mentalmente pero sin pasar a la acción, sustituyendo esta por una serie interminable de dudas, escenarios, planes o conversaciones imaginadas que dan vueltas una y otra vez sobre lo mismo.

Y, sabiendo que estos mecanismos no son los ideales para cambiar ninguna situación relevante ni tomar decisiones sesudas, al menos nos permiten seguir adelante un tiempo; nos dan respiro y una pausa para ir asimilando las cosas –incluidas aquellas que no podemos realmente cambiar– y nos protegen de un colapso por el impacto del cambio. Negar, agitarse, tensarse, reprimir, obsesionarse, distraerse, o rumiar las emociones –sí, como las vacas que rumian para digerir–, son mecanismos fantásticos que sirven de cortafuegos cuando afrontamos un impacto grande, y tenemos derecho a no saber qué otra cosa hacer todavía.

Si nos vemos en esa tesitura tenemos que tener en cuenta que necesitaremos ponerlos en marcha en un primer momento pero después, poco a poco, será imprescindible acercarse a aquello que nos asusta tanto, que nos duele o enfada, y tratar de hacerlo acompañados para que otros ojos y otros corazones nos respalden, y otras mentes nos ayuden a entender lo que tanto cambiará las cosas. Para crecer y avanzar a una nueva etapa, es imprescindible digerir lo que no podríamos soportar en la etapa anterior, y para eso no nos sirve el aislamiento, sino la compañía.